Capítulo 20

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El gélido aire de la noche golpeaba con suavidad el rostro de Alex, meciendo su castaña cabellera hasta casi desordenarla. La escasa luz de la luna no alcanzaba a iluminarlo por completo, dejando ver a Audrey, a Darren, y a cualquiera que pasase por allí una figura alta, delgada y petrificada al cobijo de las sombras. En su cabeza los pensamientos colisionaban unos con otros. Había sentido el claro cosquilleo del metal rozando su piel mientras aquel tráiler pasaba a toda velocidad, haciendo sonar su bocina de modo desesperado, y había imaginado que su vida, si bien no había llegado a su fin en el terrorífico encuentro con los perros, acabaría en ese momento, frente a las puertas de la mansión Williams con su hermana como único testigo. Por supuesto que Alexander jamás hubiera imaginado que, a pocos centímetros de la anonadada Audrey había un muchacho rubio cuyos ojos grises estaban abiertos de par en par, en tanto que su boca, de impecables dientes blancos, balbuceaba oraciones sin sentido gracias al estado de aturdimiento en el que se encontraba. Y definitivamente jamás sabría que esa era la razón por la que su hermana, en lugar de mirarlo a él, se dedicaba a observar a su izquierda, moviendo los labios como si estuviera hablando en voz baja. Alexander no llegó a entender lo que ocurría, y antes de cuestionárselo, la chica corrió hacia él, le pasó un brazo por el cuello, otro tras la cintura y lo llevó a la mansión a rastras, jadeando debido a lo complicado que le era transportar un cuerpo diez kilos más pesado que ella hasta el segundo piso. Al finalmente estar en la habitación de Alex, lo ayudó cuanto pudo a vestirse con ropa seca y lo dejó caer con delicadeza en la cama. Su cuerpo se hundió en el colchón, pero más que comodidad, un repentino dolor se apoderó de su hombro y su pierna, haciéndolo soltar un chillido.

—¿Qué fue lo que te ocurrió? —Audrey soltó la pregunta sin tapujos, tan directa como siempre lo había sido, al menos en lo relacionado a su hermano mayor.

—No lo creerías si te lo dijera —mitad habló, mitad jadeó.

—Al menos inténtalo.

Tras la contestación de Audrey, Alexander le relató con pelos y señales lo que había ocurrido. Incluso le habló acerca de aquellos tres hombres que habían acudido en su rescate y de lo mal que lo había pasado al tratar de volver a su casa. Ella lo observó sin decir nada al final de su relato. Tenía los labios apretados, cosa que preocupó a Alex de sobremanera.

—No me crees, ¿cierto?

¿Qué podía decirle?

La Audrey de un mes atrás se habría reído en su cara, le habría arrojado un almohadón y lo habría obligado a contarle «la verdad» sin acontecimientos paranormales de por medio. Pero esta Audrey empezaba a sentirse familiarizada con cada tema que incluyera fantasmas, leyendas, espectros de otro mundo, lobos de ojos escarlata y, ¡vaya! Hasta ángeles. En dos semanas, su vida sí que había dado un cambio bastante radical, solo que hasta ese momento no se había percatado de lo poco que le había llevado acostumbrarse a todo aquello.

—Te creo. En serio —respondió en voz baja. Acto seguido, se levantó de la silla en la que se había sentado para recuperar el aliento y caminó hacia la puerta.

—¿Adónde vas? —Por primera vez en su vida, Alexander se había desecho de la fachada fuerte que siempre mantenía al ser el mayor de los hermanos. En la voz podía notársele el temor de quedarse solo en su habitación, por ridículo que sonara.

Audrey reparó en ello y dijo:

—Tengo que llamar a alguien para que te atienda. Ya vuelvo.

Sin dar tiempo a que respondiera, Audrey caminó escaleras abajo perdida en sus pensamientos; no era que no le creyera a Alex, como él había conjeturado, sino que en su cabeza empezaba a reinar el pánico a las sombras, así como el enfado mismo. Una cosa era que se metieran con ella, Darren, y puede que incluso hasta Morgan, pero, ¿su hermano? ¿Cómo habían osado meterse con su hermano? Fuera lo que fuese lo que andaban buscando con tanto ahínco, ellos no tenían ningún derecho de dañar al muchacho, porque para empezar él no poseía aquello que deseaban. Ni siquiera estaba enterado de su existencia, así que ¿por qué iban a dañarlo?

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora