Capítulo 30

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Con un vistazo hacia el costado se dio cuenta del desastre que era la habitación, pero no dijo nada, desde que su enfermedad comenzó, el orden dejó de importarle. Vio a la humana y sonrió sin darse cuenta.

—Perdona el desorden, soy un lío cuando trabajo —no la recordaba tan baja, ya fácilmente le sacaba una cabeza de ventaja.

—No importa... —respondió tratando de ablandar la voz.

Ya nada tenía fácil desde su último colapso. No podía salir de su habitación, y debía ser vigilado todo el día, cosa que le ponía los pelos de punta. Sus dientes y garras se habían afilado demasiado, sin contar que cada día empeoraba el dolor de cabeza que apenas lo dejaba escuchar sus propios pensamientos.

—¿Por qué pediste venir aquí? —preguntó Chris, acomodando el desparramo de documentos sobre su escritorio.

—No puedo más... —dijo soltando un suspiro, sentándose en la cama detrás suya—. Antes veía científicos cerca mío... Ahora son guardias armados hasta los dientes, todos me tratan como a un fenómeno.

—Max, no debes preocuparte por ello... —contestó aún dándole la espalda.

—¡No digas que lo ignore! —el grito solo escapó de su hocico, lo que hizo que Chris diera un sobresalto y volteara al instante—. Lo siento.

Ella solo sonrió, dejando todo los papeles sobre el escritorio para acercarse al lobo. Cuando estuvo frente a frente con él, estiró la mano, alcanzando su oreja. Otra vez acariciaba la zona, haciendole reaccionar ante el fuerte estímulo.

—¿Qué... —un agudo chillido salió de su hocico debido a las caricias de la humana.

—Te conozco desde hace relativamente poco, pero sé una cosa... Seas como seas sigues siendo tú, sin importar si eres gris, blanco, lobo, o híbrido, aún eres Max —tras esto lo soltó y le dijo al oído—. Y mientras yo esté aquí no serás ningún fenómeno.

Esas últimas palabras, pronunciadas con dulzura, hicieron estallar las lágrimas en él, quien se cubrió con su pata para evitar el llanto. Al instante la abrazó con fuerza, no supo hacer otra cosa. En esos escasos meses en los que su vida cambió drásticamente, experimentó el desprecio, el miedo, el odio y rencor, todo hacia él, pero ningún otro lo había tratado como aquella chica humana, que desde el principio, y sin conocerlo de nada, le ofreció el apoyo que tanto carecía.

—Está bien... Tranquilo —ella correspondió sin borrar la sonrisa de sus labios. Ambos se sentaron en su cama, Max aún estaba aferrado a ella.

Chris nunca supo porqué, pero desde su primer encuentro el día de la explosión, se interesó por él. Merecía su atención, más allá de ser la única salvación de su gente, y más allá de ser un animal único por su genética.

—Simplemente no lo entiendo... —sollozó el lobo—. ¿Por qué eres tan buena con nosotros?.

—Cualquiera diría que es por la culpa, pero sinceramente no tengo idea.

—Hazlo... —dijo él, separándose unos centímetros de ella, con las lágrimas aún cayendo de su cara.

—¿A qué?.

—Eso que haces siempre...

Entonces, Chris deslizó su mano por detrás de la oreja de Max y con suavidad comenzó a rascar el lugar nuevamente. Él finalmente cedió y a diferencia del resto de ocasiones, dejó la tensión de lado, inundando su cuerpo de la frágil sensibilidad de aquella zona. Los minutos pasaron en silencio y sin darse cuenta se quedó dormido sobre la suave superficie de la cama. Chris continuó acomodando su cuarto hasta que escuchó varios pasos fuera de su habitación.

La evolución de las especiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora