Capítulo 36

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—Eh... ¿Cómo obtuviste las llaves? —La chica preguntó dubitativa a su acompañante mientras éste abría la puerta principal solo lo suficiente para acceder al interior de las inmediaciones.

—Eso es irrelevante. Ahora date prisa y entra, que nadie nos puede ver —susurró el chico, mirándola con urgencia, casi demandante.

La chica miró a ambos lados temerosa. Eran casi las dos de la mañana y el cielo estaba inundado de un brumoso color negro. Todo a su alrededor se encontraba sumido en la más aterradora oscuridad. Ni siquiera tenía idea de cómo había accedido a presentarse allí apenas ver el mensaje que su compañero le había enviado, una hora antes. Lo único que sabía, era que ahora estaba allí, siendo guiada por él hacía el lugar en el que se suponía que estaba prohibido para ambos. La mano del muchacho se sentía pesada sobre su hombro, y podía percibir la tibia respiración de este en su cuello.

—Anda más rápido, ¿quieres? —la apremió. Ella soltó un estremecimiento involuntario y preguntó, vacilante:

—¿Para qué me has traído aquí?

Él puso los ojos en blanco. ¡De nuevo esa pregunta!

—Ya te lo dije. Tengo algo que mostrarte. Sé que te va a gustar, pero si no quieres verlo, puedes irte. Seguro que Diana no se negará a ver lo que he construido para ti. Anda. Márchate.

Quitó la mano de su hombro y le permitió girarse hacia la entrada, expectante a la decisión que tomaría. La joven, por su parte, ansiaba correr, regresar a su cama y dormir como un tronco, pero la curiosidad era mayor, y además, no quería que Diana se apropiara de algo que había sido inicialmente creado para ella, tal como se había apropiado en secundaria del chico que le gustaba. Tal como se había apropiado del que solía ser uno de sus mejores amigos... Tal como se había apropiado del ascenso laboral que ella tanto necesitaba para cubrir una parte de los colosales gastos que tenía su familia debido a los cinco pequeños de los que era hermana.

Analizando un momento la decisión, la dulce chica suspiró y se volvió para retomar el camino que trazaba junto con el muchacho. Este sonrió de oreja a oreja, complacido.

—Sabia decisión.

Entonces, la guió por un oscuro pasillo hasta detenerse en el lugar en el que se adentraron. Abrió la puerta y le dijo a la chica, al ver la desconfianza en su rostro:

—Por favor pasa. Tú sorpresa está allá adentro.

Y ella obedeció, con cada extremidad de su cuerpo temblando.

Sin embargo, ojalá no lo hubiera hecho, porque esa fría madrugada de diciembre, a punta de un cuchillo que le perforó el pecho de un sorpresivo golpe por parte de su acompañante... ella murió.

....

Los relucientes ojos verdes del doctor Sandoval fueron lo primero que Audrey pudo contemplar cuando despertó de un profundo sueño.

—¡Ha reaccionado! —exclamó una voz, que ella reconoció como la de Alexander, y acto seguido, este apareció en su campo de visión, totalmente preocupado y ya sin el disfraz de mosquetero.

—¡Excelente! —exclamó otra voz, esta vez la de Dominik, con aquél acento extranjero que lo caracterizaba—. ¿Cómo te sientes, Audrey?

El ojiazul se sentó sobre la cama y tomó las manos de la chica entre las suyas. Su roce era tan suave, tan delicado como una caricia fantasmal. Su piel estaba fría, helada, de hecho, pero Audrey no quería que la soltara.

La joven abrió la boca para responder la pregunta, pero le tomó varios intentos hacerlo porque la garganta le ardía como el infierno y la voz no le salía. Cuando respondió, su voz estaba ronca.

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora