Capítulo 2

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-Todo esto no estaría pasando si me hubiese quedado quieto. Pues uno de mis pasatiempos es explorar lugares abandonados a los que generalmente la gente teme ir. Luego, lo subo a un blog de internet que mantengo junto a mi mejor mejor amigo... Eso fue lo que me llevó a esto. Pero días antes, ocurrió algo inesperado.


Los estruendos resonaban por la desordenada habitación mientras una gran bola de pelo descansaba hundida entre las alborotadas sábanas. La ventana sufría de los violentos vientos de la tormenta cernida por encima de los rascacielos.

Los ronquidos del lobo contrastaban a los truenos que, a pesar de su ensordecedor rugido, lo dejaban dormir en calma. Sin embargo el golpe seco al otro lado del departamento le hizo pegar un salto de su cama. Dos grandes ojos amarillos relucieron con el tenue brillo del exterior.

-¿Qué? -Pronto se sentó en la cama y mientras se restregaba el rostro miró el reloj en la mesa de noche-. Ugh... Claro, las tres de la madrugada -se quejó con la ronquedad invadiendo su voz.

Enseguida deslizó la pata hacia su teléfono descansando sobre el colchón. La intensa luz de la pantalla le hizo cerrar los ojos un segundo y sus dos pupilas pasaron a ser dos grandes lunas de un brillante rojo. El constante golpear a la puerta martilleaba en su mente.

-¿Eh... -Entornó la mirada hacia el celular, leyendo un texto que entorpecía la pantalla-. ¿Seis llamadas perdidas?

Tan pronto estuvo parado corrió hacia el armario incrustado en la pared frente a él, mientras ponía el aparato cerca de su oreja.

-¿Pasó algo, mamá? -preguntó mordiéndose el labio-, ¿cómo que por qué la pregunta? si me llamas a esta hora es que algo sucedió.

De a poco se acercó a la puerta, vistiendo sus desnudas piernas con el primer pantalón que pudo agarrar en su apuro. Aún seguía centrado en la voz del otro lado de la línea.

-¿De acuerdo, de qué se trata? -Arqueó una ceja al escuchar las tenues palabras de su madre.

Pronto, la llamada se cortó, quedando él con el teléfono entre sus patas. Un vivo naranja, igual al del cercano amanecer, se apoderó de sus ojos.

Dejando escapar un profundo suspiro, el joven lobo se aferró al picaporte de la puerta que separaba su mundo del exterior. Su cabeza, antes ocupada por los insistentes golpeteos a la madera, repetía las últimas palabras de su madre.

«Sé bueno con ella».

Abrió de golpe dejando al helado viento del pasillo chocar contra él. Entonces, cruzó miradas con la responsable de la imparable golpiza a su puerta, la cual aún rebotaba en sus oídos.

Ahí parada lo observaba, con el helado filo de sus dos piedras ámbar, una loba de su misma coloración. Sonriente bajo la sombra de la capucha que cubría su cabeza, levantó la vista hacia él.

-Eh... ¿Sí? -carraspeó al encontrarse con la esbelta hembra sólo a unos pocos centímetros suyo.

-¿Max Schuss? -preguntó desvelando su endurecida voz causante de un largo escalofrío por su espalda.

-Ajá... ¿Necesitas algo? -inquirió dudoso mientras intentaba mantener abiertos los ojos.

-Me ofendes, lobito -sopló ella entre risas y sus filosas garras se alzaron a su cabeza para quitarse la capucha-, ¿ya te has olvidado de mí?

Nuevamente la observó de arriba abajo, posando la mirada en su delgado rostro y dándole un vuelco a su corazón. Sacudió un momento la cabeza cerrando ambos ojos, los cuales volvieron a ver la luz siendo totalmente blancos.

-No puede ser -Boquiabierto se arrimó a ella-, ¿Aish? -dudó con los labios temblorosos.

-Sorpre... -La suavidad de sus palabras se vio interrumpida cuando recibió el arrollador abrazo de su hermano. El silencio invadió su hocico al sentir las lágrimas caer por su espalda-. Entiendo, yo también te extrañé, hermanito.

Aprisionándola con fuerza, el grisáceo lobo posó la cabeza sobre su hombro, notando como las gotas surcaban sus mejillas.

-Nunca... -susurró perdiendo la voz en lo más profundo de su garganta-. Nunca imaginé volver a verte en mi vida.

-Tranquilo. -Suavemente acarició su cabeza mientras se concentraba en su inaudible sollozo-, veo que sigues siendo el mismo cachorro llorón de siempre.

-En verdad eres tú -exclamó despegándose de su lado y tomándola por los hombros-. ¡Han pasado casi diez años! -Se estremeció al sentir como sus suaves patas le secaban las lágrimas-. Pero... ¿cómo me encontraste y dónde has estado?.

-¿Podemos hablar dentro? -Le cortó volteando la vista hacia ambos lados del desolado pasillo.

-Cla... Claro, entra. -Apartándose de la puerta le dejó paso a su suave y provocador caminar.

Con un último vistazo al pasillo, cuya única luz parpadeaba intensamente junto a las lejanas escaleras del fondo, cerró gentilmente la puerta, escuchando el desgarrador chillido de sus descuidadas bisagras.

Sintiendo aún las gotas caerle por los ojos se fijó en su hermana. Su opaco pelaje, similar al suyo, brillaba tenuemente con la escasa luz de la ventana. Sin embargo, la oscuridad le permitió vislumbrar su cuerpo esbelto lleno de viejas cicatrices asomando de sus fornidas piernas.

Un ahogado suspiro se escapó de su garganta al ver, sobre su cabeza, su figura incompleta por la falta de una media oreja. La vieja herida ocupó todos sus pensamientos.

-No sé que decir -comenzó sosteniéndose en la pared con las patas pegadas a su hocico.

-No digas nada, entonces -respondió mostrando sus filosos colmillos en una pequeña sonrisa.

-Aisha, han sido casi diez años, no... No puedo simplemente callarme.

-Escucha, me encantaría hablar de todo, pero con esta lluvia huelo a perro mojado -volvió a callarlo, mordiéndose el labio-. Primero una ducha y luego una charla, ¿sí, Max?

-Agh... Bien, es justo -accedió él sin despegar la vista de ella-. Junto a la cocina, primera puerta a la izquierda -indicó sentándose en el sofá. Tuvo que hacerlo porque las patas no le daban más, todo había sido tan repentino, toda esa mezcla de emociones que pasaba por su cabeza en ese momento le hizo sentir que se desvanecía.

Ella solo suspiró y se metió al baño con el bolso de viaje que traía colgado del hombro. Lo último que se escuchó fue el leve golpe de la puerta al cerrarse.

-Mierda -dijo para si mismo y tomó el celular de su bolsillo, apresurándose por llamar a alguien-. Mamá... ¡Supongo que me debes una explicación!

Cansado se recostó en el sofá, cerrando los ojos al borde de caer nuevamente en el sueño, lo cual no duró mucho al escuchar lo que la voz en el teléfono le diría.

-¿¡Mudarse aquí!? -Sus ojos blancos acompañaron al intenso latir de su corazón. Iba a tener problemas.

La evolución de las especiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora