Capítulo 12

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Mientras Audrey se dirigía hacia su tutoría con el molesto de Rolland el martes por la mañana con Darren tras ella, ambos pudieron contemplar a todos los estudiantes que se reunían en cada rincón de la escuela para cuchichear sobre la noticia dada a conocer ese mismo día en los noticieros matutinos: un joven padre de familia había sido brutalmente asesinado a unas calles del Zócalo por un tipo de identidad desconocida. Si ya todo era muy extraño, habría que añadir que en la escena del crimen no existía una sola gota de sangre que pudiera usar la policía en sus investigaciones, además de que el cuerpo de seguridad se negaba rotundamente a mostrar fotografías o hacer declaraciones a la prensa. El asunto había vuelto loca a media ciudad, y ellos no eran la excepción.

—Esta vez no habrá excusa para que yo te acompañe a todos lados —iba comentándole Darren a Audrey—. Ahora no solo tendré qué protegerte de las sombras, sino además de un posible asesino en serie que anda suelto por allí, haciendo de las suyas.

Audrey asintió. No quería aceptarlo, pero quizá Darren tenía razón. De alguna u otra manera, ya no podía vagar por allí sin temer por su vida.

—Quizá considere cambiarme de habitación —repuso ella cuando vio que el pasillo estaba solo—. Piénsalo: el asesino un día podría entrar por el balcón sin que nadie se lo espere.

Darren se acarició la barbilla, pensando, pero ya no replicó nada porque en ese momento oyeron las voces acaloradas de Demián y Rolland discutiendo en el pasillo aledaño.

—Eres un completo hijo de puta, Rolland —gruñía Demián exasperado.

—Será mejor que te vayas inventando un nuevo insulto, Dem —replicaba el tutor de Audrey con soberbia—, uno que sí me afecte, porque me han dicho eso ya taaaantas veces, que no causa efecto alguno en mí. —Simultáneamente, se llevó a la boca un puñado de palomitas de caramelo, clara señal de que la frustración de su colega era música para sus oídos.

—Entonces tampoco debería afectarte el hecho de que sé ciertas cosas sobre ti y voy a decírselas a Romero apenas pueda.

El joven de lentes chasqueó la lengua.

—Tengo formas de hacer que no hables, Demián.

—¿Como matarme?

Darren y Audrey abrieron los ojos impresionados, sin aliento, al tiempo que los tutores guardaban medio minuto de silencio previo a que Rolland contestara con voz socarrona:

—Tal vez. ¿Cómo podrías saberlo?

—Tan solo intenta detenerme y te arrepentirás, Carson —amenazó Demián. A continuación dijo—: ¡¿Y por qué la entrometida de tu alumna nos está oyendo?!

Tanto Audrey como el fantasma retrocedieron, sabiendo que la primera se había metido en serios problemas. Sentían que ya se había ganado una regañiza por parte del egocéntrico tutor. Quizá por eso representó toda una sorpresa para ambos el momento en que Rolland se giró hacia la chica y le dijo a Demián con toda calma posible:

—Yo la llamé. —Se dirigió a Audrey—. Ya me habías preocupado, pequeña. ¿Trajiste lo que te pedí? —Gracias a sus cejas arqueadas, y a que sabía perfectamente que él no le había pedido nada, supo que lo correcto era seguirle la corriente, por lo que asintió intentando parecer convincente, para después recibir la indicación por parte de su tutor de dirigirse a la biblioteca, orden que obedeció sin rechistar.

Como era de esperarse, Rolland reprendió a Audrey por espiarlo mientras él y Demián «hablaban», y asimismo, pasó dos largas horas burlándose de ella debido a que el castigo impuesto por Romero había llegado ya a sus oídos, de manera que representó toda una molestia para la chica tener que lidiar con el centenar de nuevos apodos con los que el chico la fastidió durante las dos horas que duró su tutoría. Y cuando los ciento veinte minutos llegaron a su fin, corrió hacia la sala de detención escapando de su primer tortura junto a Rolland para entrar a la segunda. Realmente no la confortaba mucho saber que los ruidos irritantes que provocaba su tutor con el sobre de papas que había estado comiendo cesaba para darle paso al incómodo silencio que inundaba la sala de castigos desde antes que abriera la puerta, y observara atónita, que el aula era más bien un cuartucho de aspecto poco agradable, cuyo aire olía a moho y suciedad. Por no añadir que las escasas bancas que se encontraban repartidas a lo largo y ancho el sitio, estaban desoldadas, sin una capa de pintura que las hiciera ver decentes.

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora