~10~

209 22 0
                                        

Me sentía rota.

Un sentimiento que no lograba entender ni explicar, sólo quería llorar, llorar tanto hasta quedarme dormida y con ganas de no volver a despertar.

Había añorado tanto con volar, con mis propias alas, volar junto a mis amigos, pero ahora sé que eso sería imposible, y me dolía el hecho de que mis alas estaban completamente rotas.

Me había alejado de Circe y sólo me senté en una roca, con mis piernas contra mi pecho mientras las abrazaba, veía al frente tratando de contener mis lágrimas, pero era imposible, porque ellas salían sin previo aviso. Quizás ha pasado como media hora desde que Circe me había dicho esa triste noticia, y ella pareció entenderlo y me dejó estar sola.

Miré de refilón, y ella estaba a unos cuantos metros de mí, estaba sentada en el suelo con su espalda apoyada en un árbol mientras lanzaba pequeñas piedras al vacío, ella me dijo que no se iría hasta que estuviera lista de querer irme.

Circe es necia.

Le había dicho que podía irse de regreso a Lysengler, que yo podría llamar a Haniel y que él viniera por mí, a lo que ella se negó rotundamente, y sólo me dió mi espacio.

—¿Piensas pasar el resto de la tarde sentada allí esperando por mí?— Le pregunté volteándome a verla.

—¿Es tan malo esperar por ti?— Contraatacó.

Levantó la vista para verme, su semblante estaba un tanto serio, un poco cansado, pero para nada intimidante, incluso se levantó y caminó hasta a mí y se arrodilló al frente de mí y soltó un pequeño suspiro.

—Samay.—Su voz sonó suave y con ese tono refinado.—Podemos pasar la noche aquí si quieres, dormir en la tierra en medio de los árboles, tú en esta roca un tanto incómoda y yo al lado en la tierra dejando que los insectos invadan mi cuerpo.—Me sonrió.—O podemos ir de vuelta a Lysengler y que te des una ducha y luego vayas a tú cita con Uriel.—Me miró vacilante y yo suspiré.—Cualquier opción estará bien para mí.

—Eres necia ¿Sabías eso?

—Sólo trato de ser una buena amiga.— Sonrió y yo hice lo mismo.—Aunque eres un desastre.

—Que halago.— Alcé mis cejas con ironía y ella sonrió divertida y luego se levantó del suelo extendiendo su mano derecha para que la tomara.

—Vamos Samay, no quiero que pases frío en esta montaña cuando tienes a alguien esperándote del otro lado para darte calor.— Dijo con una sonrisa y yo miré su mano y solté un suspiro derrotada.

Si toco su mano nada malo pasará ¿Cierto?

Tomé su mano y ella me jaló con cuidado pero algo hizo que cayera encima de ella y todo colapsó.

Otra vez no.

¡Circe!

—¡Samay!

Abrí mis ojos lentamente sintiendo una gran picazón en mi garganta haciendo que tosiera con fuerza, no podía parar, me picaba demasiado y cuando fue cesando la tos, recobré mi compostura y me levanté del suelo.

Todo estaba oscuro, podía escuchar gritos ahogados desde lejos, gruñidos con fuerza y gemidos de dolor.

¿Dónde estoy?

¿Qué es todo ese ruido?

Alzo mi mano para poder iluminar un poco el lugar en donde me encuentro, y cuando lo hago, un grito ahogado sale de mí.

Por favor no...

¡No!

Hay demasiados cuerpos a mi alrededor llenos de sangre, alas rotas y ardiendo en fuego, ángeles muertos por doquier, era una aglomeración de cuerpos muertos.

ÁNGELESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora