Capítulo 3

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A la escasa luz que le proporcionaba la luna creciente de noviembre, se encontraba mirando su reflejo en el pequeño lago junto al que se hallaba inclinada; el cabello le caía sobre los hombros mientras meditaba con sumo cuidado todos y cada uno de los problemas que la aquejaban; sabía que la luna llena estaba cerca, también sabía de antemano lo que aquello significaba, por eso mismo no se movió mientras sus dedos acariciaban suavemente el agua cristalina en la que podía ver el hermoso reflejo de las estrellas titilando en el cielo.

¡Iztaaaaaaac! —gritó un coro de voces masculinas entonces, interrumpiendo su momento de tranquilidad—. ¡Un Iztac ha entrado! ¡Aseguren el perímetro, atrápenlo! —gritaron de nuevo, más esta vez, la voz potente de un hombre en particular fue la que se hizo escuchar sobre todas las demás.

Resoplando, ella se levantó y corrió hacia el recibidor, en donde ya la esperaba su incondicional con arco y flecha en mano. Ella no tardó en desenvainar una espada que solía llevar consigo tras su espalda en todo momento y la apuntó hacia las puertas dobles que los guardias ya se encontraban atrancando a piedra y lodo.

¿Quién es el Iztac y cómo ha entrado? —le preguntó a su compañero, escudriñando la estancia para evitar un ataque sorpresa.

No lo sé, y... lo otro tampoco lo sé, pero ya lo han atrapado.

Interrógalo. Ahora —exigió con la voz de mando que siempre la había caracterizado.

Su compañero en respuesta solo asintió y se dirigió con paso veloz hacia la habitación en donde una decena de guardias resguardaban al intruso. En realidad se trataba de un polvoriento calabozo situado bajo el suelo que poco antes había estado pisando, pero eso era lo de menos tomando en cuenta que allí pretendían mantener cautivos y no hospedados a quienes tomaran como rehenes.

Encadenado en una de las celdas por la muñeca derecha, se hallaba un ser mitad humano cuyo rostro, por la penumbra del lugar, era imposible de distinguir. Sin embargo, él sabía de sobra de quién se trataba, por eso es que ordenó a los guardias dejarlos a solas de inmediato. Ellos, por órdenes de su líder permanecieron inertes por un largo momento, hasta que, exasperado, él les gritó que esa misma líder a la que obedecían con tanta alevosía le había ordenado platicar con el extraño, sin importarle lo que pasaría en cuanto averiguarán que gran parte de eso era una mentira.

Una vez solos, se dirigió al cautivo y exclamó:

¿Qué rayos haces aquí? ¡¿Tienes una puta idea de lo que podría pasarte si los tuyos te descubren infiltrándote en nuestro fuerte?!

¡Claro que la tengo, no soy imbécil! —le gritó de vuelta—. He venido porque necesito hablar contigo.

No voy a brindarte mi ayuda en lo que sea que estés planeando —resolvió.

No quiero tu ayuda —susurró, luego, cambiando de opinión añadió—: bueno, sí. Es que... casi es luna llena.

Ya me di cuenta, gracias —ironizó, pasándose una mano por el cabello en señal de frustración.

Además...

¿Además qué? —lo apremió, mirándolo de pronto—. ¡¿Qué?!

He tenido un mal presentimiento en estas últimas horas, justamente desde ayer. Yo... creo que está en peligro, tú sabes a quién me refiero.

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora