Capítulo 33

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La alborotada arena volaba transformándose en un torbellino provocado por la fuerza de las toscas hélices de aquellas máquinas, cada una tan atestada de gente como la anterior. Entre tantas aeronaves resaltaban dos figuras, erguidas bajo la sombra del transporte más grande. El trajeado hombre charlaba con el joven militar, mientras el resto de extranjeros desaparecían en el interior de aquellas toscas estructuras. Blake lo vio tan eufórico como nunca antes, sabía perfectamente como se sentía; totalmente libre, sin la necesidad de una máscara.

—A pesar de todo... Tengo que decirle gracias, estamos a un paso más de volver a ser una sociedad de nuevo —dijo opacando una sonrisa, actuando tan elegante como siempre.

—No olvides nuestro acuerdo —respondió el joven cruzado de brazos. Entornaba los ojos por la arena que flotaba en el aire.

—Tranquilo, Pastore, aún tú y yo no hemos terminado, traeré más hombres y más armas para ayudarlos en su guerra —sin más para decir pegó un salto dentro del helicóptero—. ¡Y no lo olvide, aún no somos aliados, solo cumplo con mi parte! —gritó por el ensordecedor sonido del motor y la puerta en la que había entrado se cerró con un golpe.

Aquella flota de metálicos pájaros pronto se perdió en las densas nubes del horizonte, las cuales escondían al abrasante sol que siempre azotaba el desierto. El rugido de los motores dejó de escucharse, dando lugar a unos firmes pasos hundiéndose en la arena. Blake escuchó la tan cálida voz de su novio.

—Al fin... —suspiró Sebastián observando como aquellos lejanos puntos en el cielo desaparecían—. Nunca imaginé que se quedaran tanto tiempo... Estas siete semanas han sido de lo más estresantes.

—Vamos, dilo... Di que necesitas un descanso —Blake sonrió dándose la vuelta, apurándose en robarle un beso ni bien lo tuvo cerca.

—Y uno muy largo, voy a dormir como un tronco —contestó devolviéndole el gesto.

—Además de dormir, ¿qué harás? —preguntó mostrándole un puchero, caminando junto a él hacia el interior.

—Que sí... Por fin podremos pasar un tiempo juntos, no seas tan infantil.

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Treinta lunas habían iluminado las instalaciones desde aquella noche, cuya mágica llama aún seguía prendida en sus corazones. A pesar de que la vergüenza y el miedo no se hicieron esperar luego de tal encuentro, todo se curó con el pasar de los días. Sin duda quisieron volver a intentarlo y así fue; día tras día, semana tras semana, su unión se repitió, no haciendo más que intensificarse. Lo sentían tan adictivo y atractivo que era inevitable el evitarlo.
Y allí estaban nuevamente, acostados en la cama de aquella oscura habitación. Ella podía percibir cada movimiento y escuchar hasta el más leve ronquido que saliera del joven lobo, el cual la refugiaba con sus cálidos brazos, enterrando la cabeza en su pecho. Suavemente lo separó de su lado y se sentó en la cama, buscando en el cajón de la mesa a su costado. Se llevó un desagrado al encontrar lo que buscaba: una pequeña y alargada tablilla de pastillas... Totalmente vacía.
Ya vestida se asomó por el pasillo, mirando hasta donde su vista llegase en esa abrumadora oscuridad. Con una pequeña linterna en la mano se movió ágilmente entre las sombras, hasta llegar al ascensor, el cual con su luz la cegó al abrirse. Llegando a un lugar gigantesco con apenas tenues luces que lo iluminaban, pero se concentró en una especie de local incrustado en la pared, de los tantos que allí había. Allí las filas de estantes se extendían hasta el fondo del lugar, entonces comenzó a buscar. Revisó minuciosamente todo el contenido que allí había, intentando no perturbar la calma en ese sitio, lo último que buscaba era ser descubierta. Una vez consiguió lo que tanto buscaba se introdujo nuevamente en la penumbra. Sin embargo al cruzar la gran abertura que daba a uno de aquellos infinitos pasillos...

La evolución de las especiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora