Capítulo 44

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Aquella tarde, Audrey hizo un esfuerzo sobrehumano para estabilizar sus sentimientos y ocultar la tristeza que embargaba su interior antes de que el timbre anunciara el fin de la jornada escolar. Había decidido cancelar por ese día su clase de defensa personal y en ese momento se hallaba alistándose para su encuentro con Anthony Sánchez.

El fantasma lucía confundido, viéndola toda nerviosa mientras arreglaba su cabello con sumo interés.

—¿Adónde tan bonita? —le dijo, esperando por lo menos un sonrojo en las mejillas de su chica, pero esta ni siquiera sonrió—. ¿Estás bien? Has estado muy rara desde que salimos de la puerta prohibida.

Audrey apenas asintió, aplicándose una gota de corrector bajo las ojeras en sus ojos.

—¿Entonces? ¿Hay algo que te preocupe?

La muchacha tembló al sentir un ligero viento frío acariciando su nuca desnuda. Darren se había posado tras ella y caminaba escudriñándola de manera sugerente.

—N... No —tartamudeó, consciente de lo trémulo de su voz.

—¿Y luego? ¿Adónde vas?

Audrey se mordió el labio, pero eso no hizo más que incrementar la curiosidad del espectro.

—Yo... Tengo una cita...

A Darren se le cayó el alma a los pies.

—¿Ah, sí? ¿Con quién?

La chica tardó en responder.

—Con Anthony Sánchez.

—¿Anthony Sánchez? ¿El mesero que no deja de soltarte el vómito verbal que piensa que son adulaciones?

—Sí, ese mismo. Por cierto que ya se me está haciendo tarde, así que si me disculpas, es hora de que me vaya.

A continuación, Audrey atravesó deliberadamente el cuerpo inmaterial del fantasma. Cruzó la puerta del sanitario y se obligó a dibujar una sonrisa lo más auténtica posible en su rostro antes de salir al encuentro de Anthony, quien ya la esperaba en el exterior de la escuela recargado en un hermoso auto de color gris. Había que admitir, a pesar de lo mucho que le gustaba Darren, que el mesero se veía guapísimo ataviado en una camisa azul con las mangas dobladas hasta los codos y un pantalón de mezclilla blanco. Sus ojos, profundos como el mar, destellaban de emoción bajó el sol de aquel día tan apabullante.

En cuanto dio con Audrey, una enorme curvatura de labios se dibujó en su rostro y rodeó el frente del carro para abrir la puerta del copiloto, ignorando adrede las miradas de las jovencitas impactadas por su imagen tan apuesta.

Audrey, haciendo caso omiso a cuanta joven la señalaba, se metió en el auto y esperó a que Anthony hiciera lo propio y lo pusiera en marcha.

—Y bien, preciosa, ¿cómo estás hoy? Te ves hermosa, por cierto —le dijo en cuanto estuvieron dentro los dos.

Audrey sonrió, aunque forzadamente.

—Gracias. A decir verdad, no me encuentro muy bien, pero tengo la esperanza en que esta salida logre calmar mi estrés.

—A fe mía que así será, vas a ver —dijo. Después echó a andar el auto e iniciaron el recorrido hacia lo que más tarde Audrey descubrió que era un parque de diversiones frente al zoológico de Chapultepec.

Como era de esperarse, Anthony hizo uso de toda su galantería y le abrió la puerta a Audrey ayudándola a bajar del vehículo. Para sorpresa de la joven, él no necesitó comprar boletos para su ingreso al parque, pues ya los tenía en su poder, así que después de formarse tras una fila no tan larga, accedieron al sitio y Audrey no cupo en júbilo al tratar de decidir a cuál juego subirse primero.

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora