Capítulo 25: La flor con sorpresas

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Ya no le dolía la cabeza a la joven hiena —ya sea por los pesados pensamientos o por que se golpeó con el techo de la cueva —y se sentía más libre.
Decidió probar de nuevo: saludar a los animales de las praderas.

Decidió no empezar por gacelas o jirafas, ya que la otra vez no fue un buen encuentro, y para su suerte, se encontró con tres rinocerontes, Kifaru, Mbeya y otro. Los tres tenían a su picabueyes, y ahí se encontraba Mwenzi, con una gran sonrisa de estar junto a su amigo.

Suspiró, era el momento.
Se acercó lentamente a ellos y habló.
—Hola rinocerontes —saludo con una sonrisa nerviosa, esperaba que no huyeran; aunque suene triste esto... a veces, a Janja le daba ganas de dejar ser una hiena y ser otro animal al que no le temieran. Cuando era una hiena malvada, tener esa apariencia le ayudaba, pero ahora qué era una buena hiena, no le ayudaba mucho, es decir, hacia lo que podía para no causar miedo pero... no podía... su físico seguía dando miedo...

Los rinocerontes voltearon a verlo, pero como no tenían una buena vista, no supieron quién era el que les hablaba, pero por la voz... ya se asustaron un poco... tratando de adivinar de donde venía tal saludo...

Los picabueyes, sin embargo, rápidamente supieron de quien se trataba: Janja.
Se quedaron boquiabiertos y empezaron a mover sus alas desesperadamente.
"¿Que sucede?" Preguntó Kifaru un poco confundido y algo asustado.

— ¡Janja! ¡La hiena! ¡Al frente! —gritó Mwenzi desesperado y asustado.
— ¿¡Janja la hiena!? —se sorprendieron los tres rinocerontes y empezaron a temblar del miedo.
—Si pero... —trataba de decir Janja mientras daba unos pequeños pasos hacia adelante.
— ¡Corran! —los guió Mwenzi con sus técnicas de picabueyes a otro lugar, un poco lejos de ahí, dejando "solo" a Janja...

— ¡Lo sabía! —pensó Janja triste... —tal vez deba de buscar alguna otra forma de hablarles pero sin asustarlos —se dijo pensativo, pero no encontraba otra opción.

Volteó atrás, y vio a un antílope frente a él.
Nariz con nariz. Eso asustó a Janja y se cayó del susto al suelo.
—Perdón por asustarte, ¿Janja no? —dijo Urafiki con una amable sonrisa.
La hiena lentamente se levantó del suelo y volvió a pararse con su postura de orgullo.
—Si, y, no te preocupes —dijo con un tono algo triste recordando lo sucedido anteriormente.
— ¿Tienes problemas para caerle bien a todos no? —preguntó Urafiki adivinando.
Janja asintió lentamente.
Al parecer Urafiki quería ayudarlo, pensaba en las palabras correctas para aconsejarle a la joven hiena, y cuando abrió la boca, se escuchó unos gritos.

Janja y Urafiki intercambiaron miradas y rápidamente siguieron los gritos, que los llevaba a donde se encontraban los tres rinocerontes frente a un acantilado, a punto de caer, un paso más y será su fin...
No quería ver el final de tres rinocerontes, y antes que todos pensaran en un plan, Janja corrió hacia el acantilado y se paró al costado de los rinocerontes lentamente, tenia que tener cuidado.
Mucho cuidado.

Los picabueyes volaban nerviosos encima de los tres animales, sin saber qué hacer.
Claro, les podían decir "retrocedan", pero acuérdense que están al frente de un acantilado, puede que retrocedan, como puede que se confundan —como a veces les pasaba—.

Janja se armó de valor, les iba a decir lo mismo: que retrocedan.
Hay dos opciones: que no le hagan caso y avancen y se caigan, como también que le hagan caso —dudando de seguro— y retrocedan.

—Rinocerontes —empezó diciendo con valor —escúchenme, retrocedan lentamente... —pidió Janja nervioso, no quería ser responsable por una muerte así... ¿y si todos se enteraban?
Se iba a poner peor.
Mucho peor.
— ¿Quien es? —preguntó nervioso Mbeya.
Mwenzi volteó a ver a Janja.
— ¡Es Janja la hiena! ¡Detrás de ti! —gritó Mwenzi.

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