Capítulo 33

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—No... Eso es imposible.

—Deja de fingir. Hasta tú mismo sabes que es cierto.

—Es que... yo... simplemente...

Los ojos del Iztac resplandecieron bajo el brillante sol de diciembre con una mezcla de sorpresa e indignación puras. Era la primera vez que él y el Cazador se veían a plena luz del día, pero nadie habría podido verlos porque se encontraban en las profundidades de un desolado bosque en La Marquesa. Ninguno de sus clanes se había percatado de sus planes de reunirse, por ello andaban de un lado a otro de la arboleda sin importarles nada. Aunque el Cazador llevaba tiempo tratando de tranquilizar al Iztac después de haberle soltado una bomba llamada «la verdad».

—Pero, ¿cómo lo sabes? —inquirió el Iztac raspando la corteza de un árbol. El Cazador creyó que posiblemente se trataba de un tic nervioso, aunque le sorprendió viniendo de un legítimo guardián de la naturaleza.

—Porque yo lo vi —admitió el Cazador—. Juro que vi que en su poder tiene... ya sabes.

—¡Vamos! Que tenga... eso, no justifica tu hipótesis. Podría ser descendiente de alguno de los tuyos, pero de los buenos. O lo encontró por allí, tal vez es una mera casualidad que lo hubiera obte...

—No, no es ninguna casualidad, lo juro —objetó el Cazador ya perdiendo la paciencia ante la terquedad del Iztac.

El Iztac demoró en responderle mucho más de dos minutos. Seguía raspando la corteza del árbol sentado a modo indio y sumamente disperso, como si su cuerpo estuviera allí pero su mente no.

—¿De verdad? —dijo el Iztac—, ¿por qué crees eso?

El Cazador arrugó el ceño.

—¿Creer qué?

—¿Eh? —el Iztac balbuceó volviendo la cabeza hacia su acompañante y después dijo—: oh, no hablaba contigo. Le hablaba al sauce de allá. —Y, señalando un gran árbol a la derecha del Cazador, el Iztac recuperó su semblante ido.

—¿Estás... hablando con un árbol?

—Sí, soy un Iztac. Ellos nos dicen cosas —susurró, como quien cuenta un jugoso secreto. El Cazador se limitó a fruncir todavía más el ceño.

—¿Y qué te dicen?

—Ellos dicen... —Se puso de pie, se aproximó al sauce y apoyó la cabeza en el tronco, quedándose quieto mientras su compañero hacia un esfuerzo antinatural por no creer que estaba frente a un loco—. No les entiendo muy bien, pero creo que dicen que...

—¿Qué?

—Ellos dicen: «traición...»

Sin embargo, y aunque aquella simple palabra hizo estremecer al Cazador, más lo alarmó la forma en que el Iztac se separó del árbol sobresaltado, como si alguien hubiera lanzado una flecha a centímetros de su cabeza.

—¡¿Qué dices?! ¡No! Debe haber un error, eso es imposible! —exclamaba el Iztac mirando hacia el sauce. El Cazador, asustado, se acercó rápidamente y lo sostuvo por los hombros.

—¿Qué pasa?

—Dicen... dicen que alguien morirá...

Y el Cazador se quedó gélido.

....

Audrey arrojó su mochila sobre la silla y se dejó caer lanzando un pesado suspiro; el exámen comenzaba en dos horas y la noche anterior la había pasado muy mal. Todo comenzó con el apagón en la casona. Su padre y ella habían salido a revisar el jardín tras haber escuchado la alarma de la camioneta activarse de pronto, y lo único con que se habían encontrado era... la soledad absoluta. Nada ni nadie había en su patio que hubiera sido el responsable de perturbar la paz de la familia, pero a Leonard aquello le resultó más sospechoso que si hubiera encontrado a un individuo saqueando el vehículo.

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora