Capítulo 37

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El fino fulgor de la luna, acurrucada en las vaporosas nubes de la lejanía, se reflejaba en el agrietado asfalto repleto de verdes raíces. De pronto, el amarillento halo de los faros de un vehículo rompió con el plateado resplandor del satélite. Y alterando la natural sinfonía de la noche, el rugido de un recio vehículo pasó a toda velocidad por el desolado camino. Una gran fila de transportes semejantes lo seguía

Aquel solitario sendero había sido invadido por el levantamiento de miles de árboles, cuyos robustos troncos y sanas hojas, verdes como el cesped responsable de la cubierta al rugoso hormigón, reinaban al costado de la carretera. Ni los potentes faros parecían poder mostrar un final para el frondoso bosque.

—¡Nunca creí que saldríamos de allí! —exclamó el dálmata envuelto en gozo, chocando el puño con su compañero—. Todo gracias a un condenado humano.

—No olvides el recuerdo que nos llevamos —contestó el viejo zorro, señalando hacia atrás con los ojos.

Donde ambos asientos se unían, allí estaba, con el torrente a punto de estallar sobre sus ojos. El largo trozo de tela que cubría su mandíbula dejaba su hablar limitado a insistentes gritos sordos. Además, una gruesa cuerda, apretada en un nudo sobre sus muñecas, la hería con cada vano sacudón en busca de libertad.

Un súbito salto, producto de los diversos baches, le hizo levantar la cabeza, mezclando sus dos avellanas piedras con el amarillo de los ojos del zorro, su ronca voz rápidamente llenó la atmósfera.

—¿Es quien creo que es? —preguntó con la malicia pintada en sus labios. Con cuidado le quitó la mordaza de la boca—. Tu nombre. —Siendo una respuesta lo último en escucharse.

—Concuerda con la descripción que nos dio Dennis, tenemos el premio gordo. —La miró de reojo dando golpecitos al volante—. ¿Crees que su cabeza valga algo?

—Por supuesto, es una de los cuatro líderes en ese lugar junto al otro al que atrapamos, pero ese no va a hablar —contestó mostrando los colmillos, gruñendo hacia ella.

—Escuchen... Cometen un gravísimo error. —Rompió el silencio con su voz debilitada, dejando al temor ser dueño de sus palabras.

—¿Ah sí?, pues no me parece. —Rió burlón el dálmata—. Ganamos esta vez y no estás en posición de hablar hasta que te lo digamos. —Sin dejar la vista al frente volvió a cubrirle la mandíbula.

Los flojos gritos ahogados retornaron, culminando al poco tiempo. El ardor de sus muñecas mitigada su inútil escape, permaneciendo inmóvil con su vista dirigida a la oscuridad más allá del parabrisas.

Un pensamiento abrumador pasó en su mente como el filo responsable de una frustrante migraña. El mortal agujero del portón ocupaba todas sus preocupaciones; aquella barrera entre la vida y la muerte que su hogar guardaba.

—Te recomiendo dormir ahora, porque no tendrás mucho tiempo para hacerlo cuando lleguemos —sugirió enganchando en ella su encendida mirada.

—¿En serio?, carajo... El encierro te ha ablandado —dijo entre dientes —, Schuss. —Antes su última palabra, la humana pegó un sobresalto.

—Brian, recuerda lo que dijo el general: "no somos como ellos".

—Jack ya no está aquí, ahora estoy yo al mando y si tienen que sufrir, sufrirán —dijo acomodándose en su asiento—, pero mientras se calle, por mí bien. —Un suspiro se escapó de su hocico de repente—. Así que quietecita ¿entendido?

—¿Quién crees que esté al mando en la base? —Un leve crujido sonó en su cuerpo al estirarse en el pequeño espacio del asiento.

—¿Quieres apostar?

La evolución de las especiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora