Capítulo 18

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—¿Qué pasó? —preguntó la joven viendo como su acompañante escapaba guiando al grupo.

—Ese maldito... Tiene un mapa, con todo el tema del zorro nos olvidamos del 4x4 que nos dejamos en la emboscada —su respuesta golpeó a la joven como un balde de agua fría que le heló el cuerpo.

No pudo hablar durante unos  segundos, la abrumadora sensación de ser perseguidos la paralizó y no pudo evitar pensar en lo que pasaría si los atrapaban.
Cuando la distancia que los separaba era considerable intentó calmarse para iniciar una nueva conversación.

—Estamos en graves problemas, ¿qué piensas hacer?.

—Hay que atacar cuanto antes, de lo contrario nos tendrán arrinconados —la normalidad de su respuesta demostraba que el joven esperaba con ansias una razón para empuñar armas y esta era su oportunidad.

—Ni se te ocurra —lo reprendió ella sorprendida por la estupidez de su amigo—. Eso es lo que espera que hagas, si los atacas te estarán esperando, pero si no haces nada ellos tampoco.

—¡Tienen nuestra ubicación!, cuando menos lo esperemos van a lanzar su ofensiva, tenemos que tomar la iniciativa.

—¡Maldición Blake! —Su grito calló al joven dejándolo sin palabras—. No vas a arriesgar ninguna vida, ¡centrate hombre!.

—¿Y qué pretendes que haga? —preguntó esta vez disminuyendo el tono.

—Espera a que ataquen, si es que lo van a hacer, prepara a la gente de Sebastián —ordenó sin olvidar con quien estaba hablando. La actitud terca del soldado era un problema aún mayor que el hecho de una guerra próxima a estallar.

—Pero...

—¡Fin de la discusión! —lo interrumpió perdiendo su poca paciencia restante.

Llegada a ese punto ya no percibía todo aquello como un simple bache, era un problema que amenazaba a su especie y no podía permitir estupideces, ni suyas ni de nadie más. Se dijo que tenía que centrarse mientras las cosas permanecieran igual y eso era lo que iba a hacer.

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El parpadeo de la luz comenzaba a cansar al científico, este se encontraba en el reducido espacio al que llamaba oficina, leyendo uno de los tantos documentos que había sobre su escritorio. Una vez más, la lámpara parpadeó, pero al apagarse su luz no volvió a encender y un resoplido salió de su boca. Agarró instintivamente una linterna en el cajón de su escritorio y siguió leyendo el papel, sin molestarse en cambiar la bombilla.
Las palabras se le mezclaban en la cabeza, sabía cada uno de los nombres de aquellos procesos y químicos, pero se sentía como cuando había iniciado sus estudios. Entre sus dedos sostenía una pluma con uno de sus extremo mordido, producto de los nervios del jefe. Volvió a repasar el escrito de la hoja, buscando algo nuevo a pesar de ya haberlo leído incontables veces.

—Ya tenemos el ADN de los tres, ¿qué más necesito para llegar a esto? —reprodujo en voz alta la misma pregunta que se había hecho durante más de tres décadas.

Revolvió sus negros cabellos en busca de enchufar su cerebro, pero sólo consiguió despeinarse. De repente la luz volvió a encenderse demostrando que la bombilla no se había quemado del todo. Al hacerse de nuevo la luz artificial en la habitación, vio como en el papel y escritorio habían caído varios pelos de su cabeza.

—Genial, allá voy calvicie —comentó de mal humor, al ver todo el pelo que había dejado sobre aquella vieja superficie de madera.

Dejó todo lo que estaba haciendo y se balanceó hacia atrás en su silla, practicamente rendido. Golpeó la mano contra la mesa haciendo que la mayor parte de útiles sobre esta dieran un salto, algunas terminando en el suelo.
Al levantar la mano vio como los pelos se habían pegado a su superficie.

La evolución de las especiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora