—¿Algo más para añadir? —dije en tono sarcástico.
—¡Por supuesto! A ver, a ver... —Se acarició la barbilla— piensas demasiado alto.
Me puse de pie; me faltaban un par de minutos para que el sello estuviese adherido en su totalidad, pero ¿acaso me importaba? No permitiría que continuara recalcándome los defectos.
—¿A dónde crees que vas? —Se interpuso, cohibiéndome el paso—. Me faltó decirte otra cosa, Cole. Me gusta mucho reflejarme en tus ojos, por eso siempre te quiero así de cerca.
Sus palabras tuvieron el mismo efecto que me producía exponer en el colegio: malestar. Se me oprimían los intestinos y solo deseaba huir. Pero aunque estuviese al borde del pánico, siempre lograba aterrizar justo cuando finalizaba mi intervención. Esta vez no di respuesta. Su mano recorriéndome la piel me inmovilizó. Tal vez estaba asustada de lo que fuera a hacer. Me acariciaba como quien toca los pétalos de una flor: cuidando no dañarla. Eric descendía por mi brazo mientras me veía. Entonces no pude evitar estremecerme ante él.
El contacto se prolongó. ¿Qué había en mis ojos? ¿Por qué los miraba con tanto interés? Pronto comprendí que estaba asegurando el terreno. Y lo encontró despejado. Entonces me entrelazó los dedos y la herida comenzó a sangrar.
Eric captó una señal proveniente de su juicio que lo obligó a detenerse. Akami nos encontró medio torcidos en el borde de la cama. Sacudí la mano, zafándome. Eric no se inmutó, estaba distraído en la idea retorcida que cruzó por su mente hacía un momento. Era delicado, no para alguien como yo, sino para alguien como él.
—¡Nina, el sello!
—Estoy bien. —Llevé la mirada al porcelanato, volviendo a acostarme.
Akami dejó las prendas sobre la cama notando que Eric no se movía. Se posicionó frente a él tratando de que persiguiera sus ojos rasgados. Y lo entendió. Él había intentado romper una de las reglas. Pero no desde ahora, desde antes.
Eric me observó algo turbado:
—Lo siento, debo irme.
Estaba huyendo de sus emociones. Conocía esa actitud porque yo también solía hacerlo.
La mirada que Akami me dirigió era la misma que solía hacer mi mamá cuando me sobrepasaba. Negaba con la cabeza, apretando los labios.
—Tengan cuidado con lo que hacen —Miró la herida— y cómo lo hacen.
Evadiendo el tema por la complejidad, Akami empezó a contarme que en la mañana había recibido su tercera calificación de medicina y curación. Fue la nota más baja de su clase. De nuevo culpó a las pesadillas. Confesó que sufría parálisis del sueño. Enumeró todas las veces en las que había intentado llamarme, pero la misma condición no le permitía moverse hasta después de un rato. Decía que demonios oscuros se sentaban encima de ella y la jalaban por los pies.
Prometí ayudarla a enfrentar sus miedos, no con deseos de callarle la boca con respecto a lo otro, sino por la afinidad que tenía con ella. La gran interrogante era ¿cómo? Sugerí acceder a su mente. Objetó diciendo que un telépata no podía descubrir la raíz de algún miedo leyendo pensamientos. Había que hacer algo más profundo. Entonces, mientras pensaba en otra manera de ayudarla, Akami recordó que existía una técnica prohibida. Explicaba que usando unas vías intravenosas conectadas a dos o más usuarios se podía lograr el traspaso de la mente e incluso del espíritu. Yo podía entrar en ella de ambas formas. La técnica se llamaba «cruce de sangre».
La acompañé a la sala de recuperación y tomó un par de vías, asegurando que las repondría al día siguiente.
Después de que nos alistáramos para dormir Akami me pinchó con la aguja, y enterró ansiosa, el otro extremo en su muñeca. La vía comenzó a llenarse y nos acostamos mirando el techo.
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A flor de piel [1]
FantasyTras escapar de su casa, Nina Cole halla en el bosque un portal mágico que la trasportará a un castillo donde cientos de jóvenes llamados Hayashers se adiestran en combate con el propósito de estar capacitados para los posibles ataques por parte del...