Bajo hipnosis

34 17 0
                                    

—¿Dónde está Andréh?

—Amm doctora, me parece que el doctor se fue a cenar, quizá no tarde en volver.

—Lo esperaré aquí —así que bueno, la paciencia de Williams nunca había sido una virtud, eso y sumando que detestaba estar cerca de más mujeres, aunque solo fueran enfermeras la hizo no llegar con buena cara.

—Adelante —pese a su endemoniado humor, ellas sabían manejarle el carácter y simplemente ignoraban el ofenderse.

—¡Sabe qué! Mejor cuando llegue dígale que vine, por favor.

—Por supuesto que sí, doctora Williams.

Regresaba de recepción, algo fúrica la que vive típicamente con ese estado de ánimo; obviamente Andrea. Se había dirigido a exigirle algo a Andréh, pero como siempre, nunca lo encontraba en los últimos turnos. Ese hombre definitivamente era meramente espontáneo. Aunque, por suerte, de camino a su oficina ella le encontró dando vueltas por nuestro pasillo, puesto que también la estaba buscando. Tenían ambos un lindo estilo detrás de las batas blancas: muy simple y sencillo. Ambos con jeans, solo que él cargaba unos corrugados negros con camisas y Andrea azules cielo con playeras que le entallaban muy bien la figura.

—¡Ahí estás! Te estaba buscando —llegaba cruzándosela.

—Sí, yo también lo estaba haciendo.

—¿Por? ¿Pasa algo? —preguntó ingenuo, pero examinador.

—Quiero el dibujo —ella le empezó a exigir estando en su posición militante.

—¿Cuál dibujo? —Andréh le trataba de evitar con sus sonrisas para hacerse el bobo.

—Por favor, no te hagas tonto y dámelo, sabes perfectamente de qué hablo.

—Pero no había nada importante en él, solo... —le interrumpió.

—¿En serio, Andréh? ¿¡Le practicas hipnosis!?

—¡Qué! ¡Claro que no!

—¡Eso es_ estúpido! Estúpido que pienses que no me daré cuenta.

—¡Estúpido es no aprovecharlo y usarlo en ti!

Hasta a mí me hubiera dolido tremenda bofetada que Andrea le metió. Un poco merecido por arrogante.

—¡Quiero el maldito dibujo ahora mismo!

—No vas a obtener nada de ello.

—¡Ah, no!

—Es algo absurdamente insignificante, ni siquiera yo pude lograr mi objetivo.

—El jodido dibujo, ahora.

Al pobre no le quedó otra opción más que dárselo. Lo sacó de su bolsillo derecho para desdoblar las 8 partes en que lo había dividido y se lo entregó en manos. Ambas nos sorprendimos cuándo Williams regresó de su recuerdo al explicarme y vimos que Andréh tenía razón.

—¡Bolas! Solo dibujé, ¿bolas? — expresé exaltada, confundida y realmente inconformé conmigo misma, ¡¿quién dibuja como niño de preescolar teniendo 23 años?!

—Ah decir verdad esperaba más de ti, que meros dibujillos de kínder. ¡Bolas! Hasta yo podría hacer algo mejor que esa mierda. 

—¡Eso es imposible! ¡Esto parece un señor cara de papa aún más mal formado! No creo ser así de pésima.

—Pues ese es tu "gran" dibujo.

—¿Te dijo para qué me lo pidió?

Ella sabía completamente por qué Andréh lo precisaba en su poder, pero se negaba a explicarme de todas maneras.

—No, le pregunté y no me respondió algo verídico. Supongo que quería llevarse un recuerdo tuyo antes de que pudieras amanecer muerta dentro de tu celda.

—¡Maldita perra hija de puta! —pensé, pero solo alcancé a decir con valentía—. Hmmm. Y bien, ¿ahora qué?

—Puedes irte, tengo sueño y no me place en nada ver tu demacrado rostro.

—Yo creo que siempre estamos en sintonía; yo tampoco tengo ganas de soportarte ni un minuto más.

Levemente azotó sus manos en el escritorio frente a mí fijando su escalofriante vista.

—¡Largo!

—Ya me voy, ya me fui —me desaparecí de ahí antes de iniciar una masacre.

Sin embargo, mi caso tenía a Williams cada vez más jodida; tanto del rostro como de las emociones. Las ojeras ya se le remarcaban indudablemente, la ropa le comenzaba a quedar todavía más floja porque se pasaba varias horas sin comer, el estrés estaba a tope, las ganas de colisionar no se iban y el miedo a rendirse en el camino la mantenía demasiado insegura, añadiendo ligeros golpes de depresión que repentinamente le salían y las muchas veces que se echaba a navegar nuevamente en su pasado. Bebía y bebía casi sin parar: disfrutando que ya no lograba emborracharse ni con varias copas encima. Muchas veces su cuerpo le exigía un poco de amor y de buen sexo que se entrecruzaban con las peticiones de su corazón por corresponder a alguien, porque, aunque amaba estar sola gozando de su libertad tampoco quería morir sola. El ser odiosa era la capa de hierro en que se protegía para no volver a salir lastimada de cualquier relación sentimental: que le dejara un hueco como el que se hizo la primera vez que tuvo que presenciar un suicido...supongo que ver a su única mejor amiga cortarse el cuello frente a ella no fue muy agradable para sus memorias. Se culpaba continuamente por cosas que no estuvieron en sus manos: se torturaba por acontecimientos que no pudo evitar en su momento.

Ninguna botella de sus vinos salía completa hacia los desechos: todas eran siempre convertidas en pequeños pedazos de vidrios, con los que más de una ocasión deseaba cortar sus piernas. Pero siempre la salvaba su ética profesional, ¿cómo una psiquiatra estaría viviendo el cutting? Estaba a unos pasos de también caer en la locura... y en una frívola celda como la de nosotros.

Por su mente, además de auto-insultarse corrían las palabras de todos a su alrededor; ¡debes también recibir terapia! Todos deben hacerlo para ayudarse a sanar. Mas, Williams, cuando comenzó a demostrar su asocialismo en todas sus facetas, se negó a no hablar de sí misma con alguien nunca, jamás. Pero se estaba ahogando por dentro, se estaba hundiendo en sus odios y su jodido pasado. Eso, a la larga acabaría con su extraordinario trabajo. Ya no se quedaba a dormir en su departamento de médico psiquiatra al igual que los demás, estas últimas veces prefería ir a llorar a casa en total paz. No había amigos para ella; era solo una cara bonita más con el cabello despeinado deambulando por ahí. Anhelaba que alguien tuviera más fuerzas que su egoísmo y desinterés  para insistirle hasta convencerla de que el mundo era más que solo una estúpida mierda. Para mí: ella lucía más desecha que yo...

Nunca se olvidaba de la idea de no haberse permitido morir en todas las múltiples ocasiones que lo intentó hasta siquiera perderle el interés. Ahora era una mujer, con 36 años, sin hijos, sin esposo, sin novio, sin amigos, sin familia...estaba más sola que nosotros, que por mínimo alguien nos esperaba con enfado en la comodidad de nuestras casas. La música metal era la única que, en sus instantes de reflexionar, le alivianaban un poco el alma.

Pedía a gritos que la despertaran cuando ese mal sueño de ser ella misma hubiera terminado...

Cuando la hipnosis por contenerla y retenerle la felicidad ya no existiera.

𝐃𝐞𝐥𝐢𝐜𝐭𝐢𝐯𝐚 𝗜 "𝑬𝒍 𝑷𝒓𝒊𝒏𝒄𝒊𝒑𝒊𝒐 𝑫𝒆𝒍 𝑭𝒊𝒏𝒂𝒍"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora