Capítulo 41

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La saliva bajó por su cuello al ser consciente del final del túnel, dentro del cual cada fibra de su pelaje temblaba, los desesperados y pesados jadeos salían como fuego de su hocico. El oxidado portón delante de su nariz brilló escasamente al recibir la luz de la linterna apresada por sus garras. Max palpó, de pronto, el negro uniforme que lo cubría, el cual estaba exageradamente abultado desde la última vez que había tenido oportunidad de usarlo.

La abrumadora compañía de las sombras no le dejaba más opción que dejarse llevar por aquella corriente de pensamientos dentro de su mente. Del bolsillo tomó la tarjeta, cuyo tentador perfume aún persistía, y lo acercó al escáner adosado a la puerta, curiosamente lo único intacto en esta. Entonces, el horrible chirrido de la compuerta resonó por el metálico túnel, obligándolo a cubrirse las orejas.

Su calmado paso lo llevó más allá de la pesada puerta, donde la luz del exterior cegó sus ojos, exponiendo el arcoíris pintado en ellos. Una derruida habitación repleta de arena lo recibió, de la cual lo único que quedaba eran las agujereadas y endebles paredes. El techo se había derrumbado, dejándolo a completa merced del castigador sol del desierto. La combinación entre el calor de los rayos de luz y su pelaje y uniforme le hacían sudar hasta la punta de la lengua.

Aunque, no fue impedimento para dejar salir una pequeña y aliviada sonrisa al saber que estaba un paso más adelante de su objetivo. Sin embargo...

—Demasiado escurridizo, Max. —Se hizo lugar a una refinada voz detrás del lobo.

Este reaccionó al instante desenfundando su arma y apuntando hacia la salida del lugar, donde la misma luz del sol reflejaba una delgada y pálida figura. Sintió como la cola buscaba esconderse entre sus piernas al notar el brillante par de ojos verdes atravesando los suyos con gracia y descaro. Ronan alzó lentamente las manos hasta la altura de los hombros.

—Calma, estoy solo y desarmado —dijo caminando hacia él, viendo la incompleta dentadura del lobo al descubierto.

—¿Cómo supiste donde estaba? —gruñó notando como los pelos se le ponían como espinas. Aunque, ya los nervios no le atacaban el pulso, a diferencia del pasado, estaba listo para sentir el gatillo hundirse bajo su dedo.

—Esa puerta detrás tuyo sólo se abre en caso de emergencia extrema —señaló sarcástico—. Pero no quiere decir que esté fuera de nuestra vista.

Nada salió de su lengua, a pesar de verse entorpecido por el amenazante tono del humano su intención se mantenía firme como la piedra. No iba a dejar que las riendas del miedo lo manejaran. El remordimiento no podría cambiar su decisión.

—Dejame ir y no tendré que disparar.

—¿Y quién lo hará? ¿Tú? —Ronan lanzó una pequeña carcajada—, ¿o el bastardo dentro de tu cabeza?

La mera pregunta provocó que un largo escalofrío corriera por su espina y arrancara por completo el aire de sus pulmones. Duro como estatua, Max apretó sus dientes con fuerza, dejando al descubierto sus incompletas y filosas cuchillas.

—¿Qué...

—Todos padecen lo mismo después de romper el bloqueo genético: empiezan a vomitar sangre e incrementan su fuerza y resistencia. —Cada palabra significaba un discreto y lento paso hacia el frente—, hasta que, por último, aparece esa entidad que reclama ser su "instinto".

La risa del humano no tardó en despertar su furia. Ronan no tuvo reparos en continuar avanzando, y aunque aún mostraba en alto los brazos la sonrisa en su rostro continuaba creciendo con cada nervioso gesto por parte de Max.

—Instinto —repitió con gracia—, bonita forma de llamarle a la esquizofrenia.

Las finas carcajadas del científico continuaron perforando sus oídos hasta llevarlos al borde de la explosión. Max intentaba alejarse de su avance, pero sentía la firmeza del gatillo ceder con cada paso del humano.

La evolución de las especiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora