Capítulo 35

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No había sido un sueño. Había sido una realidad.

Audrey cerró los ojos tratando de ralentizar los desbocados latidos de su corazón. En la penumbra de su mente, alcanzó a obtener breves flashes de lo que había soñado la madrugada del viernes.

Los pasillos de la escuela permanecían sumidos en una completa oscuridad. No había forma de saber con exactitud la hora que era, sin embargo, y aunque no estaba del todo consciente, Audrey sabía que el instituto yacía cerrado.

Avanzó unos pasos fuera del sanitario y se detuvo abruptamente antes de doblar hacia la zona de los casilleros cuando un ruido de pasos la alertó de la presencia de alguien más en el colegio. Asomó la cabeza asustada, y entonces se dio cuenta de que, efectivamente, la silueta de alguien más avanzaba por el corredor, a paso lento pero muy decidido. El sujeto estaba de espaldas a ella, por lo que no pudo reconocer ni un rasgo de su rostro; no obstante, lo que sí pudo, fue sorprenderse al caer en cuenta de que el individuo tenía ni más ni menos que un par de inmensas alas negras extendidas tras la espalda, con los bordes inferiores ardiendo en llamas de un modo tan magistral que le fue imposible apartar la mirada de ellas, así como de la espada de ostentoso mango lila que llevaba colgada en un costado de la cintura.

Observó al tipo caminar, escudriñando con cautela cada casillero del pasillo, como si estuviera buscando uno en particular, hasta que se detuvo frente al que al parecer necesitaba.

El casillero de Audrey.

La chica vio al dueño de las alas abrirlo despidiendo un hilillo de luz blanca de su dedo índice, y luego contempló la manera en que éste introducía algo en el locker.

Expandió los ojos con incredulidad. Aquello era, ni más ni menos, que su preciada amatista, iluminada con un hermoso halo de luz violeta que se iba apagando conforme el desconocido acababa de introducirla en el casillero.

Tlasojkamati uel miek, Audrey. —musitó aquella silueta, con una voz de hombre que a la joven se le hizo ligeramente familiar.

Una vez habiendo cerrado el locker, el tipo se volvió en dirección a la muchacha y le sonrió, al tiempo en que ella sentía un par de dedos fríos posarse en su nuca, y un repentino sueño profundo que la obligó a caer al suelo dormida, no sin antes escuchar de una voz aún más melódica un claro:

—Descansa, Audrey.

....

—¿Audrey?

La voz de Darren la sacó de su introspección. Abrió los ojos y volvió al mundo real.

Ahora, estar frente a su casillero con la amatista entre sus manos significaba para ella un desconcierto casi indescriptible.

—¿Estás bien?

La chica suspiró al tiempo en que colocaba en sus oídos las manos libres para poder hablar con el espectro sin que el resto de los presentes —ataviados en lujosos y creativos disfraces— sospechara que se había vuelto loca.

—Yo... sí, estoy bien, es solo que... —Darren arqueó las cejas, en espera de una respuesta. Pero Audrey estaba tan ida, tan inmiscuida en sus pensamientos que demoró bastante en añadir—: anoche soñé que alguien dejaba mi amatista en mi locker. —La joven reforzó sus palabras sosteniendo la pequeña piedra en la palma de su mano.

Mientras tanto, Darren frunció el ceño confundido. La había oído quejarse por la madrugada, como si estuviera teniendo una pesadilla, pero no había sido capaz de despertarla por alguna razón que hasta él desconocía.

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora