Tripanofobia

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A la mañana siguiente fue a despertarme Andréh con un jugo de naranja súper delicioso que me dio energías para proseguir. Aunque no duró mucho tiempo la felicidad, ya que, Williams me esperaba en la sala de pacientes para reclamarme una vez más...como era su costumbre.

—¿Es posible que puedas joder aún más mis días? —se levantó del sillón y se dirigió a mí mientras su velocidad jugaba con su bata blanca y sus cabellos, que podían ser hermosamente negros, pero en su lugar eran maltratados y despreocupados pelos de zanahoria.

Yo sólo la esperé encogiéndome tratando de resguardarme en la protección de Andréh como una nena temerosa sin su madre. Me pregunté nuevamente ahora qué había hecho yo para que me recibiera así.

—¡Vámonos! —me ordenó mientras jalaba mi brazo sin dejar de remarcar en mi piel sus frívolos dedos delgados.

—Andrea, aún me debe algo, no puedes llevártela —interrumpió Andréh tratando de retenerme con él.

—¿Ah no? —se regresó a él, le dirigió una mirada manipuladora y, en seguida, me ordenó seguir para demostrarle que ni él ni nadie le ponía reglas sobre sus reglas, porque en cuanto pasase el hecho se retiraría del momento para seguir imponiendo su reinado—. Apresúrate, llorona.

Llegamos hasta su oficina para que pudiera torturarme nuevamente con fotografías de homicidios inconclusos por los forenses y culparme como siempre de lo que yo no hice. Tenía esa costumbre de encerrarme con llave llevando la certeza de que no haría mucho para defenderme de sus agresiones. Yo ya era como un león domado por un corderito disfrazado de cazador; lo digo así como referencia a ser una mujer liderando a todos. ¿Cómo lo hacía? No lo sé, pero solo en eso sí quería poder ser como ella.

—¡Siéntate! No quiero bromas, ni balbuceos, ni las estupideces típicas que sueles decir, ¿te queda claro? Que según tú estás muy cuerda e inteligente como para ser una retrasada mental o una esquizofrénica.

Yo sólo la miré con el miedo que siempre me hacía sentir su maldita mirada manipuladora y amargada sin responder nada, sin embargo, ella ya sabía la respuesta. De inmediato, volvió a dejar caer sobre el escritorio las imágenes, aunque esta vez eran distintas. Me cuestionó sobre ellas, pero una vez más; no eran mis homicidios, no había razón para que lo fueran. ¡Si yo no maté a nadie!

Tomé las imágenes con las manos temblando y los labios resecos por no haber tomado la pastilla el día anterior.

—¿Qué es esto, Andrea? ¿Por qué me los muestras? ¿Qué tengo que ver yo con esto? Solo me dan miedo —comenzaba a hablarle muy harta y alterada.

—¡Pero eres estúpida! ¡Ellos, son antiguos compañeros tuyos de la secundaria —habló exaltada con gritos hacia a mí que indirectamente me escupían por su adrenalina y desesperación.

—No, yo no sé quiénes sean. ¡No los conozco, Williams! ¿Por qué me culpas a mí de algo que no hice? ¡Yo ni siquiera he matado a alguien!

—¿Entonces por qué cojones dijiste que habías asesinado a varias personas? —azotando el maletín de archivos y fotografías de todo por lo que me castigaba, seguía echándome la culpa casi por ser una buena escritora.

—Y sí, pero en el libro. Recuerda que me encerraste por lo que yo escribía, no por lo que hacía. Tú y tus ideas locas. ¡Ni siquiera sé por qué estoy aquí! Nunca me lo dijiste.

—¡Te odio! ¿Lo sabes? —terminaba pareciendo rendida, aunque con el orgullo en las manos.

—Me haces saberlo siempre —agregué por último firme pero miedosa.

Para terminar conmigo, azotó sus manos sobre el escritorio y ordenó que me encerraran nuevamente en mi habitación. No seguimos más tiempo, así que por ese día fue la sesión más corta que tuvimos; solo me culpó, se desahogó los corajes, me escupió y se fue.

𝐃𝐞𝐥𝐢𝐜𝐭𝐢𝐯𝐚 𝗜 "𝑬𝒍 𝑷𝒓𝒊𝒏𝒄𝒊𝒑𝒊𝒐 𝑫𝒆𝒍 𝑭𝒊𝒏𝒂𝒍"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora