Capítulo 49

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El cruce de sus labios duró lo suficiente como para arrebatarles todo el aire restante en sus agitados pulmones. Chris se envolvió en los fuertes brazos de Max, permaneciendo aferrado a él sin intención alguna de soltarlo. Temía volver a perderlo.

Se separó únicamente para mirarlo nuevamente a los ojos; esas brillantes y coloridas pupilas que alejaban todos los males de su cabeza, devolviéndole la esperanza perdida. Max la tomó suavemente de los hombros, analizando con la mirada su cuerpo entero y notando la vistosa cicatriz que asomaba de su pantalón.

—¿¡Estás bien!? ¡¿Qué te sucedió? ¿Cómo lograste llegar?! —El bombardeo de preguntas no se hizo esperar, a lo que Chris simplemente respondió acariciándole las orejas con tal de tranquilizarlo.

—Calma, Max, Calma... estoy aquí, eso es lo único que importa. —Este asintió serenamente, dejando descansar su adolorida garganta.

Antes de soltarlo, ella volvió a sorprenderlo con otro corto beso, lo cual terminó por apaciguar al lobo, dejándolo con una gran sonrisa en el hocico. Chris asomó la mirada por encima del hombro de Max, logrando ver a los demás miembros del grupo delante del fuego.

Lentamente se alejó de él, extrañada al vislumbrar la presencia de aquellos dos cánidos desconocidos, quienes le devolvían la mirada con un brillo de emoción en los ojos. El primero en acercarse fue el pastor alemán.

—Me alegro que estés bien —pronunció, despertando una oleada de confusión que golpeó a la humana.

—Eh... —Chris no supo que responder.

—Ah... Claro. —Una pequeña risa se le escapó al darse cuenta de su desorientada expresión—. Soy yo... Sebastián.

—¿Q-qué?, ¿Sebast... —Se interrumpió a sí misma al darse cuenta, ya que la sorpresa no le impidió dar con la verdad—. Te has... te has inyectado la primera versión de Homalis, ¿Cierto?

—Cierto —afirmó rascándose la nuca.

—Pe... pero, ¿cómo? Nunca nadie terminó el suero, es imposible...

—Tuvimos un poco de ayuda —contestó Sebastián volteando y señalando con la pata a su compañero.

Chris arqueó una ceja cuando vio como el anisar restante se acercaba. Aún así la desconfianza se apoderó de ella al no tener certeza de su identidad, pues todos sus conocidos cercanos estaban allí presentes... o habían muerto. Antes de siquiera tener la oportunidad de preguntar y quitarse la duda, el doberman metió la pata en el cuello de su uniforme y sostuvo entre sus garras un pequeño colgante, el cual resultó ser una brillante esfera dorada con dos alas a los lados y dos pequeños cuernos asomados en su parte superior.

Un nudo en su garganta le impidió el habla, Chris apenas lograba digerirlo. Entonces, sus temblorosas piernas no pudieron soportar más su peso y cedieron, siendo atrapada por él antes de tocar el suelo. Enseguida levantó su perpleja mirada hacia aquellos castaños ojos que la observaban con seguridad

—No... No... No, tú estás... Tú estás muerto. —Se dijo a sí misma casi sin aliento, apenas manteniendo la compostura—. A menos que... Por supuesto; la habitación del pánico.

—Tan inteligente como siempre, aunque supongo que no pudiste encontrarla a tiempo —respondió Ángel sonriente, recibiendo un repentino abrazo de Chris.

—Lo siento... Si hubiera sabido antes yo... —Pero se detuvo de repente ahogando un suspiro—. ¿Qué estoy diciendo? Ángel... ¡Estás vivo! —exclamó mientras las pequeñas lágrimas aún caían de sus ojos.

—Es un alivio que estés bien, pareciera que ha pasado una eternidad desde la última vez que nos vimos —rió el cánido correspondiendo el abrazo.

«¿Acaso estoy soñando?»

La evolución de las especiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora