Capítulo cinco

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El lunes había llegado al fin. Aquel terrible día que todos odiamos, aunque esa ocasión era diferente para mí.

El despertador sonó exactamente a las siete de la mañana, informándome que debía levantarme para llegar a mi primer día de escuela. No fue para nada difícil despertar, pues ya me había acostumbrado al horario surcoreano.

Era obligatorio tomar un año de aprendizaje del idioma natal antes de iniciar por fin con la carrera universitaria.

Retiré las mantas en las que estaba envuelta y me senté sobre la orilla de la cama. Pasaron algunos segundos hasta despertar completamente, y luego me puse de pie para deslizar las cortinas y permitir la entrada a la luz matutina.

— Es momento de ducharme — dije.

Coloqué mi toalla sobre uno de mis hombros y me dirigí hacia el baño, donde no tardé más de quince minutos.

Tiempo después estaba de pie frente al espejo, admirando la estructura de mi atuendo: un cárdigan corto, tejido de color blanco con pequeñas margaritas bordadas, un jean vaquero azul celeste con los dobladillos de las piernas un poco desgastados intencionalmente. También, un abrigo con pequeños cuadrados marrones y parches de terciopelo en los codos; un par de tenis Nike color blanco con detalles en colores pastel se ajustaban a mis pies.

Finalmente, mi cabello estaba alisado y terminaba a la altura de mis hombros, sujetado con dos horquillas de perlas detrás de mis orejas que complementaban el tierno y cálido look que había elegido.

Jennifer también estaba lista para salir, incluso dos decenas de minutos antes de lo establecido. Considerando el tiempo extra que teníamos, tomamos nuestras cosas y salimos del departamento para visitar una tienda de conveniencia y comprar un café coreano.

Compartimos una aventura intentando encontrar la estación de ómnibuses con dirección a nuestra universidad. Tardamos casi veinte minutos en encontrarla, hasta que subimos al transporte.

A pesar de que ya conocíamos un poco la ciudad, no habíamos tenido la oportunidad de conocer la ruta exacta hacia la universidad. La escuela de idiomas donde aprendimos coreano estaba en otro sitio.

— Que bueno que salimos antes. Posiblemente llegamos tarde si no hubiéramos estado listas hace cinco minutos — dijo Jennifer.

— Ni que lo digas — respondí —, no podemos darnos esos lujos todavía.

Ambas reímos un poco, pero alguien dentro del autobús nos pidió guardar silencio. Accedimos sin reclamar, las costumbres en Corea eran distintas que en México o Colombia.

Pasados unos minutos de continua observación a nuestros alrededores, con el único propósito de reconocer el camino, llegamos a la que sería nuestra escuela durante cuatro años.

Contrario a mí, Jennifer había elegido una carrera de ciencias exactas, así que las áreas curriculares estaban completamente separadas. Aun así, habíamos acordado vernos a cierta hora libre en la que ambas coincidíamos.

Parecía un poco complicado encontrar mi nuevo salón de clases, si no hubiera escuchado a un chico preguntar por él a un joven coreano que parecía tener más experiencia que nosotros.

Al llegar al aula, me topé con un grupo de estudiantes que esperaban fuera de ésta. Aunque las chicas destacábamos entre la pequeña multitud, también distinguí a uno que otro varón.

Un tiempo más tarde, llegó una mujer coreana, vestida con el estilo más espectacular que había visto. Una mezcla entre elegancia e informalidad destellaban en su atuendo y personalidad.

Ella nos dió una señal para que ingresáramos al salón de clases.

— Por favor, elijan un lugar cómodo y de su agrado — habló nuestra nueva docente.

EUPHORIA [JJK]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora