CAPÍTULO 34 - LATIDOS

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Ellen se encargó de alistarme lo mejor que pudo, midiéndome las pulsaciones y asegurando que todos mis sentidos se encontraran en perfecto estado antes de la evaluación.

Subí al Salón de las Pruebas Finales con el corazón en la garganta. Abrí la puerta en un movimiento pausado, deseando que Renzo no me escuchara entrar. Observé a los chicos sentados en el piso, de espaldas, mientras Renzo negaba con la cabeza y escribía algo su portapapeles. Sabía que se trataba de mí; no había nadie más de pie. Inhalé aire y me acerqué, mirando el despejado cielo azul a través del techo de vidrio.

—Si no faltara alguien más por presentar te sacaría. ¡Por Dios que sí!

—Disculpa, estaba...

—No quiero explicaciones. Sitúate frente a Kenjiro.

Kenjiro, de cabello exuberante al igual que su hermano Félix, se retiró la coleta del hombro dejándola ondear detrás de su postura firme. Cuando se estabilizó, las puntas rubias, sin brillo, rozaron el suelo.

No lo menospreciaba como rival. En una de las prácticas venció a su contrincante enrollándole el pelo en el cuello y dejándole cortes similares a los del papel. Enseguida levantó la mano, rindiéndose. Pero él tenía una debilidad que Renzo le comentó en clases: los efectos de sus pócimas se desvanecían muy rápido por su falta de control mental.

—¿Llevan mucho rato desde que comenzaron? —le pregunté.

—Casi tres horas; es demasiado. Ya sabes que Renzo se pone algo... alterado cuando las batallas se salen de control.

—¿Tú también lo notaste? —murmuré en una risita. Renzo se inquietaba cuando las peleas abandonaban el parámetro establecido y se extendían más tiempo. Las reglas establecían que los combates debían durar cinco minutos como máximo. Para mí era imposible, al igual que mis compañeros, crear una técnica de distracción, desarmar al oponente y activar la pócima en tan poco tiempo.

—Deberían estar pendientes de la evaluación y no de cómo me pongo cuando hacen uso indiscriminado de pociones que aún no están a su altura —se refirió a mí. Acercó un bol de cristal—. Toma dos. Esas son las que usarás contra Kenjiro. —Introduje la mano sin hacer movimientos bruscos. Me correspondió el verde limón (du) y el anaranjado cadmio (a). El primero tenía como función inmovilizar al oponente y el segundo provocar dolor en los órganos.

Las pócimas de Kenjiro me hicieron soltar un lamento:

—Oh, tienes la anaranjado calabaza y la amarillo oro.

La anaranjado calabaza creaba alucinaciones y la amarillo oro hacía dormir al oponente. Ambas eran pócimas de ataque y las había estudiado hasta el cansancio.

—¿Y eso qué tiene? —Se encogió de hombros—. Las que te tocaron son buenas.

—¡Regla número dos! ¡No deben dejar que el enemigo descubra qué pócima activarán en combate! ¡Tienen tres puntos menos!

Me contraje.

—Y ni se les ocurra objetar porque serán cinco. —Se aproximó a mi oído y me acarició con su albino pelo—: Tú me debes algo, Cole. Si no ganas la pelea te quedas en el nivel de principiantes.

Guardé las pócimas.

Los gestos y susurros de los chicos me desalentaron. Nadie apostaba por mí. Algunos decían que sería un empate.

Me posicioné.

—Estoy lista, Renzo.

—Yo estoy listo desde hace tres horas.

El silencio reinó en el Salón.

—Recuerden que gana el que active las dos pócimas primero. Listo. ¡Comiencen!

A flor de piel [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora