Capítulo 4

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En cuanto Fany salió de la sala de lectura, Rolland se asomó por el marco de la puerta a la espera de Audrey, quien fingía estar llegando a clase y se acomodaba el pelo en un acto reflejo al tiempo que sus manos sostenían con más fuerza el tirante de su mochila, preparándose para lo que se avecinaba.

—¿Lista, pequeña? —A cambio, Rolland recibió un rígido asentimiento de cabeza por parte de su alumna. No parecía estar dispuesto a indagar sobre lo ocurrido la tarde anterior, cosa que ella le agradeció en silencio—. Bien. Hoy vamos a empezar con las cinco primeras lecciones de Historia, ¿te parece?

—¡Claro! —exclamó. Quizá todo estaba en su cabeza. Quizá si empezaba el día cargada de vibra y pensamientos positivos, Rolland no le parecería insufrible al final de cuentas.

—Pero antes dame tu teléfono.

...O quizá estaba equivocada.

En el momento en que la joven escuchó aquello, se giró hacia Rolland con las cejas arqueadas de sorpresa e indignación.

—¿Otra vez? ¡Pero si ni lo voy a usar!

—Pequeña, no te lo estoy preguntando. Dame tu teléfono por favor y siéntate o mis tacos se van a enfriar.

Ya que había mencionado eso, Audrey pudo darse cuenta de que sobre la mesa rectangular estaba dispuesto un plato desechable con cuatro tortillas atiborradas de algo que parecía carne, o demasiado quemada o demasiado frita.

Cuando volvió la vista hacia su tutor, este tenía la mano extendida hacia ella en espera del artefacto. No parecía que fuera a conmoverse con la cara de cordero que le estaba poniendo Audrey para que cambiara de opinión, por lo que, fastidiada, se obligó a sacarlo de su mochila y entregarlo de mala gana al chico que no dudó en guardárselo y comenzar con la tutoría mientras se comía con una lentitud torturadora su comida. Ella casi se odió por haber malgastado su tiempo buscando al fantasma esa mañana en lugar de haber desayunado al menos un plato de cereal. Pero no había nada que pudiera hacer, excepto poner los ojos en blanco y oír el lastimero rugido de sus tripas.

No habían transcurrido ni veinte minutos de la tutoría, cuando de pronto, el chico frunció el ceño, se sacó del bolsillo el móvil de la chica y le dijo observando la pantalla encendida:

Audrina, tu teléfono está sonando. Dice que es una llamada de un tal... Tyson Peters.

Audrey sintió cómo el corazón se le detenía momentáneamente. La respiración se le cortó y de pronto la biblioteca le pareció un lugar pequeño, asfixiante. Giró el rostro fingiendo que había oído pasos en el corredor para evitar, por todos los medios posibles que Rolland viera que sus ojos habían comenzado a cristalizarse, y ni siquiera se molestó en prestar atención al ridículo sobrenombre con el que Rolland la había bautizado.

Tyson Peters.

Eran solo dos palabras, pero esas dos palabras contenían un significado tan profundo para ella, que pudo percatarse de la opresión en su pecho, del cosquilleo en el estómago que casi al segundo se transformó en un dolor insoportable, tanto físico como mental.

¿Por qué tenía que llamarle? ¿Qué quería?

—¿No vas a contestar? Porque me obligarás a hacerlo por ti, ¿eh?

Advirtió el tono serio que usó Rolland para pronunciar esas palabras, pero no le importó. Por una vez no le importó absolutamente nada de lo que sucediera con Tyson, por lo que alzó un hombro en ademán despreocupado y murmuró:

—Hazlo si quieres. Me da lo mismo.

Con el corazón desbocado, la chica observó de reojo el modo tan decidido en que su tutor se llevó el móvil a la oreja, e intentó ignorar con todas sus fuerzas la punzada de dolor que oprimió cada diminuta parte de su ser al verlo contestar.

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora