Capítulo 37

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Darren y Audrey se quedaron anonadados en cuanto repararon en el hilillo de sangre que caía del índice del fantasma. El señor Martín no podía verlo, pero eso no significaba que no estuviera al tanto de que algo anormal ocurría allí. Su mirada lo decía todo. Audrey cayó en cuenta de ello apenas girar la cabeza y ver cómo todo el brillo en los ojos del anciano se había desvanecido y una sorprendente palidez se apropiaba de su piel ya arrugada por la edad.

—¿Darren? —murmuró Audrey. Ya no tenía caso guardar las apariencias si, por lo visto, Martín estaba al tanto de la existencia del espectro—. Darren, ¿qué te está ocurriendo?

—No lo sé... No... No lo sé —balbuceaba Darren mirando asombrado su índice, del cual seguía escurriendo el carmesí líquido.

—¿Qué le pasa al joven Rosewood? —inquirió el señor Martín, mirando a la desorientada chica desde su cama de hospital.

—Darren está sangrando. ¿Qué le ocurre?

Martín meditó la situación en silencio por algunos segundos. Al final, mirando a la nada, con expresión vacía, dijo solo dos palabras, con un timbre de voz que estremeció a sus dos acompañantes:

Es él...

Darren y Audrey se miraron sin comprender a lo que se refería, pero no tuvieron tiempo de indagar, pues que el abuelo de Cassandra tomó la palabra nuevamente, y, justo cuando creían que no podría decir algo que los sorprendiera mucho más que todo lo que les había dicho con anterioridad, de su boca salió una frase, una frase tan increíble, tan inverosímil, que ambos parpadearon sintiendo que todo a su alrededor daba vueltas, porque Martín, el abuelo de la profesora de Historia, dijo:

—Deben... Deben encontrar el cuerpo de Darren. Deben encontrarlo antes de que sea tarde y él se apropie de todo lo que conocemos.

Y Darren y Audrey se quedaron congelados.

....

Habían pasado ya algunos minutos desde que Audrey había entrado a ver a Rolland, y Alex se encontraba sentado en la incómoda sala de espera; sus padres habían desaparecido un tiempo atrás, y él solo navegaba por Facebook aguardando a que alguno de los tres volvieran.

Acabó de enviarle un mensaje a James, cuando sintió alguien caminando en su dirección, y al levantar la cabeza pensando que quizá se trataba de su padre, se percató de que estaba en un error. No era su padre, sino nada menos que el director August quien se sentó a su lado dibujando una afable sonrisa en su rostro y lo saludó de un modo alegre.

—¡Buenas tardes, Alex! ¿Cómo se encuentra hoy?

Arrugando la frente, Alex contestó:

—Bien... supongo. —Al cabo de un segundo de duda, finalmente decidió añadir—: ¿qué hace usted aquí? ¿Tiene algún familiar hospitalizado?

Romero negó con la cabeza, divertido.

—No. Más bien tengo un gran amigo aquí. Sé que lo conoce, su nombre es Luis Sandoval.

Los ojos de Alex se iluminaron de incredulidad al oír el nombre de dicho doctor.

—¡Oh, sí! Es el médico de la familia. No sabía que ustedes dos se conocían.

—Pues sí, efectivamente. Es un gran amigo mío, y si lo duda, aquí viene él para que se lo confirme.

Romero señaló con el brazo extendido hacia Sandoval, que caminaba a ellos después de haber concluido su participación en la cirugía de Cuidados Intensivos. El doctor le regaló una ancha sonrisa al muchacho, y en lugar de incorporarse a ambos, esperó de pie a que Romero continuara hablando:

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora