—¿En qué demonios me metí?
La pregunta no dejaba de reincidir en su consciencia. No sólo por el ardor del licor en su garganta, sino por la profunda soledad que lo rodeaba. Pues su única compañía, la luna, no hacía más que alumbrar al infinito desierto junto a aquella carretera engullida por la naturaleza. Además, estaba harto de que el frío viento de la noche lo azotara con ímpetu, provocando que la arena recorriera cada rincón de su cuerpo. Y aunque odiaba las ironías de la vida con toda su alma, levantó entre sus garras la petaca de la que estaba bebiendo. En tal momento, el alcohol era lo único que lo apaciguaba.
Se acomodó sobre el duro capó del todoterreno y agachó las orejas. Abducido por sus pensamientos, sentía como el corazón apenas le demostraba señales de vida, y como pedía a gritos, dolorosos gritos, el regreso de una luz a su cielo, de aquel tesoro que le había sido arrebatado. Esa inquietud, hiriente y traicionera, lo había acompañado desde entonces.
Entonces, el vasto horizonte le dejó paso a una sofocante luz pintada en la lejanía. Max dio un último trago a su bebida y se estiró hacia el interior del vehículo, encendiendo el motor y las luces, rompiendo así con el hermoso baño plateado de la luna. Poco tiempo pasó para que un transporte, similar al suyo, se detuviera en frente cegándolo con sus potentes reflectores.
—¡Las patas donde pueda verlas! —El grito de varias voces lo aturdieron. Cuatro sombras rápidamente bajaron del vehículo.
Sin dubitar obedeció, viendo a los enmascarados abalanzarse contra él. El brillo helado de sus rifles ni siquiera lo inmutó, habían sido incontables las veces en las que el cañón de un arma amenazaba con bañarlo en el fuego de las balas.
—Señor, confirmamos visual con el objetivo, aparentemente está solo —dijo líder del grupo hacia el radio que colgaba de su hombro.
—Procedan con precaución —respondió una voz masculina del otro lado de la línea.
Con el resguardo de los demás soldados armados, este se acercó cautelosamente con el comunicador aferrado entre sus patas. Max no podía ver más que la franja de los ojos detrás de su capucha y máscara, y la única palabra que recibió no fue más que un apenas audible gruñido. El misterioso animal le arrojó el radio con furia.
—Un placer volver a hablar contigo, Max Schuss —modestamente comentó el macho detrás del radio.
—General...
—Demás está decirte que si algo le sucede a mis hombres, no dudaré en despedazar a tus amiguitos.
Max tragó saliva al escuchar la absoluta seriedad del líder enemigo. Había visto ya tantas cosas en esa interminable guerra que ni siquiera le costó imaginarse una escena sangrienta. Pero, no iba a dejarlo suceder, aún si tenía que dar todo por ella, iba a hacerlo.
—Pero antes de nada, Max, debo preguntarte algo. —Su voz se calló, dejando lugar al silbido del viento—. ¿Por qué arriesgar todo por dos humanos? Y no respondas: "porque es lo correcto"; te hemos investigado lo suficiente como para saber que tipo de animal eres.
La melodía de la noche tomó lugar por encima del silencio. Max aferró el aparato a su pecho mientras la respuesta daba vueltas en su cabeza. Pensó en una mentira, pero sabía a lo que se arriesgaba. Así que sólo se limitó a suspirar, permaneciendo con su mirada, llena de un brillante vacío, fija en el estrellado cielo.
—Esa humana que tienes. —Tomó una profunda bocanada y se enfrentó a la verdad—, es mi... —Sin embargo, la voz no le respondía.
—¿Tu...
—Es... Agh... estoy enamorado de ella —finalmente alzó un leve grito, desenredando el asfixiante nudo en su garganta.
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La evolución de las especies
Science Fiction--Sin duda lo que pasó en todo ese tiempo me quitó el sueño por años. --El hecho de que la ciudad estuviese amurallada dejaba a muchos con un intranquilo sentimiento. El gobierno nos mantenía ahí dentro, diciendo que lo mejor era permanecer allí, q...