CAPÍTULO 24 - LA PALABRA PROHIBIDA

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Un susurro llamó mi atención en un aliento gélido. Volteé de inmediato sin encontrar nada más que una pared. Esa sensación, los vellos enchinándose... Era un espíritu. Aún observando la pared de soslayo, la imagen se aclaró. Un joven de ojos marrones y barba prominente manifestaba el deseo de que le dijera a Danniel lo que me había susurrado en palabras íntimas.

—Tu hermano dice que te quiere —solté, con la mirada perdida en su aspecto traslúcido.

Danniel se levantó de mi hombro, lamiéndose las memorias de los labios.

—¿Mi hermano? Pero si está muerto.

El joven asentía con una sonrisa torcida parecida a la suya. Dijo su nombre con rapidez.

—¿Se llamaba Antonio?

Danniel, boquiabierto, se restregó los ojos.

—No puede ser... ¿Es... es coña, Nina? ¿Me estás tomando el pelo?

—Él está aquí. —Ubiqué el perfil del espíritu pudiendo verlo únicamente de soslayo—. Justo ahí. —Señalé la pared.

—Dios santo. —Desprendió lágrimas—. Nina, dile que... dile que... que lo extraño muchísimo.

—Él está escuchando todo.

Antonio habló, emocionado, y no pudo contener las ganas de acercarse a Danniel. Intentó darle un abrazo. Ninguno de los dos sintió nada. Me dijo algo más, resignándose a tenerme solo a mí como canal de comunicación.

—Tu hermano dice que quiere que sigas entrenando, que lo haces muy bien.

—Estoy flipando, te lo juro.

Antonio estaba igual a como lo recordaba Danniel: delgado y con una enorme sonrisa marfil que trasmitía felicidad. No aquella felicidad eufórica, sino más bien lamentable, como la que sufren los padres cuando deben llevar a sus hijos al altar o despedirlos en el aeropuerto. Una felicidad amarga. Antonio, con el mismo semblante solitario, seguía viendo a su hermano menor preguntándose cuando volvería a abrazarlo de verdad. Yo le respondí que en otra vida. Y entonces contestó que no sabía si realmente existía otra vida. Era imposible que no lo supiera. Él estaba un paso más cerca de Dios que nosotros los mortales.

—«¿Entonces qué hacen ustedes allá?» —pregunté.

—«Vivir al igual que ustedes... pero de otro modo».

—Nina —llamó Danny.

Estaba tan concentrada en el matiz de Antonio, que ya no percibía sonidos ni imágenes reales.

—¿Qué pasó? —Parpadeé.

—¿Cómo haces para verlo?

—Soy médium. Es mi talento innato.

—Hostia. —Una mirada incrédula se asomó—. ¿En serio?

Antonio fue desvaneciéndose y dije:

—¿Quieres decirle algo más antes de que te vayas?

—¿Yo? —preguntó Danniel.

Me había referido a su hermano.

—Eh... sí.

Danniel pensó un momento.

—¡Sí, una cosa más! ¿Está en el cielo?

Antonio rio, negando con la cabeza.

—No existe el cielo, Danny, ni el infierno. —Apreté su mano.

—Joder, estás fría. —Incorporó la suya, calentándola—. Si no existe ni cielo ni el infierno, ¿entonces qué es?

A flor de piel [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora