Capítulo 31

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Una inmensa llanura cubierta de arena se extendía rodeada por cinco grandes dunas, las cuales se veían como altas paredes que resguardaban aquél lugar. Todos los edificios en el campo apagaban sus luces mientras sus habitantes corrían hacia una alta estructura blanquecina con un gran portón abierto. Una tropa de helicópteros comenzaba a descender del aire y sus numerosos tripulantes iban a resguardarse en la inmensa estructura.
Mientras que toda la gente entraba, dos figuras iban en sentido contrario al de toda la multitud. Un hombre vestido de traje se acercó a la salida cuando su perseguidor, un muchacho de cabello rubio lo detuvo.

—Presidente, tiene que volver adentro —dijo el joven, su uniforme negro hacía robusta su figura y en el hombro llevaba como inscripción las letras "AED".

—No mientras mi hija esté allá —respondió tajante. La ronca voz del hombre hizo resoplar al uniformado.

La entrada poco a poco fue quedándose vacía hasta dejarlos solos frente a la gran compuerta abierta, que mostraba el desolado desierto, iluminado por los reflectores dejados atrás. Lo único que allí permanecía eran las grandes aeronaves esparcidas por la llanura.

—¡La puta madre, Ángel! —gritó una gruesa voz detrás de ellos. Cuando ambos se giraron vieron a un tercer hombre, vestido igual que el rubio, su largo cabello lacio ondeaba sobre sus hombros.

—Capitán, no puedo hacerlo entrar en razón —respondió el rubio viendo como su superior se aproximaba con paso pesado.

—Señor, hágame el favor y póngase a salvo —pero el hombre volvió a darle la espalda, aún observaba el desierto—. ¡Víctor, nos vas a matar a todos! —volvió a gritarle, haciendo que este bajara la mirada y se llevara la mano a la cabeza, alborotando su fino cabello canoso.

—Tiene razón, Capitán —giró su mirada, y fijó sus ojos color avellana en los dos—. Voy a buscarla yo —dijo moviéndose hasta uno de los vehículos estacionados en la entrada.

—¿Estás mal de la cabeza?, la enfermedad está por llegar —rápidamente se puso frente a él y lo sostuvo de los hombros, apretando los dientes con fuerza.

—Movete —contestó este tratando de hacer un hueco en la barrera que le había impuesto.

—¡No!, es mi deber que sigás vivo —contestó agarrándolo con más fuerza, recibiendo un empujón que apenas lo movió.

—¡Obedecé, carajo! —intentó nuevamente apartarlo, pero su cuerpo se asemejaba a un muro de piedra.

—¡Ey!, miren —los interrumpió el rubio apuntando hacia fuera. Ambos voltearon y enseguida el hombre de traje sonrió.

En la lejana entrada al lugar, una gran columna de arena perseguía a un vehículo negro, el cual había atravesado la verja a toda velocidad. El militar de mayor rango los apartó de en medio y dejó el camino libre. El vehículo entró a toda velocidad al amplio edificio y derrapó estando adentro de este. Las ruedas se aferraron al suelo deteniendo su avance. De este, otra persona con el mismo uniforme negro bajó, solo que estaba cubierto de sangre. Llevaba una máscara de gas sobre su cabeza, la cual arrojó ni bien salió del interior del auto.

—¡Blake! —gritó el más joven corriendo hacia él.

—¡Un médico! —vociferó con los ojos llenos de lágrimas y la cara empapada de sudor.

El recién llegado se apresuró a abrir la puerta trasera del maltratado vehículo y sacó del asiento a una chica herida. La sangre le teñía la ropa y su cuerpo estaba lleno de raspones y cortes, el rubio color de su cabello era opacado por el carmesí de la sangre.

—¡¿Qué pasó?! —preguntó el hombre, alcanzándolo casi al instante.

—Se accidentó, ¡necesita ayuda médica urgente! —dijo entre jadeos, acomodó mejor a la chica en sus brazos y corrió dentro del lugar, seguido del dúo restante.

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