©Capítulo Quince: "𝚃𝚘".

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𝙿𝙾𝚅' 𝙼𝚊𝚝𝚎𝚘.


Habían pasado dos semanas desde lo ocurrido con Helena, y nos volvimos como el Ying y Yang, estamos todo el día juntos y aceptó estar en el bando por un tiempo más, hasta Catalina se unió ¿Me molestó? No lo sé, ¿Me parece bien? No lo sé. Pero lo que sí sé, es que a Camilo si le parece bien.

—Teo, al fin llegaste — me habló Camilo acercándose a mí mientras me había visto llegar a la guarida.

No frené y continué caminando con brusquedad, quitándome la chaqueta y la tiré contra el suelo, furioso.

—¿Dónde está? — le pregunté.

Tragó seco.

—En la sala principal — me indicó él, siguiéndome el paso con rápidez.

Caminamos sin decirnos nada más y llegamos al lugar. Lo vi atado en una silla y con una bolsa en la cabeza, cabizbaja. Tensé mi mandíbula. Empecé a colocarme unas vendas en mis nudillos mientras lo miraba con determinación y odio. Comencé a acercarme hacia él, lentamente con mis colegas alrededor de este y le saqué con brusquedad la bolsa.

—Bueno, bueno... Pero miren a quien tenemos acá en vivo, muchachada — lo miré a los ojos divertido y mis compañeros se rieron, siguiéndome el juego. Este apenas se encontraba inconsciente, mucho no entendía. Estaba perdido, desentendido.

Siguió la voz que escuchaba.

—¿Q-quién, quién sos? — intentó modular al hablar.

Comencé a girar alrededor suyo.

—No importa quien soy, pero tu peor enemigo seguro — coloqué mi mano en su hombro derecho y me agaché a la altura de su oído, asustándolo — ¿No entendés nada, no? — negué con la cabeza —. Mirá, a mí siempre me caíste mal y nunca me cerraste, y ahora entiendo el porqué no me cerraba. Te metiste con lo más sagrado para mí y estás metido en lugares no convenientes para vos — continúe girando hasta quedar nuevamente enfrente suyo —... así que; ¿pará quién trabajás? — fui al grano agachándome a su altura, mientras le jalaba el pelo y este se quejaba por el jalón.

Los demás se acercaron un poco más.

—No sé de qué estás hablando, hermano — rió —. Estás demente — continuó riéndose.

Le seguí la risa mientras me levantaba y me giraba sobre mis talones. Pero perdiendo la paciencia, me volví a girar y le clavé un puñetazo en su boca, bruscamente.

—¡Conmigo no te hagás el idiota, estúpido de mierda! — lo tomé por su camisa y lo apreté.

—Trabajo como cualquier otro, flaco. No te interesa — me respondió después de haber escupido sangre.

Asentí.

—Okey, a veces me encanta que hagan perder la paciencia — le dejé y bueno, entre mis compañeros y yo, comenzamos a golpearlo para sacarle información y algo logramos.

—¡Perdón, perdón! — saltó diciendo.

Nos detuvimos.

—A ver, ¿por qué? — agarré su pelo y lo jalé, fuertemente — ¿Por joderle la vida a Helena? ¿Por ser un puto abusador y manipulador? — lo golpeé — ¡Decime para quién mierda trabajas! — le grité.

Martillo... Trabajo para Martillo.

Me lo suponía.

—¿Y qué está tramando? Hablá porque sino te saco las palabras de un tiro, pibe. — lo amenacé.

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