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Harry.

Su mirada dura y molesta me intimidaba desde hace diez minutos.

—¿Tú crees que por ser un Styles tienes un puesto asegurado aquí?

—No, claro que no, papá —moví mi cabeza negando, intentaba mantenerme calmado.

—¿Te das cuenta de que por mandar esos planos mal hechos, no nos dieron el contrato? ¿Sabes a cuanta pérdida equivale eso? —solo lo miré en silencio, no me atrevía a hablar. —Respóndeme, mierda —dijo golpeando su escritorio.

—Te juro que me esfuerzo.

—Largo —señaló la puerta con su dedo.—Y no regreses a esta oficina hasta que tengas algún proyecto decente para mostrarme ¿Entendiste?

—Lo siento, papá, te juro que me esfuerzo, papá —repetí una y mil veces caminando torpemente hasta la salida.

Una vez fuera corrí prácticamente a mi oficina a encerrarme. Al llegar, cerré la puerta y me hice una pequeña bolita. Mis lágrimas caían sin poder contenerme.

Papá siempre me ha dicho que los hombres no deben llorar, pero imaginarme que soy su decepción más grande me rompe por completo. Puede que ya sea un hombre hecho y derecho aún así tengo sentimientos, es algo que quizá nunca nadie se da cuenta o se toma el tiempo de notar, también soy una persona.

No sé cuanto tiempo mas paso, mis lágrimas no paraban de caer, esto solo provocó que tuviera empapada la camisa y que mi rostro estuviera muy rojo e hinchado.

Mientras me secaba con las mangas el rostro, escuché unos gritos fuera de la oficina. Cuando afiné bien mi oído me di cuenta que eran gritos de mi secretaria y otra voz, si era Lucrecia puede darse media vuelta porque no quiero soportar su voz ni sus berrinches en estos momentos.

—Señorita, no puede pasar —escuché a mi secretaria gritar desde fuera.

—Me importa una mierda —la puerta se abrió y apareció una furiosa Sarella con la respiración agitada.

—Por favor, retírese o llamaré a seguridad.

—No —intervine. —Esta bien, gracias.

Mi pobre secretaria se retiro mirando mal a la italiana. Ella, mas calmada giró sus talones cuando la puerta se cerro y me regaló una mirada confundida ¿Qué hacía aquí?

—¿Estás bien? —se intentó acercar a mí con una mirada preocupada.

—Ya no puedo más —no logré contenerme y me solté a llorar.

Ella corrió hacia mí y ambos caímos al suelo mientras me consolaba y abrazaba. Sentí un gran alivio al oler su aroma y estar entre sus brazos, es como si una pequeña parte de mi se curó instantáneamente al sentirla cerca.

—¿Qué pasó? —sus manos sujetaron mis mejillas obligándome a verla.

—Aquí no.

Ambos nos levantamos y salimos de mi oficina, mirando que no viniera nadie la hice ingresar por las escaleras de seguridad para luego subir algunos pisos más arriba. Al llegar al piso superior la abrí dejando ver a todo Nueva York ante nuestros ojos.

—¡Wow! —es lo único que ella dijo. —Que bonita vista.

—Es uno de mis lugares favoritos, lo descubrí a los quince años y vengo aquí cada vez que las cosas se vuelven locas —ambos soltamos una risa cansada para sentarnos en un muro que había en la azotea.

—Es un buen escondite —aceptó. —¿Me dirás que pasó?

—Primero dime qué haces aquí.

—Estaba en mi casa pintando tranquilamente, pero no sé, empecé a sentirme extraña e inquieta —suspiró admirando la bella vista que teníamos delante. —Entonces mis pensamientos llegaron a ti, así que decidí venir a verte.

Bohemian in New York [H.S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora