CAPÍTULO 32 - MOTIVO PARA LEVANTARSE

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Ya calmada, y con menos peso en la consciencia regresé a la habitación. Akami había vuelto a robarse un par de vías intravenosas. Ella evadió mis clases moralistas y se cuestionó en voz alta qué pudo haber fallado del primer intento. Trató de recordar el escrito sin llegar a una conclusión.

—¿Y si vamos por el libro? —preguntó.

—¿Estás loca? Es un libro de técnicas prohibidas. ¿Acaso «técnicas prohibidas» no te dice nada?

—Anda —berreó.

—Akami, nos podemos meter en un problema serio.

—Ya lo he visto antes. Será rápido. Además, no lo vamos a robar, vamos a averiguar qué hicimos mal.

—A ver, ¿y en dónde está? ¿En la biblioteca?

—¿Crees que un libro así estaría en la biblioteca? Está en la oficina de la directora.

—Por Dios. ¿Cómo vamos a entrar a su oficina?

—Abriendo la puerta ¡dah! Primero debemos conseguir la llave. Una de las copias la tiene Eric en su habitación.

—¿Eric?

—Claro, es su mano derecha. Dime que sí, anda. —Se arrodilló en el colchón.

—Mejor vamos otro día. —Me quite el portakunai.

—¿Por qué no quieres ayudarme?

—Acabo de estar con él. Creo que ya está en su habitación.

—Tranquilízate. Siempre se queda en la sala de armas blancas organizando las cosas. Tiene un horario estricto de sueño. Se va a la cama a las diez.

Insegura, negué con la cabeza.

—Mejor no, Akami. Tendríamos que invadir su habitación, la oficina de la directora y quién sabe qué más. No podemos hurgar sus cosas.

—No vamos a hurgar nada. Tomaremos la llave, entraremos a la oficina, ubicaremos la técnica en el libro y volvemos a colocar todo en su lugar. No les vamos a robar nada.

—Akami, no.

—Por favor, por favor. Soy yo la que tiene algo mal en la cabeza. Si pasa algo, prometo hacerme responsable. —Levantó la mano sin titubear. Y eso me hizo ponerme en sus zapatos. Recordé esa terrible sensación que frecuentaba varias veces cuando los espíritus no me dejaban dormir y debía hacer uso de las pastillas. Las benditas pastillas que bendecía y maldecía.

—Si no fuera un problema de salud no accedería. Tú ganas.

De noche los pasillos principales eran iluminados por apliques de pared que suministraban escaso brillo. Fuimos a la habitación de Eric caminando en puntillas. Le aclaré a Akami que solo sería su apoyo moral, no pensaba abrir su puerta y menos robarme la llave. Me pegó contra una pared cuando vio a alguien dirigirse al comedor secundario. Debíamos movernos con rapidez.

Giró la manija y nos adentramos. Advertí lo espaciosa que era. Poseía una cama matrimonial y dos literas. Las paredes estaban decoradas con posters en japonés que pude entender gracias al glifo. Algunas metáforas me resultaron incomprensibles. También había una ventana oculta detrás de una cortina de tela pesada por donde se colaba el reflejo de la luz de los faroles.

El resto de los cuartos mantenía estrictamente dos camas, un armario y un baño. Nada de ventanas, posters o cortinas. De seguro su baño incorporaría calentador. Cuando me giré, pegué un brinco al notar una pared oscura repleta de cuchillos alineados, colgados de una cinta roja.

—¿Sabes qué significan? —preguntó Akami mientras abría las gavetas del armario—. Son los kunai de todas las personas importantes en su vida que han muerto.

A flor de piel [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora