Introducción

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Audrey lanzó un aterrador grito que retumbó por cada rincón de la casona; un par de ojos grises miraban con curiosidad su figura tendida en el suelo, con las mantas blancas de la cama envueltas alrededor de ella debido al golpe que se había dado al caer.

Las manos de la chica tentaron a ciegas por el suelo en busca de algo con qué defenderse, mientras sus ojos intentaban aferrarse a la frágil esperanza de que nada de lo que estuviera pasando fuese real.

Al no encontrar nada que pudiera usar a modo de arma, intentó zafarse del bulto de telas y se arrodilló en el suelo, dispuesta a levantarse.

—¿Estás bien? —La voz de aquel chico vestido de forma extraña llegó desde el otro extremo de la habitación, y ella retrocedió asustada—. ¿Por qué gritaste? —le preguntó, sabiendo que no obtendría respuesta. Porque nunca la obtenía.

Se quedaron mirando uno al otro al menos un minuto más antes de que él intentara aproximarse a ella y esta se arrastrara por el suelo como queriendo huir. Él sabía que eso era absolutamente imposible, pero albergaba el deseo interno de que el rostro paliducho de Audrey fuera producto de un susto provocado por él y no por una araña o un insecto que la chica hubiera visto en la pared.

Ninguno sabía cuánto tiempo pasó antes de que el chico, harto de la situación, comenzara a caminar hacia la puerta con la intención de salir, no importaba adónde, con tal de alejarse de esa niña loca. Extrañamente, las pisadas de sus largas botas de color marrón claro no producían sonido alguno al impactar contra la alfombra carmesí que cubría esplendorosamente el piso de la habitación. Era como si aquel muchacho estuviera flotando sobre la superficie. Audrey se lo pensó un momento, pero luego, recordando que llevaba tiempo sin probar alimento y apenas había dormido unas cuántas horas, decidió descartar ese descabellado pensamiento de su mente.

Su cuerpo estaba a solo centímetros de la puerta, cuando de súbito, la voz de Audrey, clara y firme, lo hizo estremecerse de pies a cabeza.

—¿Quién eres tú?

El joven se quedó tieso. No era un chico tonto, pero sin duda, aquello lo había conmocionado hasta el punto de dejarlo repasando en su mente los últimos treinta segundos transcurridos dentro de la recámara.

¿Había oído lo que creía? ¿La chica... había hablado? Quizá, pero no con él.

—Te... te pregunté quién eres tú.

Sus bellos ojos grisáceos viajaron hacia la chica, que miraba algo en dirección... ¿a él?

Miró a un lado, luego al otro, y tras no observar a nadie más en la habitación, se señaló tontamente el pecho con un índice.

—Sí, tú.

A pesar de saber que eso era físicamente imposible, sintió que el estómago se le revolvía y la cabeza le daba vueltas a una velocidad de vértigo. ¿Estaba sucediendo? ¿De verdad?

Con los ojos y la boca abiertos de forma exagerada, caminó hacia la chica, se arrodilló para quedar a su altura y le dijo:

—¿Tú... puedes... puedes verme?

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora