Capítulo 23

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Darren estaba petrificado. De cara a la chica, este la miraba sin parpadear, con la boca tan abierta como los ojos gracias a la impresión que significaba el haberla oído hablar hacía tan solo unos segundos. Apenas sintió que movía el tronco lentamente para observar hacia sus costados, necesitando corroborar que ambos fueran los únicos individuos en esa parte de la biblioteca, y su expresión horrorizada no tuvo precio al constatar que, efectivamente, así era: no había nadie además de ellos ni siquiera en los pasillos.

Mientras una punzada —a lo mejor imaginaria— atacaba el pecho de Darren, este dio un paso hacia la joven, lento e inseguro, y con un hilillo de voz se atrevió a preguntarle, completamente horrorizado:

—¿Me... Me estás hablando a mí?

Por un momento imaginó que obtendría una respuesta parecida a la de Audrey más de dos semanas atrás. Imaginó que la chica retrocedería asustada, o por el contrario avanzaría en su dirección, envalentonada, para responderle un gélido «sí. Te hablo a ti», pero pasado un segundo de tensión, la castaña permanecía de pie en su sitio, como si hubiera sido paralizada y no pudiera mover ni uno solo de sus músculos. Pero lo que más decepcionó a Darren era el hecho de que los ojos de la desconocida no miraban los suyos, sino encima de su hombro, incluso aunque no había nadie allí.

Tras lo que parecieron dos minutos de total incertidumbre, por fin ella caminó pasando junto al fantasma hacia el umbral de la puerta, pero cuando lo hizo, este pudo oír con perfecta claridad la voz de la chica cuando dijo en un susurro:

—No le hables a nadie de esto.

Sin ser capaz de comprender lo que aquello significaba, Darren se quedó un momento allí, tratando de hallarle un significado a lo dicho por la muchacha, y de hecho, para cuando bajó hacia la recepción e intentó seguirla con el simple objetivo de descubrir quién era, o saber si podía verlo, observó la calle principal repleta de turistas, ejecutivos y jóvenes que paseaban de un lado a otro sin percatarse de su presencia, mas de la castaña misteriosa no había ni rastro. Se había esfumado.

....

Estoy en tu casa. ¡Ven rápido, que hay algo que en serio debes ver!

Audrey leyó por décima vez el mensaje de Vanessa que recientemente había llegado a su teléfono, en tanto, caminaba por una de las calles menos transitadas de la ciudad, iluminada tan solo por los postes de alumbrado público que no le permitían avanzar todo lo rápido que quisiera. Podía sentir la brisa fresca de la noche penetrando en sus huesos, pero eso no era nada comparado con la sensación de estar siendo observada que llevaba percibiendo desde al menos dos calles atrás.

Podía oír con claridad en su mente la voz de Morgan exigiéndole que no caminara sola durante las noches, y también a Darren gritándole que era una negligente y una terca, pero por algún extraño motivo, en ese momento no sentía miedo, ni un poco de temor. Tampoco era como que le gustara caminar sola a esas horas de la noche, pero había algo que la hacía sentir relativamente a salvó. Aunque eso no quitaba que no bajó la guardia e iba siempre atenta hasta que por fin el portón de hierro de la casona se alzó ante ella y pudo respirar tranquila en el jardín principal.

Cuando entró a la casona, lo primero con lo que se topó fue con el auto de James y la motocicleta de Oliver estacionados en el jardín, y al adentrarse en el vestíbulo, no solo ellos estaban cenando en el comedor, sino también Mariana, Abril, Marie, Leonard, Alex y una niña pelirroja a la que ella no conocía.

—¡Vaya, miren quién ha llegado! —exclamó James dirigiéndole una resplandeciente sonrisa apenas verla entrar. Ella le correspondió el gesto y escudriñó a todos los presentes, evitando de manera olímpica a su hermano mayor—. ¿Por qué no vienes aquí y te sientas a cenar con nosotros?

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora