[2] ©Capítulo Trece: "𝚏𝚘𝚛𝚎𝚟𝚎𝚛".

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Maratón 2/2...

Al escuchar como Mateo salió de la habitación, Helena rompió en llanto. Se sentó en su cama y se tapó el rostro con ambas manos, comenzando a rodear las lágrimas por sus mejillas. Se sentía atormentada y asustada a la vez por su hijo; que corría peligro. Ya no sabía qué a hacer o cómo actuar, se estaba comiendo la cabeza sin parar.
Intentó tranquilizarse y se levantó de la cama para ir con su pequeño, que se había quedado solo en el living. Colocó su mano derecha encima del picaporte y la bajó, para luego atraerla hacia ella y salir. Caminó por el pasillo hasta la sala y se encontró con el televisor prendido, pero no estaba Mateo.

Se estremeció al no verlo ni escucharlo, ¿dónde estará?

—¡Matt, hijo!, ¿dónde está, mi amor? — preguntó; comenzando a caminar por el living hasta la cocina, que se encontraba enfrente de ésta. Lo buscaba por sí se hubiera escondido, jugando a las escondidas y nada.

Helena sólo escuchaba el sonido del televisor. Agudizó más su oído y retrocedió en silencio para tener más percepción. A punto de volver a llamar a su hijo; se oyó como la puerta se abrió y se cerró con cierta fuerza, que a Lenna la sobresaltó... La castaña comenzó a tener miedo repentinamente por no saber lo que ocurría y, por no saber dónde está su pequeño; sintiendo que alguien más estaba dentro su propia casa.

—Matty, amor.. ¿Está todo bien? — empezó a encaminarse hacia el largo pasillo, que conectaba a la puerta principal. Y, de repente, escuchó otra puerta abrirse y cerrarse a lo loco. Agudizó más su oído, y oyó un chorro de agua... Como si viniera de una canilla o bañadera; reaccionó. Salió corriendo hacia el baño y la abrió bruscamente, encontrándose con Mateo tocando la canilla — ¡Mateo, por dios, me asustaste! — medio gritó angustiada y se agachó a su altura para abrazarlo con fuerza entre sus brazos.

El pequeño tardó en responderle el abrazo pero a los segundos lo hizo. Helena al cerrar sus ojos por el fuerte abrazo que extendió; los abrió una vez más tranquila, y vio que la canilla de la bañera se encontraba abierta.

—¿Por qué abriste la canilla, Matt? — se separó de él y lo miró con fijes.

Él encogió sus hombros.

—Yo sólo vine a cerrarla, mami...— Helena se preocupó al oír eso, pero intentó a hacer oídos sordos para no asustar al pequeño pelinegro.

—Bueno, aprovechando que está abierta: vamos a bañarte — anunció y Mateo hizo una mueca de llanto, provocándole una risa a su madre —. Ay, dale, hijo; a la ducha.— le indicó la bañadera y él se sacó la ropa con cuidado mientras Helena abría la puerta y se dirigía a la habitación de su niño para ir por su pijama.

Al agarrarlo; volvió y lo encontró metido en la bañadera jugando feliz, sonrió al ver esa escena. Se acercó hacia él, se arrodilló y comenzó a enjuagarlo. Luego de charlar de sus teorías conspirativas del por qué se extinguieron los dinosaurios; logró hacerlo salir de la bañera, y lo enrolló con la toalla de Cars. Lo secó bien, lo cambió por si pijama y lo peinó.

—Bueno, campeón, a la cama.— dijo Helena, olvidándose de todo lo ocurrido anteriormente.

Salieron del baño, y, agarrados de la mano, marcharon hacia la habitación de Matt. Helena abrió las sábanas de su cama y el nene se metió dentro de ésta. Ella lo tapó, lo acomodó mejor y le deseo buenas noches con un beso sobre su frente. Luego, cerró la puerta y caminó hasta el baño nuevamente.

Encontró todo el desorden y comenzó a poner todo en su lugar, limpiando. Pero al ver la tina se tentó y quiso meterse también. Después de toda la tensión y frustración que vivió en las últimas horas; una ducha de quince minutos no le vendrían mal. Abrió la canilla para que se llenara la bañera y sonrió. Se quitó la ropa con cuidado y se metió a la tina, haciéndose un moño alborotado, y se dejó llevar relajando todo su cuerpo entre el agua y la espuma. Pero de pronto, de un momento a otro; comenzó a sentir su cuerpo más relajado de lo habitual, sus ojos más apagados. Y sin darse cuenta, se quedó dormida en la tina «¡BUM!.» La castaña abrió los ojos bruscamente al escuchar ese golpe (pensó que a su hijo le pasó algo o que Mateo había llegado.) Con rápidez; salió de la bañera y se colocó su bata de seda. Se marchó del baño y, apresurada; corrió hacia el cuarto del pequeño. Abrió la puerta con miedo y soltó un suspiro de alivio: no había nadie. «Bueno, habrá llegado Mateo entonces», pensó por dentro.

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