Veloz fue el regreso, igual a los soplidos del vigoroso viento haciendo danzar cada grano de arena en el desierto. El paso de los pesados transportes e inmensas maquinarias avanzaba a través de los finos remolinos que ascendían al cielo. Sus sombras apenas se diferenciaban de la extensa neblina dorada.
Uno de estos vehículos lideraba la marcha hacia la cercana instalación. Su interior tan sólo era llenado por los silentes y profundos suspiros de sus tripulantes, que con cada parpadeo dado, amenazaban con acabar la escasa serenidad de cada uno. Ambos humanos, separados únicamente por el inexistente espacio entre los dos asientos delanteros, lanzaban miradas discretas entre sí, arrollando todo a su paso.
—Así que, Ángel... perdona... quiero decir, Caleb. —La tenebrosa presencia del silencio desapareció tras el titubeo de Ronan. El científico intentaba quitar la arena que invadía su bata y cabello.
—No llegué a conciliar con ese nombre, Ángel está bien —respondió calmadamente. El perro quedó absorto ante la escasa vista más allá de la ventanilla—. Dígame.
—No había ningún cuerpo en aquel lugar y tampoco mis antepasados encontraron nada en el CNAI cuando se reconstruyó. ¿A dónde fue todo el mundo? —preguntó arqueando una ceja ante ese misterio que ocupaba su mente.
Un temblor atacó las orejas del robusto can y atrajo su atención hacia el pelinegro. Hincando las garras sobre su rodilla le respondió
—Una loca idea llegó a la mente del Presidente antes de que yo entrara a la cápsula, quería guiar a los últimos hacia la antártida.
—Tal vez estén ahí...
—O tal vez ni lograron llegar —interrumpió Sebastián escupiendo hostilidad. El castaño acumulaba tensión sobre sus brazos, pegados al volante.
Resurgiendo de entre las cenizas de la conversación, un nuevo silencio reinó contra el denso ambiente. Ambos quedaron atónitos al sentir la repentina insolencia del joven líder. Ronan mordió su labio al ver al animal comprimiendo el plateado maletín contra su pecho.
—Sebas... —Penetrante lo observó, notando los aires altaneros en él.
—Con todo lo que está pasando lo último que debería preocuparme es de eso.
—Es verdad, perdóname —respondió Ángel volteando una vez más hacia el horizonte.
Las chispas del acalorado cruce de palabras pasaron al olvido, así todos, aplastados por el tenso ambiente, continuaron el resto del viaje como lo habían iniciado; con un silencio sepulcral. Luego le tocó al viento ser acallado por la misma naturaleza, dejando un despejado desierto para el deleite de los inquietos ojos marrones del can. Pronto, frente a él se cruzaron los últimos vestigios de una época olvidada, aquellos edificios en ruinas que luchaban día tras día por no desaparecer bajo la arena.
La idea de un viaje a otro tiempo aún se resistía a entrar en su cabeza, sin embargo, esos edificios, una vez tan altos como el cielo mismo, eran una fuerte prueba de ello. Pero, su atónita atención pronto se dirigió a la inmensa estructura construida en medio de la base (cuya forma se asemejaba más a la de una caja de zapatos), en cuyo portón asomaba un escalofriante y monstruoso agujero advirtiendo la presencia de la guerra pendiente por luchar.
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—¿Estás seguro? —inquirió tembloroso Brian con el cuerpo hecho jirones.
Aquellas heridas lo cubrían entero, como si el blanco y lustroso pelaje, que en algún momento tuvo el orgullo de lucir, fuera un lienzo y los cortes provocados por el filo de las piedras; las pinceladas sobre este. A pesar de su deplorable estado, la melodía del rápido río detrás suyo era lo único ocupando su mente.
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La evolución de las especies
Ciencia Ficción--Sin duda lo que pasó en todo ese tiempo me quitó el sueño por años. --El hecho de que la ciudad estuviese amurallada dejaba a muchos con un intranquilo sentimiento. El gobierno nos mantenía ahí dentro, diciendo que lo mejor era permanecer allí, q...