De vuelta a casa 3

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—¿Y mi habitación? ¿Sigue igual? —cuestioné ansiosa por dentro, aunque poco demostrativa.

—Por supuesto, con todo el caos que le armaste. Permanece de color negro y como si un remolino le hubiera pasado por encima...

Después de cenar, seguí pasando un buen tiempo con mis sobrinos y mi padre, la señora se fue gustosa a tomar un baño de burbujas para posteriormente dormir. Aquellos chiquillos, los hijos de Hilena antes de irme me habían cogido un verdadero cariño y casi puedo afirmar que ellos eran el único motivo por el cual yo podía estar con una luz de esperanza en mi corazón; ellos hacían que tomara un leve aliento para proseguir en este asco de juego llamado "vida". Sus sonrisitas eran mi debilidad para no poder negarme a abrazarlos y sentir amor. Hilena también era mi fortaleza, no verla esa noche me puso triste y lo único que deseaba era saber dónde estaba hospitalizada para visitarla con un ramo de florecitas azules, que eran las que me solía regalar en mi cumpleaños; en mi estúpido y amargo cumpleaños. Su significado era aún más especial, pues asegura que son las que papá y ella llevaron el día que nací, que pusieron en mi pequeña mano y que recibí con otra dulce sonrisa, aunque ni siquiera hubiera sabido qué eran.

Más tarde, cerca de las 12 de la noche pregunté deseosa por mi piano.

—¿Dónde metieron a mi piano que no lo veo?

—Lo bajé al living para tocar algunas notas y no echarte tanto de menos, mi pequeña.

El corazón se me paralizó por un momento y las lágrimas casi me brotaban: no había vuelto a decirme así desde que comencé con mi desobediencia y que ahora lo repitiera nuevamente me hacía recordar esas épocas hermosas donde probablemente era feliz solo con saber que él me amaba y no necesitaba de un minúsculo cariño por parte de mi madre.

—Vamos a por él, quiero tocar algo, no he sido feliz desde que no tengo ni qué escribir o tocar.

—Vayamos, yo también quiero volver a oír una de tus notas.

Solo estaba él frente a mi delgado cuerpo viéndome tocar una vez más esas teclas en el piano y yo con la mente en los recuerdos. A mis 15 años mi otro gran desahogo era pasar horas recitándome una melodía para tranquilizar mis llantos y la ansiedad que ellos me provocaban. Aunque no lo crean, jugar con las notas me hacía reflexionar sobre todas esas cosas malas que hice creyendo que me salvarían incluso de mí misma, pero que ahora ya les daba la importancia que tenían y me mataban de coraje y remordimiento por haber herido a más corazones que el mío. Al menos 3 horas nos pasamos ahí ambos invadidos de melancolía y por fin logramos dormir.

Al amanecer, estando semi-despiertos nos percatamos de un escandaloso perfume de mujer, que por supuesto no era el mío.

—¡Ja! ¿En serio? ¿Un día en casa y el sillón es lo más cómodo que encuentras? —su voz desgastante y desesperante no fue la que me despertó, sino sus tacones que a cualquiera en un primer momento podían fastidiar. A pesar de ello no me levanté, pero mi padre sí.

Ignoré a todo mundo por completo, porque realmente no tenía un mínimo interés en volver a conocerlos. Me volví a centrar en mi subconsciente y en mis pensamientos, en mis recuerdos de cuando era pequeña; en los momentos en que, sin saberlo, era feliz. Y verdaderamente me jodía el comprender cómo es que yo misma estaba desperdiciando mi insignificante vida. Ya no me estaba gustando cómo dolía por dentro, ni alejaba las mentiras para no sentirme culpable...yo misma me estaba dejando atrás sin la más mínima importancia. ¿Desde cuándo me volví así de miserable?

En medio de tanta concentración comencé a marearme: la cabeza me daba vueltas mientras estaba recostada en el sillón y mis huesos estaban completamente débiles. Me preocupé por ello, así que dejando de lado los berrinches tuve que levantarme a comer.

𝐃𝐞𝐥𝐢𝐜𝐭𝐢𝐯𝐚 𝗜 "𝑬𝒍 𝑷𝒓𝒊𝒏𝒄𝒊𝒑𝒊𝒐 𝑫𝒆𝒍 𝑭𝒊𝒏𝒂𝒍"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora