Capítulo 40

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Pese a que en un principio Audrey no comprendió lo que Darren le había dicho tan solo unos segundos atrás, pronto cayó en cuenta de a qué se refería. Bastó solo que el joven la ayudara a ponerse de pie y observar el deslumbrante resplandor verdoso que despedía el colgante de obsidiana verde para comprender que, por muy impactante que pareciera, este le había otorgado al espectro nada menos que la oportunidad de materializarse sin la necesidad de robar energía.

—¿Qué? ¿Pero cómo…?  —Como era de esperarse, Audrey estaba tan impactada que le costaba articular una frase completa. Darren, por supuesto no era la excepción, pues miraba maravillado el dije que sostenía en alto, intentando descifrar la manera en que este le había proporcionado el poder para utilizar sus habilidades.

—No entiendo cómo es que ha pasado —dijo Darren todavía admirando el colguije—. Lo único que sé es que he tratado de sostenerte aunque sabía que mis brazos atravesarían tu cuerpo.

—Tampoco lo comprendo… ¿Podrías… crees que puedas prestarme el collar un segundo?  —Darren asintió, entregándole al momento la joya para que Audrey la examinará.

Sin embargo, en el instante en que el collar cambió de manos, ocurrió algo que los sorprendió mucho más: para cuando la cadena llegó a los dedos de la chica, el dije dejó de resplandecer y Darren traspasó la puerta en la que justo antes se había recargado. Cayó de bruces al suelo del pasillo, pero ni le dolió, ni provocó ruido alguno. En cuanto entró de nuevo a la habitación, aún más descolocado, miró a Audrey inquisitivamente. Al tiempo en que esta le tendía de vuelta el artículo, recuperó sus habilidades y entonces ambos se sentaron en la cama, intentando explicarse en una reflexión interna los recientes acontecimientos. Sin embargo, no lograron dar una interpretación lógica a nada, y para cuando llegó la noche a la Ciudad de México, ambos estaban agotados de plantear y plantear teorías sin detenerse.

….

La mañana del 31 de diciembre fue de mucho trabajo para los Williams; la odiosa de la tía Susan y su no menos detestable hija, Emily, llegarían en unas cuantas horas, por lo que Leonard se encontraba limpiando muy bien la sala de la mansión, mientras que Marie organizaba la mesa visiblemente estresada, Alex se encargaba de colocar adornos a las afueras de la mansión y a Audrey le había tocado decorar las puertas de los cuartos de invitados, lo que había representado una tarea bastante irritable debido a que Darren se encontraba tomando una ducha en el baño de su recámara, y para disimular el sonido del agua corriendo, se vio obligada a poner música estruendosa al punto de ser desagradable, tan fuerte que los oídos le palpitaban de dolor.

Para cuando habían pasado cuarenta minutos sin que Darren saliera, decidió entrar a su cuarto a verificar que este se encontrara bien.

—¡Agua! —oyó que Darren exclamaba dentro del pequeño sanitario. La canción que sonaba en ese instante ya casi había finalizado, por lo que Audrey habría jurado que sus papás habían oído el grito en la primera planta.

—¡Darren, haz silencio, que te van a escuchar! —le dijo en voz lo suficientemente baja para que nadie la oyera en dado caso que hubiera alguien en el corredor, pero tan autoritaria que el espectro se tapó la boca con ambas manos y soltó una risita.

—Lo siento, es que esto es… ¡simplemente genial!

Y con razón… Hacía ya varios siglos que había despertado en la casona y no había tenido nunca el placer de sentir el agua resbalando por su cuerpo. Bañarse como una persona normal era equivalente a ver de nuevo para un invidente, o visitar otra vez el mar para una persona que había pasado varios años en el desierto, pero por fin, cuando sintió que ya se había tomado demasiados minutos, salió con una toalla envuelta en la cintura y el torso desnudo, brillante por el agua. Audrey abrió la boca sin pretenderlo, observando detenidamente el cuerpo de su… ¿novio?

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora