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Una vez que llegamos a mi dormitorio, Deva estaba ahí en su cama leyendo un libro que era desconocido para mí, pero al vernos corrió hasta nosotras y su rostro se tornó más preocupado de lo que alguna vez había visto.

Tuve que decirle todo, de la pelea con los demonios y nuestro encuentro con el ángel de la muerte, y a medida que escuchaba el relato me miraba con temor y luego veía a Circe con una expresión llena de tristeza y dolor.

Circe estaba sentada en el suelo, su cabeza cabizbaja y sus manos entrelazadas, su rostro lleno de lágrimas y sus ojos estaban rojos por el llanto.

—Déjame buscar lo necesario para ayudarte a limpiar la sangre.—Me dijo Deva y asentí.

Circe no quería sentarse en la cama, ni siquiera en una silla, ella parecía ida en su mundo, ajena a nuestro alrededor, y la tristeza me consumía al verla así.

Maldito demonio de la muerte.

Ten.—Deva me extendió un paño blanco húmedo y lo tomé.

Me coloqué detrás de Circe, y tragué en seco al ver su camisa rota por detrás, mostrando las raíces de sus alas llenas de sangre negra, y ver aquello me revolvió el estómago.

—Voy a limpiar un poco la sangre, luego te llevaré a la ducha.—Le dije con delicadeza cerca de su oído pero ella ni siquiera se inmutó.

Deva se sentó al frente de Circe y vi las ganas que tenía de llorar al verla así. Ver a un ángel con sus alas rotas, era una escena tan horrible que no quisieras ver nunca, y era normal que Deva estuviera así al ver a Circe, porque nadie quería ver un ángel sufrir de esa manera.

Limpié el resto de sangre que había en su espalda, y luego coloqué mi mano cerca de las raíces de sus alas y desaparecí lentamente su herida y la escuché suspirar.

—Iré por algo de comer.—Anunció Deva levantándose del suelo y mirándome.—Mientras la llevas a duchar.

—Está bien.—Le dije y ella asintió y luego se marchó.

Levanté a Circe del suelo y la llevé hasta el baño y cerré la puerta con seguro detrás de mí, luego me giré para ayudarla a quitarse la ropa, porque ella parecía no tener vida justo ahora para hacerlo.

—¿Quieres qué entré a la ducha contigo y ayudarte?—Pregunté y ella al fin levantó su vista para verme.

—No, gracias.—Murmuró.—Puedo hacerlo sola, Samay.

—Está bien.

Ella terminó de quitarse el pantalón y luego tomé su ropa que estaba en el suelo y salí del baño.

Me sentía estúpida, dolida, llena de rabia, y con ganas de encerrarme en un hueco oscuro hasta que me entren las ganas de volver a salir.

Jamás pensé ver a Circe en una situación tan dolorosa cómo ésta, y tampoco pensé encontrarme con el ángel de la muerte, pero las ganas de matarlo eran increíblemente altas.

Pero me sentía como una estúpida por haberle confesado a Circe que me gustaba, me rehusaba por completo a sentir una mínima cosa por ella, y mientras más me negaba a eso, más sentía por ella, pero terminé de confirmarlo por completo el día que me molesté por verla coquetear con Deva, es que simplemente me hirvió la sangre de una manera demoníaca.

Pero, ¿Sabes lo peor qué es tener qué confesar tus sentimientos a alguien qué te guste? Que ese alguien termine rechazándote por completo.

Circe rechazaba mis sentimientos, no había necesidad de que me lo dijera, yo ya podía sentirlo desde que se lo confesé.

ÁNGELESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora