Capítulo 7

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—¿Qué es esta cosa? —preguntó Aish examinando meticulosamente el aparato mientras lo sostenía con su pata, dándole vueltas.

—¡Ten cuidado con eso! —exclamó Ray asustándola y provocando que se le cayera el objeto. Nada más verlo caer, el joven león lo atrapó con gran destreza.

Al ver su desesperada reacción, Max le preguntó.

—¿Qué es? —había visto la preocupada expresión de su amigo.

—Algo que puede llegar a ser muy valioso... Demasiado —explicó recuperándose de la impresión del momento.

—Parece un teléfono, pero con ¿teclas y una antena? —dudó la loba ladeando la cabeza.

—Conozco estas cosas, he leído bastante sobre ellas para saber que se usaban hace añares y que hay animales dispuestos a pagar una millonada por esto —contó mirando fijamente hacia Aish, como resentido de que a la loba se le cayera tan importante dispositivo, a pesar de que parte de la culpa había sido suya.

—Debe poder convertir las plantas en dinero si es tan preciado —ironizó la hembra incómoda ya que Ray mantenía una mirada furiosa hacia ella y apretaba los dientes con fuerza.

Ante la confusión de los hermanos, el felino se dispuso a contarles todo lo que sabía sobre esos artefactos. Resulta que eran un medio de comunicación militar, totalmente obsoletos para aquél entonces, ya que el gobierno los había hecho desaparecer de la nada, así habían pasado décadas desde la última vez que se vio uno. Esos dispositivos eran intensamente buscados por muchos curiosos, incluyendo a la prensa, quienes estaban dispuestos a ofrecer inmensas cantidades de dinero por encontrar uno, sin embargo, hasta ese día no se supo porque eran tan valiosos.

—¡Podemos hacernos ricos con eso y yo casi lo rompo!... Que imbécil —se culpó Aish con frustración tirándose de las orejas. A pesar de esto, la idea de conseguir muchísimo dinero por su descubrimiento le levantó los animos al instante.

—Si, aunque quisiera probarlo antes de nada, he oído muchas cosas sobre estos y realmente quisiera ver uno funcionando —pidió el león.

—No lo sé... ¿Y si lo rompemos?
—se preguntó el lobo recibiendo una mirada rechazante de sus contrarios respondiendo negativamente a esas inquietudes—. ¡Va!, ¡Qué más da!.

La euforia de los tres tenía una fuerte presencia en la habitación, cada uno con sus propios deseos provenientes de aquel extraño objeto. Max se dejó llevar por la palabrería de su mejor amigo, ya que pensaba en la fama que conseguiría gracias a su descubrimiento. Mientras, Aish y Ray pensaban en el dinero antes que en el reconocimiento, la idea de que el efectivo les cayera  del cielo los dejó ilusionarse muy pronto.

—¿Cómo se enciende eso, Ray?
—preguntó Max.

—Veamos...

El felino sabía que cualquiera de esos viejos comunicadores carecían de una fuente de energía, se recargaban por ejemplo. Con eso en mente se acercó a la caja en donde venía el dispositivo y observó un papel junto con un cargador.

—Una frecuencia —murmuró Ray para él mismo luego de leer el papel.

El león conectó el aparato a la corriente, rogando por que funcione, y este provocó un pitido en el dispositivo demostrando que reconocía la carga de la batería.

—¡Funciona! —pegó un grito ahogado por la emoción.

Inmediatamente trató de encenderlo presionando el botón más llamativo que había, provocando que la pantalla se iluminara en un tono azul, y a su vez mostrando un número específico, al instante Ray reconoció los números que estaban escritos en el papel, estos eran los mismos que mostraba la pantalla.
Una lluvia de preguntas de ambos hermanos le cayó encima, a lo que simplemente respondió que funcionaba. Mantuvo presionado un botón situado en el lateral del negro y rectangular dispositivo acercándolo a su cara.

La evolución de las especiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora