CAPÍTULO 14 - LAS POCIONES

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El tutor Renzo Hernández explicaba su clase manteniendo un brazo detrás del cuerpo entretanto pasaba por cada mesón, cerciorándose de que lo estuviésemos oyendo. Detestaba que los ojos estuviesen en alguien más que no fuese él. No existía arruga en su vestimenta, por más insignificante que fuera, que arruinara su aspecto pulcro y distinguido. Era notable la pasión por su trabajo mediante la desenvoltura del tema y la discreta sonrisa que solía aparecer en medio de las definiciones.

Ellen me susurró al oído que solía hacer pruebas sorpresas con el objetivo de enseñarnos que las batallas podían presentarse en cualquier momento. Eso nos obligaba a crear un plan de emergencia.

Nos instruyó con respecto a los tipos de pociones que existían: curativas (c), protectoras (p), de ataque (a), independientes (i) y de doble uso (du). Cada una de estas poseía un color determinado que se dividía en cuatro tonalidades diferentes.

El tutor nos suministró un ejemplo con el color violeta. Estas entraban en las pócimas protectoras, ya que servían para dicho fin. Según el papel que se fue rotando por la sala, se tenían:

Violeta lila (p): Campo protector en forma de bomba que aleja cualquier tipo de ataque.

Violeta mora (p): Campo protector contra ataques mentales.

Violeta lavanda (p): Campo protector contra ataques físicos (no desplazable).

Violeta púrpura (p): Campo protector contra ataques físicos (desplazable).

Retomó la explicación diciendo que las pócimas independientes se usaban para casos donde no se tuviese que atacar, proteger o curar, como era en el caso del azul:

Azul marino (i): Congela cualquier líquido.

Azul celeste (i): Borra huellas dactilares.

Azul hielo (i): Congela el tiempo.

Azul turquesa (i): Revela trampas.

Las de doble uso, como su nombre lo expresaba, servían para atacar o proteger. No podían considerarse de uno u otro tipo dado que funcionaban para ambas. El tutor Renzo no nos suministró ejemplo de esta por ser de un nivel más complejo.

Todas las pociones podían ser activadas una vez que su pequeño y frágil frasco estuviese roto.

Como era nueva en la práctica, el tutor pidió que escogiera una de las cinco pociones que estaban colocadas en su escritorio para que me fuese familiarizando con el tema. Me llamó la atención un frasquito que contenía un líquido color blanco en tonalidades más amarillentas que el resto.

—La primera de izquierda a derecha —dije.

—Levántate y tómala.

Lo observé, diciéndole mentalmente que no podía moverme por haber tenido un enfrentamiento. Supe que también era telépata porque respondió, a mitad de una sonrisa amistosa, que ese no era su problema.

Me sujeté del mesón y avancé con lentitud. Explicó que la pócima elegida era del tipo de las curativas. Se llamaba blanco champaña y su función era estirar los músculos en caso de un calambre. Nos haría una demostración llamando a una de las estudiantes. Sin tantas explicaciones sobre lo que la chica tenía que hacer, el tutor le pidió descubrirse el brazo. En un movimiento raudo consiguió abultarle el músculo. La joven se inclinó, quejumbrosa.

Por indicaciones, arrojé la pócima al piso. Miré los trozos de vidrio desvanecerse como si fuese escarcha. El tutor Renzo nos mostró cómo el músculo volvía a su sitio.

—¿Te duele? —Le apretó la masa muscular.

—Ya no.

Realizó distintos movimientos confirmando la efectividad de la poción.

A flor de piel [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora