La enviada de satán

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Ya dada la medianoche, Andréh visitó mi habitación deseándome buenas noches y medicándome la última pastilla para dormir que, por supuesto, no tragué y mentí.

—Toma la pastilla, es la última de hoy para que puedas descansar.

Dejó en la palma de mi mano la jodida pastilla blanca de clonazepam para "evitar mi ansiedad" que en realidad era para que no diera problemas durante la noche y la madrugada. La llevé hacia mi boca de la misma forma y rápidamente bebí el agua del vaso para evitar su disolución en mi boca. ¡Me daban asco en lugar de haberme hecho adicta!

—Abre la boca, sube la lengua y luego sonríe.

Abrí la boca, saqué la lengua y después reí sarcásticamente, como ya dije, mentí. Dejé la pastilla entre mis dedos muy bien sujetada para que me diera tiempo disfrazar la acción bebiendo el agua y cuando él estuviese prestando atención de no haberla retenido entre mi garganta, dejarla caer tapándola con mi teni. No sé si funcionó o de plano me dejaría huir sin problema alguno; quizá debo confiar en que si ellos son inteligentes para descifrarnos, nosotros también podemos burlarlos. Por fin se fue y ya solo esperé a que todas las luces estuviesen apagadas con los compañeros durmiendo para que no armáramos alboroto. Desprendí de mi cabello un pasador viejo que utilicé para abrir mi cerradura. Lo hice muy cautelosa...eso ya no era nuevo para mí. Sabía huir de casi cualquier lugar. Muchas cosas se aprenden en criminología o en los CSI, como sea.

Después de todo logré salir sin problema; eso me hizo dar cuenta de que la seguridad del hospital era más que pésima e irracional para la cantidad de dinero que me cobraban. Verdaderamente un robo. Al caminar por los pasillos comenzaba a darme ansiedad porque reflexionaba sobre lo que iba a hacer: para mí era algo así como un crimen jamás cometido. Los nervios de punta, las manos temblando, el corazón que me iba a dejar de funcionar en esos momentos... ya no estaba tan convencida de irme; si llegaba a casa con mis padres ellos me enviarían de vuelta al loquero y mi castigo sería todavía más espantoso que estar todos los días en terapia con Williams, aunque dudo que haya algo peor que eso, por el contrario si rentaba un hotel...no, imposible, ni siquiera llevaba dinero, y si volvía a mi habitación de la universidad: sería ilógico que aún no se la hubiesen dado a otro de los alumnos y yo ya no tendría derecho a ella. Entonces, ¿qué cojones haría en el exterior? Si aparte de no tener a dónde ir, Williams me había dejado como una loca ante todos forjando miedo en sus mentes hacia a mí. ¡Seguro que si me veían vagar por las calles, ellos mismos llamarían al hospital para que me encerrasen con mayor seguridad y privación... otra vez! De forma poética, la enorme luz amarilla al final del pasillo a la entrada era testigo de mi poca valentía o aquella que me alumbraba el pensamiento para sumergirme más en los dolores de cabeza.

Me quedé parada frente a la salida al éxito como estúpida sin cerebro; apuesto a que un zombi hubiera sido más atrevido e inteligente que yo en ese instante de elegir vivir o morir nuevamente, en su caso.

Entonces me detuve cerca a la pared del pasillo y caí lentamente recargada en ella decepcionada una vez más de mí misma: con el corazón paralizado y mi alma sin alma. ¡Tan cerca de vivir y tan cobarde para hacerlo! ¡Vida de mierda! —pensé llorando por la rabia de ser tan yo. Estuve ahí por un largo tiempo cuestionando todas las opciones, aquellos planes del 1 al 1000 y de la a a la z ida y vuelta se fueron por la borda en cuestión de segundos. Ahí deduces qué tan cruel te trata la ansiedad cuando ataca haciéndote olvidar todos tus méritos y éxitos para hacerte reposar en la seguridad y afirmación de que nada te saldrá bien; es llorar y llorar sin derramar una sola lágrima porque ya no hay humedad y ni siquiera saliva para fingirlas. Todo estaba oscuro, pero parecía una película de horror, porque al ser un manicomio voces de cualquier paciente se escuchaban como quejas de algún espíritu en pena. Mi imaginación era grandiosa y más los efectos secundarios de las otras pastillas veía pasar almas flotantes a todos lados de mí; demonios sobre mi cabeza con un aspecto verdaderamente imaginable, pues ya saben ustedes que satán viste del color de tu sangre y se coloca los cuernos que el marido te ha regalado...de igual forma, el diablo te roba parte de ti: al espejo ambos son iguales. Algunos esquizofrénicos susurraban al pie de sus barrotes creyendo que parlaban con sus amigos: a ellos, les privaban de poder mantener contacto con más reclutas y muy pocas veces, los que controlaban más a sus voces salían a jugar una partida de ajedrez con los demás. Los psicópatas, por su parte, casi siempre por las noches estaban sedados y profundamente dormidos, a excepción de los que hiciesen trampa como yo.

Seguí allí, como idiota; en completa tranquilidad...disfrutando de una noche de no ser violada ni de estar sedada. Tanto estaba feliz que quería fumarme un cigarro y proseguir mi libro, pero por mala suerte, no contaba con ninguno de esos objetos. Estuve ahí al menos 3 horas, deleitándome con las melodías que los gritos de mis compañeros hacían y el disfrutar la libertad de respirar oxígeno puro y no sentirme fría por el aire acondicionado. Todo era alegría hasta que uno tuvo que despertar y delatarme.

—¡Qué hacéis ahí, malparida! —gritó, azotando a la vez sus barrotes —. ¡La enviada de satán está con nosotros! ¡Despierten, hijos de puta! Allí la tienen. ¡No estoy loco, lo sabía!

Como la oscuridad reinaba en el pasillo él no logró identificarme, creyendo así que era algún espectro como los que comúnmente veíamos pasar. Al escucharlo me levanté velozmente del piso algo asustada porque yo también creí que hablaba de algún fantasma real y corrí nuevamente a mi habitación al darme cuenta de que hablaba de mí.

¡Apenas y pude escabullirme de los médicos y enfermeros que, sin duda alguna, me darían un fuerte y terrible castigo! Directo a la caja de arena como al señor cara de papa.

—¿Por qué has gritado? —regañaba uno de los enfermeros a Shei, el esquizofrénico delator.

—¿Pero vos sos idiota, Carlo? Ante vosotros estuvo la mismísima muerte. ¡Ya os había dicho y no me habéis creído!

—Pero si aquí no hay nada, Shei, es otro de tus delirios. Anda y duérmete ya.

—Te digo que yo la vi.

—Sí, sí, como digas. Creí haberte sedado fuertemente, ahora tendré que aumentarte la dosis.

—No, no agreguéis más de esa mierda asquerosa. Es inverosímil. ¡Yo trato de protegeros del demonio y así me pagáis!

—Ya, vamos, entra ahí —ordenó Carlo señalando la celda y le cerró con llave después de sedarlo. Eso me dio tiempo para desparecerme de ahí.

No lo puedo creer, ¡estuve tan cerca de la salida sin complicaciones ni obstrucciones! Pero el pánico siempre ha podido más contra mí. Llegué a mi habitación con temor y las manos temblorosas; fallé muchas veces al intentar abrir de nuevo mi cerradura, aunque, ese día corrí con suerte, pues el escándalo de Shei no alarmó a más.

No pude dormir esa noche, pero tuve que fingir que lo estaba para que no entraran a sedarme como al esquizofrénico y joderme totalmente el día después.

𝐃𝐞𝐥𝐢𝐜𝐭𝐢𝐯𝐚 𝗜 "𝑬𝒍 𝑷𝒓𝒊𝒏𝒄𝒊𝒑𝒊𝒐 𝑫𝒆𝒍 𝑭𝒊𝒏𝒂𝒍"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora