Problemas en el hospital

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Después de la muerte surrealista de Adam, Andrea tuvo un descanso de una semana por lo ocurrido y nos estuvieron dando las espantosas terapias grupales que, por supuesto a nadie le gustaban.

Eran horas de estar frente a frente a personas que eran lo último que necesitabas ver en tu asqueroso día escuchando una y otra vez el porqué de ser como tal. Un trauma por aquí, una decepción por allá, padres que te violan por este lado y madres que te abandonan desde pequeño por el otro. Canción tras canción. ¡Todo un maldito aburrimiento!

—A ver, a ver, ¿de qué mierda me va a servir escuchar por qué una niñita fresa se la pasa triste y lloriqueando en su "pequeña mansión"?

— ¡¿Y a mí de qué me va a servir estar al lado de un drogadicto que no tiene ni en qué caerse muerto?!

—Mira rubita, mis padres hacen lo posible por mantenerme aquí. ¡No me vas a venir a humillar como lo único que saben hacer los de tu clase!

—¡De verdad que yo ya no los aguanto! No sé cómo mierda hacía Andrea para soportarlos, pero a mí ya me tienen hasta los cojones —se levantó la practicante de su asiento azotando todos sus papeles contra el suelo y recalcando lo fúrica que nuestra presencia la ponía. No entendiendo cómo lograba Williams amaestrar a los animales siendo ella una simple mujer.

—¿Dónde carajos está Williams? El puto contrato no declaraba sus vacaciones. Ya debería estar aquí —quejaba Flag que ya extrañaba coger con ella mentalmente.

A veces incluso, aunque jodida, con ella era la única con la que nos sentíamos livianamente menos estúpidos y recordados. Nos hacía falta ella; la maldad con la que masoquistamente nos habíamos acostumbrado a sobrevivir.

—¡Qué es lo que está pasando aquí! —por la puerta entró Ángel, el director y dueño del hospital con su toque fino y elegante que por cualquier lado enmarcaba su gran cargo con ese perfume apestoso que podías percibir a kilómetros.

Y como era de costumbre, con alguna travesura tenían que recibir a las visitas. Fabián le lanzó a través de una cerbatana una bolita de papel empapada con su saliva que cayó en su rostro como minúscula bala. Claramente, le hizo enfadar.

Él se regresó a verlo con ganas de querer matarlo, pero comprendiendo que era uno más de nosotros los animales; alguien con quien no valía la pena discutir, sin embargo, detrás de Ángel se apareció la reina del infierno... y no hablo de Andrea. Otra perra descojonada más apareció.

—¡Veo que siguen comportándose como los idiotas que son! —era esa médica con uniforme rojo y lunares en el rostro como en las tetas que ni siquiera Inés, Forment y Andrea juntas podían igualar.

Al verla llegar de sorpresa desde la espalda de su esposo nos paralizó a todos porque su sola presencia maligna y manipuladora significaba malas noticias en cualquier parte, incluso en su casa. Aunque claro, siempre hay un valiente que se atreve a retar al demonio.

—¡Queremos saber dónde está Andrea! —Gómez alzó la voz con esas agallas que nunca soltaba de la garganta.

—¿Por qué diablos le dieron vacaciones a esa descojonada?

—Que Andrea esté aquí o no, no es su problema, pero veo que ya lograron desesperar a una más de las practicantes, así que supongo que necesitan que esté yo con ustedes para que puedan comportarse a la altura de este hospital.

Sebastián soltó a carcajadas con otros dos más, mientras los restantes y yo con una sonrisa sarcástica nos burlábamos del prestigio que le daba a su hospital, que por supuesto no tenía.

—Ya sé lo que están especulando y también sé que me conocen como la portadora de malas noticias porque no solo tengo la cara de ojete; soy una ojete y me vale una mierda lo que piensen de mí, por eso les he venido a comunicar que, a como quieran, disfruten sus últimos meses en este viejo hospital porque será remodelado y cambiado para que pueda cobrarles más —de alguna forma rara su avaricia le lucía tan bien en las uñas como en las caderas tan remarcadas que cargaba siendo esa la única explicación de que algún hombre la soportase y de que mi mente perversa la deseara.

Luego Ángel le arrebató la palabra e intentó alivianar la situación.

—Regresarán a sus casas por un tiempo: tenemos un aproximado de 6 meses para terminar el proyecto y traerlos de vuelta en diciembre para que sus familiares no sufran el tormento de tenerlos ahí en las fiestas de navidad.

—¡Qué mala noticia! No sabes cuánto deseaba pasar esos lindos y divertidos días con ellos (?) —habló Sebas con sarcasmo a las dulces frases del director.

—Por eso les vamos a cumplir el sueño a ellos y a ustedes.

—¡Por fin hacen algo bueno por nosotros! —solté como comentario finalmente con la tristeza que empezaba a sentir.

—Siempre tratamos de hacerlo, pero nunca quieren cooperar —con eso último Ángel nos dejó totalmente callados como si nos hubiera dado la lección de toda nuestra asquerosa y repugnante vida.

Nos quedamos mudos como niños castigados viendo partir al demonio con su Ángel, porque al final de cuentas ya ni quejar queríamos; estábamos hartos o quizá al fin estábamos por madurar: aburridos, pero maduros. Formando un semicírculo a todos nos cayó un tipo de trastorno mixto *una depresión con ansiedad* porque la terrible noticia se presentó cuando escuchamos la frase "regresarán a casa".

Por primera vez nuestra sala se veía en silencio, no era armonía, aunque sí un mutismo pacífico. Unos cabizbaja, otros recargados sobre la silla, pero ninguno sin ganas de querer matarse o planear huir a otro lugar que no fuera su casa. La desesperación comenzó mental y terminó en un mar de lágrimas de muchos.

—¡Hey, chicos! —levantamos la cara para prestar atención a esa jovencilla que nos devolvía el alma con solo oírla—. Es su día de salir al patio, ¿no lo aprovecharán? —llegó Flormaría con su dulce voz que nos salvó de un hundimiento terrible en la psicosis y recordarnos que al menos podíamos morir respirando aire fresco. No quiero admitirlo, pero, aunque sea necesitaba los regaños de Andrea para sacarme de esa ansiedad que me daba el saber que regresaría a casa con mis padres.

Al menos la técnica de la respiración diafragmática en el patio me ayudó a relajarme un poco y también lo aprendí de Andrea cada vez que lo hacía al desesperarse por mi comportamiento y, solo allí pude llegar a pensar que tal vez Ángel tenía razón: siempre trataron de ayudarme, pero siempre me negué.

El miedo de volver a confiar en alguien hacía que mi mente y corazón se cerraran por completo ante cualquier razonamiento y eso incluía el aceptar la ayuda de alguien... que me hiciera sentir estúpida una vez más.

𝐃𝐞𝐥𝐢𝐜𝐭𝐢𝐯𝐚 𝗜 "𝑬𝒍 𝑷𝒓𝒊𝒏𝒄𝒊𝒑𝒊𝒐 𝑫𝒆𝒍 𝑭𝒊𝒏𝒂𝒍"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora