Helena

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—Es a este lugar a donde vengo a pensar un poco...

—Ah, bueno, entonces no te interrumpo. ¡Me largo! —le dije tratando de huir de un jodido momento incómodo.

—¿Crees que no sé que me has desobedecido? —jugó levemente con sus largas uñas y luego se cruzó de brazos.

—¿Qué dices? —intenté hacerme la desentendida, aunque sin éxito.

—Has ido con tu padre a ver a tu hermana, a pesar de que yo lo prohibiera y no te atreverás a mentirme solo por no ver derrotado a tu cinismo —sin abandonar su posición se acercó frívolamente firme a mí.

—Tienes razón, no voy a negarlo ni a pedir disculpas por ello —yo, como cualquier animal a la defensiva no dejaría que fácilmente me derrotaran, así que sí, puse sobre mi boca el gran cinismo que me caracterizaba.

—He venido a pensar por qué toda mi familia está en mi contra.

—¿Nosotros en tu contra? —carcajeé sarcásticamente—. ¡Eres tú quien nos aleja a todos! —la señalé para culparla.

—El porqué de que ustedes sean unas ingratas —continuó en su hilo sin prestar atención a mis reclamos.

—A ver, un momento —la irrumpí totalmente pidiendo con ademanes hechos por mis manos a que dejara su necedad para aceptar la mía—, te recuerdo que fuiste tú quien nos envió a esos hospitales y principalmente la culpable de que estemos tan heridas. Constantemente nosotros nos preguntamos qué rayos hicimos mal para que nos odiaras con tal desprecio —me paré con su misma firmeza muy cerca de ella para exponerle sin error alguno mi punto de vista—. Dices que soy una ingrata, pero ¡qué diablos esperabas que agradeciera, eh! ¿El haberme maltratado y humillado de esas formas? O ¡espera! El que jamás me hayas querido. En primer lugar, ¿Cómo llegaste a este lugar?

—Alguien tenía que cuidarte cuando eras pequeña, incluso cuando eras adolescente. Sé que le contabas a este viento todo lo que sentías, a quiénes amabas, a quiénes detestabas, incluidos... a quiénes querrías ver muertos. Conozco de todo el daño que te hicieron y el por qué nunca quisiste decírmelo. Me dolía ver cómo mi hija era débil: que te destruyeran palabras y actos sin sentido de imbéciles adolescentes llenos de mierda que solo te tenían envidia. No sabía cómo ayudarte porque ni siquiera sé darte un maldito abrazo... yo no poseo ese amor de madre, me desespera ver tanta fragilidad.

Con cada una de sus palabras me quedaba más que asombrada, al darme cuenta que un ser podía ser suficientemente mierda con otros. Mis miradas exclamaban sentimientos llenos de odio y las lágrimas como siempre decidieron salir, ignorando todos mis esfuerzos por dejarlas escondidas.

—¿Y me lo dices, así como si nada? ¡Así tan fácil! Ya sé que eran estúpidos adolescentes llenos de mierda en la cabeza, pero dolía, mamá ¡me lastimaban! —recalqué señalando a mi pecho, que era el que me dolía cada vez que ellos se burlaban de mí—. Y la única miseria que necesitaba era un estúpido consuelo tuyo. Cada vez que la ansiedad carcomía mi cuerpo por la única persona por la que rogaba era por mi madre.

—¡Pero es que, ¿cómo era posible que lloraras por algo tan estúpido como eso?!

—En tu intento de hacerme fuerte y valiente sin recibir un mísero abrazo o beso tuyo —cogí toda mi euforia y la liberé comenzando a echarle en cara todo con un tono de voz muy fuerte para culminar bañada en lágrimas y sin poder hablar más—, aunque sea mínimamente una palabra de reanimación, me hiciste totalmente quebrantable y temerosa.

—Eres solo una niña mimada que quiere tener todo bajo su control y que al no poder, la única solución es llorar en lugar de luchar hasta conseguirlo. ¿Esperabas que te cogiera la mano y te impulsara a seguir con tus lloriqueos?

—¡Eres una miserable! Y jamás dejarás de serlo. Ni siquiera me quieres, ¿Qué idiotez esperas hacer de mi vida? ¡Me cambiaste tus maltratos por los de otra loca! —pausé ligeramente el momento, sin embargo, no podía seguir callando mis odios—. ¡Te detesto, madre!

Yo estaba en punto de retirarme del lugar como pésima perdedora, puesto que iba con el alma más que hecha pedazos, pero sus palabras me hicieron retroceder.

—¿De verdad piensas que no sé que hiciste realidad tu anhelo? O como bien dices, que te diste tu "libertad" —en mi libro siempre había sido narrado ese punto para referirse a que estando todos muertos ya nadie podría arruinarme la vida, así que la frase mencionada desde su boca me hizo temblar y por un momento puso a mi mente en blanco—. ¿Cuándo vas a entender que ese es mi mayor acto de amor?

—¿A qué carajos te refieres? —empecé a sentirme preocupada porque sonaba a algo verdadero.

—Habría sido inverídico y otro más de tus delirios a no ser que apareció ese libro y el número exacto de cadáveres.

—¿Qué es lo que quieres decir, Carola? Dime ya qué es lo que sabes.

—Piensas que no sé que tu debilidad la desquitaste con ellos, o que no fuiste suficientemente madura para aceptar que no todos iban a amarte cómo y cuándo quisieras. ¡Por dios, Chiarola, soy tu madre! —se engrandeció al decir eso último, pero olvidando eso, justo frente a mis ojos continuó—. Fuiste tan débil y bruta que en serio estoy sorprendida y a la vez orgullosa de que solo hayas podido ser astutamente ingeniosa para librarte de esa condena. ¡Los asesinaste, Chia! A todos ellos, como lo dice tu doctora.

—¡Eso es mentira!

—Puedes tratar de mentirme o mentirnos, pero sabes que es verdad y saberlo siempre te condenará porque adoras lo que hiciste y sea como sea tu mente se deleitará cada vez que alguien admire tu desempeño y, aunque tu boca dictará algo falso; tus ojos destellarán el brillo que contradirá lo que dices. Lo sé todo, Chiarola.

—Llámame a cada momento porque también te encanta la idea de que sea tu nombre el aclamado, pero siendo yo tu descendencia.

—Si realmente fueras como yo habrías aprendido a ser cruelmente frívola y no a matar gente como si fueran viles cucarachas.

—No eran más que eso, Carola.

—Tus estudios en Criminalística, en Medicina, tu diario, todo perfectamente congeniado... ¡Eres una cerda homicida, Chia, una maldita asesina! Una cucaracha como ellos.

—Deja de compararme con esos hijos de puta, a pesar de yo ser una.

—Siempre creí que tendría en casa una gran y reconocida detective desenmascarando asquerosos crímenes... —hizo una pausa y dando media vuelta para ella retirarse, por último mencionó—, pero, claro, ¿¡qué podía esperar de una inútil como tú?!

Y antes de dejarla partir y verla como alguien que perfectamente podría delatarme o denunciarme para enviarme a una prisión, la vi como mi madre... dándome la espalda una vez más.

Con todo el odio sobre mis puños, tomé silenciosamente un jarrón de metal que estaba muy cerca de mí completamente lleno del polvo por el tiempo que llevaba sin cuidado y caminé hacia ella. No pudo proseguir sus pasos, pues, sin ni siquiera darse cuenta ni verlo venir cayó al suelo luego de haber recibido un fuerte golpe en su nuca donde se le quedó marcado el diseño de una espada proveniente del jarrón. Ligeras gotas de sangre cayeron en mi barbilla y sobre mi ropa, aunque sí, fue su rostro el que saludó primero al suelo.

—¡Nos vemos en el maldito infierno, Helena!

𝐃𝐞𝐥𝐢𝐜𝐭𝐢𝐯𝐚 𝗜 "𝑬𝒍 𝑷𝒓𝒊𝒏𝒄𝒊𝒑𝒊𝒐 𝑫𝒆𝒍 𝑭𝒊𝒏𝒂𝒍"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora