Capítulo 11

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Al oír aquello, Darren se sobresaltó y miró su dedo. En efecto. Un manto de brillante sangre roja escurría por el mismo con tanta delicadeza, como si se hubiera pinchado con una aguja finísima, sin embargo, su rostro no denotaba sorpresa, y menos su voz cuando dijo:

—Oh, sí. Me pasa todo el tiempo.

Audrey no pudo evitar soltar una exclamación impresionada.

—¿Qué dices? ¡Eres un fantasma! Y los fantasmas no sangran.

Él se encogió de hombros.

—Realmente no tengo idea de porqué me pasa, solo sé que cada cierto tiempo... sucede.

Hubo un instante de silencio.

—¿Y te duele?

—No, en realidad.

Ante la contestación, Audrey sintió que no había nada más de qué hablar, por lo que se levantó del suelo, y masculló un «debemos irnos» por lo bajo, a lo que Darren obedeció más contra su voluntad.

En cuanto se encontraron en la habitación a oscuras, y el único sonido existente era la respiración regular de un Chester profundamente dormido, Audrey caminó directo hacia la cama, dejó la libreta y los bolígrafos en el buró más cercano, y se cubrió con las sábanas blancas, disfrutando la calidez que estas le proporcionaban, mientras Darren se quedaba plantado en el umbral de la puerta.

—¿Todo bien? —inquirió extrañada.

—Sí, solo... no puedo creer que haya un sofá diferente al que estaba acostumbrado. —Señaló con la cabeza el sillón negro junto al balcón.

—Oh, eso. Pedí a mi padre que colocaran uno aquí. —Rió—. Él no sabía para qué quería un sillón en mi cuarto, pero lo convencí diciendo que no había lugar más cómodo para hacer mis tareas a diario que ese.

—Y entonces accedió.

—Exacto. Ahora pruébalo, ¡vamos!

Emocionado, Darren caminó con una sonrisa en el rostro que Audrey pudo contemplar gracias al halo de luz que envolvía su cuerpo. Se recostó, y al instante un jadeo escapó de sus labios.

—Esto es tan... diferente. Me gusta. —Sonrió.

—Me alegro —se sinceró. A continuación agregó—: tenemos que dormir. Buenas noches, Darren.

Este tardó varios segundos en responder.

—Buenas noches, Audrey.

Luego, aceptaron rendidos la mano que el sueño les había estado tendiendo desde minutos atrás, de manera que el silencio reinó por fin en la casona, y los dos se quedaron con ganas de hablar sobre lo sucedido en el pasadizo, pero sin la valentía de ser uno u otra quien diese el primer paso.

Vivimos esperando que el otro actúe primero. Y así es como nos quedamos: con tantas cosas por hacer, por decir, por disfrutar...

....

A lo largo del receso el lunes a mediodía, Audrey pudo percatarse de la euforia que dominaba no solo a los integrantes del equipo de soccer, sino a todo el alumnado en general: los futbolistas iban de un lado a otro del campo, entrenando bajo las órdenes del profesor Cade Roxley, y las de James. Entre los estudiantes no se hablaba de nada que no fuera la victoria segura del equipo. De hecho, sobre cada pasillo que Audrey, Dominik y Vanessa pisaban, podían oír los susurros, las porras, e incluso las apuestas en las que los adolescentes se jugaban la mitad de sus ahorros con la esperanza de triplicarlos. Las chicas también jugaban un papel importante dentro del auge en el que estaba sumido el colegio, y es que muchas de ellas se apiñaban en los sanitarios para retocarse el maquillaje, cepillar su cabello o esparcir perfume en sus cuellos con el profundo deseo de que uno de los quince cotizados atletas se fijara en ellas.

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora