El comienzo del fin

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Hace mucho tiempo, cuando todavía no existían los humanos, el mundo estaba habitado solo por cinco deidades. Cuatro de ellas eran hermanas: Huitzilopochtli, Quetzalcóatl, Xipe Totec y Tezcatlipoca.

La quinta deidad, la más solitaria de todas se llamaba Tsitsimilt. Nadie solía hablarle mucho, pues siempre se aislaba de todo y todos para quedarse por horas junto a un bello lago que acaparaba su atención por completo. Sin embargo, nadie sabía que ese lago estaba formado nada más y nada menos que por las lágrimas que derramaba al ver a los cuatro hermanos unidos a cada momento, riendo, divirtiéndose hasta quedarse dormidos con mil y un juegos que inventaban, mientras él llevaba una vida de entera soledad, sin nadie que prefiriera pasar tiempo a su lado.

Una tarde, los cinco se reunieron a hablar. Y es que estaban sumamente afligidos debido a que sentían que la tierra estaba un poco vacía, por lo que luego de tanto debate, optaron por crear a gente que compartiera con ellos la dicha que su mundo les proporcionaba. Y así, a base de maíz y un corazón que latiera y les regalara la vida, crearon a los humanos, mortales cuyo único deber era administrar la riqueza proporcionada por el planeta y cuidarla.

Tsitsimilt fue quien más emocionado se sintió con la creación de los mortales, pues creyó que ya tendría a alguien con quién hablar y que lo prefiriera a él antes que a los hermanos, como siempre lo había deseado.

Pero el gusto le duró poco, porque pronto cayó en cuenta de que los nuevos habitantes de la Tierra habían levantado grandes templos en honor a Huitzilopochtli o a Quetzalcóatl, rendían homenaje a Tezcatlipoca con bellas danzas y disfraces hermosos, y a Xipe Totec le agradecían por la llegada de la primavera cada año. Pero de él nadie se acordaba.

Tsitsimilt se puso furioso cuando se dio cuenta de que nuevamente, sus compañeros se estaban llevando toda la gloria y opacándolo a él como siempre lo habían hecho. Por lo que tomó cartas en el asunto; se escondió en una cueva que había conocido durante sus exploraciones por la tierra y empezó a crear a un amigo, un ser de oscuridad cuyo trabajo fue susurrar al oído a los humanos las ventajas que tenía seguir a Tsitsimilt en lugar de las deidades hermanas, aprovechando lo débiles e ingenuos que eran. Y aquellos que lo obedecían, se convertían en una mera copia del ente que Tsitsimilt había creado, al cual luego de un tiempo, decidió llamar Tonameyotl, o Sombra en Náhuatl. A los demás seres también los denominó con el mismo nombre.

Cuando sus compañeros se enteraron de la atrocidad que Tsitsimilt había cometido, se pusieron furibundos y lo encararon, pero él, lleno de un profundo resentimiento, les declaró la guerra bajo la condición de que si él ganaba, se quedaría con la tierra y haría con sus habitantes lo que deseara, pero si ellos resultaban vencedores, les devolvería a las Sombras su estado de mortales original y él se iría para siempre de allí, no volviendo a aparecer más por esos rumbos.

Después de tratar de convencerlo de lo contrario sin obtener buenos resultados, las deidades aceptaron el reto y la batalla comenzó.

No obstante, es bien sabido que nunca ha podido ser posible una guerra sin soldados que peleen en ella, de modo que al ver que Tsitsimilt usaba a sus Sombras como aliados, decidieron crear a un ejército propio que peleara junto a ellos. Para esto, Quetzalcóatl sugirió crear un grupo de individuos semi-inmortales a base de barro, maíz y esmeraldas a manera de ojos, que no envejecieran nunca. Xipe Totec decidió que estos debían llevar alas, que elaboró con las plumas que los cuervos le donaron; Huitzilopochtli en tanto, les otorgó el don de pelear y manejar armas tan diestramente como él.

Una vez que los miembros del ejército estuvieron listos, los llamaron Cazadores.

La batalla entre los Cazadores y las Sombras comenzó más pronto de lo que las deidades esperaban. Día y noche había luces multicolor en el cielo provocadas por el estallido entre los poderes del bien y el mal que los humanos contemplaban aún sin saber de lo que se trataba, y los estropicios de la batalla caían a la tierra lastimando a sus pobladores, contaminando las aguas de mares, ríos o lagunas o simplemente destrozando todo lo que los humanos habían creado, incluso los templos de veneración.

Las deidades hermanas, al reparar en que la humanidad se hallaba en un peligro constante gracias a la guerra que se había desencadenado con Tsitsimilt, optaron por hacer algo para protegerlos, y entonces cada persona que se negó a convertirse en un aliado de la quinta deidad cuando la Tonameyotl lo tentó al oído, fue transformada en un ángel inmortal con gran asociación a la naturaleza que recibió la orden por parte de los mismísimos dioses de proteger a los mortales mientras la batalla se desarrollaba en los alrededores, y por mandato de Tezcatlipoca, estos ángeles fueron llamados Yestli Iztac, que significa Sangre Blanca.

Fue así que transcurrieron años enteros de destrucción entre las deidades antes de que las posibilidades se volvieran en su contra; pronto repararon en que Tsitsimilt y sus sombras podían ganar la batalla en cualquier momento, por lo que se reunieron a hablar en un lugar oculto y opinaron acerca de lo que podían hacer para evitar que su enemigo resultara vencedor.

Tuvieron que pasar varias horas antes de que resolvieran la incógnita, y cuando eso ocurrió y retomaron la batalla durante algunos años más, Tsitsimilt se detuvo, haciéndole saber a sus compañeros que se sumiría en un sueño profundo para recuperar las fuerzas que había perdido, y prometió que volvería tarde o temprano a ganar la batalla que le otorgaría el control total del mundo que un día había compartido amigablemente con ellos.

Las deidades, en tanto, se reunieron con sus queridos Cazadores y les dijeron que ellos harían lo mismo; descansarían para retornar con mucha más fuerza en un momento u otro y evitar que el infierno se desatara en la tierra. Pero les confiaron que habían dejado escondido un objeto que les sería útil para pelear contra Tsitsimilt cuando este despertara de su letargo. Dicho objeto, por medio de los mortales, iría pasando de generación en generación hacia un guardián que lo protegería a cada momento y la tarea del ejército sería rastrearlo hasta lograra dar con él, para lo que los dotaron de un sexto sentido que les avisaba cuando sus poderes estaban siendo usados por alguien.

Fue entonces, tras haber explicado todo, que las deidades entraron en el sueño eterno que les aguardaba, esperando pacientes el momento en que llegara El Despertar...

Ante ello, los Iztac y los Cazadores decidieron unir fuerzas con el objetivo de encontrar el arma secreta y prepararse para el inevitable momento en que tuvieran que pelear de nuevo contra Tsitsimilt. De modo que pasaron siglos enteros reuniendo pruebas de su existencia, rastreando su paradero como las deidades habían demandado.

Sin embargo, un día la avaricia los corrompió, y la alianza que habían formado llegó repentinamente a su final...

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora