Capítulo 34

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Su habitación estaba infestada de la tan cotidiana oscuridad que le hacía erizar el pelaje. El abrumador silencio ocupaba su cabeza en todo momento, ya estaba enfermo de él. Tenía que levantarse, hacer algo para despejar el nudo en su mente, pero por más que quisiera despegarse de la cama, su adolorido cuerpo clamaba a gritos por tranquilidad.
El reloj sobre la mesa de noche era la única tenue luz que rompía las penumbras, aún le quedaban unas horas de sueño antes del próximo entrenamiento, el cual acabaría con lo poco que quedaba de su maltratado físico. Pero a pesar de todo iba a seguir con ello.
Todos sus músculos se sintieron como astillas rotas al momento de levantarse, dejando al joven zorro casi sin el aliento necesario para seguir adelante. Pronto notó algo a un lado del reloj: un objeto cuadrado del tamaño de su pata. El cual al abrirlo le mostró unos arrugados y casi inservibles billetes junto a una pequeña foto. Una sonrisa se asomó entre sus labios al ver la imagen; un delgado zorro blanco abrazando a dos pequeños lobos grises. Alzó la vista hacia el techo, sus abrillantados ojos resaltaron en toda esa oscuridad.

—Vamos... Estoy a punto de terminar con esto, solo un poco más —intentó calmarse, pero seguía siendo atormentado por la única imagen que no podía borrar ni por un segundo: su hermano con un arma pegada a la cabeza. No era lo suficientemente valiente como para imaginar el resto.

Sin aviso previo, el fuerte retumbar de un golpe le arrancó esos traicioneros pensamientos. Un leve gruñido salió de su hocico al levantarse. Con la pata agarrando el picaporte suspiró profundo, preparado para enfrentar a quien sea que se atrevía a perturbar su corta paz. Pero las palabras se le ahogaron en lo más profundo de la garganta cuando vio a la robusta figura tras la puerta.

—¿En serio?, son las cinco y media —se quejó rodando los ojos nada más verlo acomodar el arma que colgaba de su hombro.

—Tienes cinco minutos —fríamente el castaño contestó, observándolo de arriba a abajo.

—Buenos días para ti también —dijo tajante dando un portazo.

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Parados ya en el extenso y sorprendentemente helado campo de tiro, ambos se miraron fijo. Blake extendió su arma hacia el zorro, sin mediar más que un «sabes que hacer». Los estruendos no tardaron en comenzar, llenando el ambiente del fuerte olor a la pólvora que volaba en el aire. El silbido en sus orejas apareció tras los primeros fogonazos, pero no fue peso suficiente para detenerlo hasta que el arma dejó de escupir fuego. Todas los blancos en la proximidad quedaron agujereados.

—Muy bien, pero no te confíes demasiado en el cargador —dijo acercándose a él, sosteniendo un alargado rectángulo en la mano—. Adelante.

Ágiles, sus dedos acariciaron como pluma el cuerpo del fusil, dejando caer el viejo cargador al mismo tiempo que uno nuevo reemplazaba su lugar. El crujir del mecanismo dejaba en claro que estaba lista para volver a usarse. Entonces sintió la mano del humano en su hombro, al darse la vuelta, una pequeña sonrisa lo recibió.

—Ojalá que no, pero si llega una próxima batalla, ¿puedo contar contigo?.

—No lo dudes —contestó el zorro devolviendo el gesto.

—Perfecto... —enseguida le arrebató el arma de las patas y dejándola a un lado desenfundó su cuchillo—. Acabemos con esto.

El ruido de la puerta lo distrajo un momento, enseguida vio como Sebastián entraba por ella. Sus dudosos y frenados pasos acompañados de una sombría expresión en su rostro hicieron que a Blake le corriera un escalofrío por la espalda.

—¿Qué haces levantado tan temprano? —preguntó con rapidez, viendo como el de pelo largo pegaba un salto al escucharlo—. ¿Sebas?.

—Tengo que hablar contigo —totalmente débil, su voz parecía partirse al salir de entre sus labios.

La evolución de las especiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora