Capítulo 31

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—Fe... rrei... ra. Ferreira.

—Exacto. Ferreira. Ese es el nombre que me mencionó el abuelo de Cassandra. ¿Conoces a alguien con ese apellido?

Darren reflexionó un momento la pregunta, pero Audrey sabía de antemano cuál iba a ser la respuesta, así que no le sorprendió en absoluto ver un movimiento de cabeza negativo segundos después de haber formulado su cuestionamiento.

—En absoluto, no tengo idea de quién podrá ser, pero lo que sí sé con toda seguridad es que ya debes ir a clase de Química, porque si no, tu profesor se molestará mucho.

Con un suspiro de resignación, Audrey asintió y juntos salieron del sanitario para dirigirse al laboratorio del profesor Hernández.

Habían pasado ya dos días desde que Audrey había sido dada de alta del hospital, y lo único que aún seguía ocupando espacio en la mente de la chica y el fantasma eran los balbuceos del señor Martín, a los cuales no les encontraban ni pies ni cabeza, pues no parecían tener sentido desde ningún ángulo por el que se les mirara.

Desechando las toneladas de hipótesis que opacaban la concentración que necesitaba para la clase en la que sus calificaciones iban terriblemente mal, Audrey llegó al aula y se extrañó de ver a sus compañeros en un orden diferente al acostumbrado: Dominik estaba con Vanessa, Lisa con una chica del equipo de Tenis, y solo había un escritorio desocupado al final de la última fila, así que se sentó preguntándose porqué el docente había decidido cambiarlos de lugar, si, por lo que ella tenía entendido, la clase rendía muy bien en el antiguo orden.

Por suerte el profesor apareció al segundo; se puso de pie al frente de los presentes, y dijo:

—Jóvenes, tengo el placer de anunciar que he decidido variar los sitios acostumbrados por el simple hecho de que quiero que deshagan esos grupitos de atrás que nada más platican en mi clase. Pero esa no es la buena noticia. Ahora también es mi deber hacerles saber que hoy se incorpora un nuevo alumno, especialmente a mi clase. Muchos de ustedes ya lo conocen, por lo que espero que no se les dificulte darle una cálida bienvenida a... ¡Bryan Sheppard!

—¡¿Quééééé?!

El salón entero había quedado en un silencio tan sepulcral que fue inevitable que todos se volvieran hasta el escritorio del rincón, donde se encontraba la anonadada Audrey, con los ojos abiertos de par en par y la mandíbula a punto de caerle hasta el suelo.

—¿Hay algún problema, señorita Williams? —inquirió el profesor, con cara de que ya no la soportaba como alumna.

—Profesor, es que... creí que Bryan iba en quinto semestre, como mi hermano.

Recibió una negación en respuesta.

—El joven Sheppard también va en tercero, pero que parezca mayor que ustedes es otra cosa.

—¿Sabe que puedo oírlo, verdad? —Al resonar una tercera voz en el aula todos se volvieron de inmediato.

Allí estaba Bryan, recargado en el marco de la puerta, con las prendas negras que lo caracterizaban, combinando con su centena de tatuajes que le teñían la piel.

—Lo lamento, Sheppard. Pase a tomar asiento.

Y para desgracia de Audrey, a Bryan justamente le tocó sentarse con ella, aunque, cabe recalcar que él tampoco parecía muy feliz con la elección del maestro.

Al tiempo en que Bryan recorría el pasillo para llegar a su lugar, las chicas suspiraban soñadoramente, los hombres se quedaban tan boquiabiertos como lo hubieran hecho si por esa puerta hubiera entrado El Hombre Araña, e incluso, las moscas detenían su zumbido. En el aula solo eran Bryan y su imponente aura.

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora