Capítulo 38

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Los resplandecientes ojos del Iztac brillaron como un par de diamantes en la oscuridad del pasadizo. En la guarida, cientos de Iztac se alineaban en una fila esperando su turno en aquella cosa a la que casi todos ellos le tenían pánico. Había que hacer hincapié en que solo uno de cada setenta llevaba en la sangre el don que les proporcionaba el mayor lujo de toda la raza Iztac: poder mantenerse alejados de la fila que avanzaba de a poco frente a sus ojos; aunque claro, en ese momento ellos no estaban descansando, sino que habían optado por reunirse en parejas a entrenar para el esperado ataque en masa contra los Cazadores, para el que faltaban apenas unos días, por ello el tintineo del metal de las espadas retumbaba por cada rincón de la estancia, mientras el capitán de la guardia caminaba de un lado a otro vigilando a ambos grupos: los que entrenaban y los que se preparaban para La Renovación, que era como llamaban a aquello que los otros Iztac esperaban con los ojos casi cristalizados. Sí. El capitán, por alguna extraña coincidencia del destino, también había sido dotado con ese don.

—¡Siguiente! —exclamó uno de los responsables de La Renovación.

Acto seguido, Lira, una chica que reflejaba unos veinte años, esbelta y de hermosa cabellera verde pasto, se acercó temblando hacia una de las sillas que estaban acomodadas en dos hileras frente a la fila de los Iztac, y se sentó recibiendo una mirada de apoyo por parte del chico que estaba formado tras ella.

P, observando cómo las lágrimas saltaban de los ojos de Lira mientras una especie de corona de hierro se cernía a su cabeza, respiró hondo en un intento por tranquilizar los desbocados latidos de su corazón.

¿Por qué no podía tocarle ese don a él?

Es decir, ver el futuro era muy provechoso, y gracias a ello servía como mano derecha del capitán —que por cierto, era su hermano—, para anticipar los movimientos de los Cazadores en la batalla que llevaban años librando. Pero, en días como estos, simplemente odiaba ver aquél grupo de agraciados dar y recibir estocadas de mentira mientras los desdichados como él esperaban que se les concediera La Renovación. Y por supuesto, de nada le sirvió ver al capitán caminar hacia él mientras Zed, el chico que iba detrás de Lira en la fila, caminaba hacia una silla que recién se había desocupado.

—Ha sido muy caritativo de tu parte aplazar el ataque hasta pasada Navidad, amigo mío. Pero, si no te molesta, me gustaría saber a qué se ha debido tu petición.

P trató de no delatar la forma en que había apretado la mandíbula ante la pregunta.

—Simple sentido común —se limitó a responder de un modo autómata.

—¿Eso existe? —respondió con ironía el otro—. Hermanito, estamos en una guerra, ¿debo recordártelo? No puedes ir por allí aplazando nuestros planes solo porque te visitaron los tres fantasmas de la navidad a ablandarte el corazón. Nosotros no podemos tener corazón. ¿O ellos lo tuvieron cuando...?

Sin embargo, el capitán no pudo terminar su desdeñosa frase, porque en ese momento se hizo presente R, el otro Iztac que recientemente se había unido a la alianza secreta que P mantenía con uno de los Cazadores para entrenar a una mortal y descubrir porqué Audrey Williams era su protegida.

—¿Qué hay, amigos? ¿Dando apoyo moral a su hermano, capitán? Creo que yo necesito un poco de eso. —La sonrisa en su rostro le parecía tan irritante al capitán, que optó por resoplar y marcharse sin siquiera decir adiós a P. Entonces, cuando P y R se quedaron solos, R se aproximó al primero lo suficiente para que solo él pudiera oírlo cuando le dijo—: El Cazador me ha contactado.

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora