Capítulo 10

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La mañana del domingo, cuando Audrey abrió los ojos, tardó un momento en reconocer la bella habitación de paredes en tonos crema de la casa Lawson.

¡Pero qué panorama más bello el que le ofrecía la colina artificial en la que estaba situada dicha edificación que ni los mismísimos ángeles podían darse el lujo de poseer!

Sonriendo para sí misma, Audrey bajó de la cama adoselada en la que su amiga le había permitido dormir, y apenas se había puesto la bata, cuando el ama de llaves tocó a su puerta con suavidad.

—¿Señorita Williams? —llamó—. La señorita Vanessa ha despertado, y dice que la espera abajo para desayunar antes de que Mattheo las lleve de vuelta a su hogar.

Ella se aclaró la garganta no muy segura de si debía limitarse a un «gracias» o decir algo más.

—En... entendido —tartamudeó—. Bajo en seguida.

No obstante, no encontró su ropa por ningún lado de la enorme recámara, y casi se planteaba ir a buscarla fuera, cuando para su fortuna, Vanessa dio unos golpecillos en la madera, y luego de que Audrey se lo permitiera, pasó con una muda de ropa suya, perfectamente doblada sobre sus palmas.

—He aquí un poco de ropa nueva —le dijo tendiendo las prendas en la cama—. ¿Has dormido bien?

—Mejor que nunca —se sinceró.

Tras eso, observó que Vanessa le había proporcionado una bonita falda negra y una camiseta blanca que bien podía ir fajada en su cintura. Además de las botas más bonitas que había visto en su vida. Pero..., existía solo un diminuto problema.

—¿Sucede algo?

—Es que... no suelo usar falda —reveló esperando no enfadar a la pelirroja. Por ello se mostró muy sorprendida cuando la vio lanzar una pequeña risita.

—Me he percatado de ello, descuida. Por eso la falda que te traigo es lo suficientemente larga como para no incomodarte. Además prometo que podrás cambiarte en cuanto tu ropa esté seca —hizo una pausa—. Por ahora es necesario que bajemos a desayunar. ¿Vienes?

Audrey sonrió y la acompañó.

Abajo, varias empleadas domésticas estaban preparando en la mesa un par de platos, vasos del más fino cristal y un montón de cubiertos que intimidaron a Audrey en primera instancia. Tanto fue su asombro, que un ápice de admiración se adueñó de ella cuando vio a Vanessa tomar asiento en la silla central de un modo sinceramente regio, y acomodarse con la columna bien derecha, tal como ella jamás sería capaz de hacerlo, ya que la postura de su columna vertebral no estaba entre sus prioridades.

Con algo de vergüenza, la joven imitó a su amiga consciente de las miradas burlescas que le echaba una de las criadas que servía el desayuno a Vanessa. Su fijación por la mueca de desprecio que dibujo la mujer en su rostro casi hizo que tropezara, pero afortunadamente solo quedó en un resbalón del que ni la propia pelirroja se dignó a hablar.

El desayuno constó de platillos que Audrey jamás había visto en su vida, pero que definitivamente estaban deliciosos.

Posterior a ello, Vanessa la guió personalmente en un pequeño tour por la casa, donde conoció el salón de eventos, las recámaras que le eran permitidas visitar, la cocina, la sala, el establo —donde había cuatro hermosos caballos de carreras—, la piscina y el campo donde las hijas Lawson tenían sus clases de equitación cada miércoles durante dos horas, o dos horas y media si el padre así lo decidía.

—Mi lugar favorito siempre ha sido el establo —decía Vanessa mientras se dirigían hacia allí por segunda vez—. ¿Te presento a los pequeños tesoros de mi padre? —Audrey asintió con entusiasmo—. Bueno... Él es Brightmind —acarició con suavidad a un caballo café con manchas blancas—. Él es Stormroar —tocó el turno a otro cuadrúpedo cuyo tono simulaba el del café con leche—. Ella es la pequeña Rainy, es de mi hermana —reveló sonriendo a un pony completamente blanco.

Reencarnación I: El AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora