8. Consolación.

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Tan pronto como Max se levantó, me dedicó una sonrisa apagada y pronunció un triste "Hola."

Se veía mal. No como si estuviera al borde de la muerte, claro, pero las bolsas debajo de sus ojos dejaban claro que no había dormido bien en días. Su cabello despeinado daba la impresión de haber sido descuidado por bastante tiempo, y la ropa ligeramente desacomodada dejaba saber que había tomado lo primero que había visto al despertar, se lo había puesto de mala gana, y había ido así a la escuela.

Estuve tentado a preguntarle lo que cualquier otro le preguntaría, que dónde había estado todo ése tiempo, que por qué se veía tan mal, que qué pensaba de la vida. Pero, en vez de eso, simplemente me quedé viéndolo por un momento mientras anticipaba que no querría hablar de eso. Entonces, me limité a una simple pregunta.

"¿Necesitas hablar con alguien?"

Al parecer, Max no esperaba esa pregunta. Cosa que me pareció bien, ya que no quería agobiarlo con preguntas al pobre chico, y eso debía demostrarle que me importaba su estado más que a un típico amigo.

Max meditó la pregunta en su cabeza y luego asintió.

"Creo que tengo muchas cosas qué aclarar," dijo él. Justo en ese momento sonó la campana, avisándole a todo estudiante que era hora de comenzar las clases.

"Tendrá que ser después," le respondí yo. "Si necesitas hablar con alguien, podemos buscar un lugar a la hora de la comida."

Max asintió levemente y comenzó a caminar a nuestra primera clase junto a mí.

Decidí no hacer más preguntas o comentarios hasta que él quisiera hablar por sí mismo. Suponía que que su estado se relacionaba al motivo de su ausencia. Y, si así de mal lucía él, el problema debía ser enorme. Dado a lo que había leído aquél día en el parque, supuse que debía estar en lo correcto. Sólo lo sabría hasta que él decidiera hablar, así que caminé a su lado hasta llegar a nuestra clase.

No habló con nadie durante las clases. De hecho, yo no volví a hablar con él hasta la hora de la comida. Le había dicho a los otros que le dieran un tiempo antes de inundarlo con preguntas, y ellos parecieron entender.

Cuando salimos de clase a la hora de comer, lo alcancé rápidamente y puse una mano en su hombro para detenerlo. "Oye," lo llamé. "¿Irás por comida?"

Negó con la cabeza.

"¿Aún quieres hablar con alguien?" le pregunté esperando que no hubiese cambiado de opinión en las últimas horas.

Asintió, gracias al cielo. Debía admitirlo, tenía demasiada curiosidad sobre lo que le había pasado a Max. Para pasar del Max de una semana antes, a lo que tenía en ese momento frente a mí, ese extraño intento fallido de zombie, debía ser algo demasiado malo. Mi cerebro sólo deseaba terminar con el suspenso y saber de una vez por todas si estaba en lo correcto.

"Está bien," le dije mientras bajábamos por las escaleras más cercanas. "Creo que sé a dónde podemos ir."

Le expliqué en el camino que había llegado a conocer ese lugar gracias a Alice. El sótano parecía estar igual que la última vez que lo había visitado. Una vez que nos acomodamos en las grandes cajas de cartón, le aseguré que nadie nos interrumpiría, y que él podía decir todo lo que quisiera sin preocuparse porque alguien los escuchara. A pesar de la poca luz, podía ver bien su rostro.

"¿Estás seguro de que nadie sabe de este lugar?" me preguntó él. Sus ojos tristes sólo me provocaban ganas de apoyarlo y decirle que todo iba a estar bien. No soportaba verlo así.

"Por supuesto. Aparte de nosotros dos, sólo Alice. Y si ella llegara a encontrarnos ahorita, puedo pedirle que se vaya."

Max suspiró, como reconsiderando la idea sobre decirme o no lo que le pasaba.

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