Mareado, confundido y adolorido.
Esas eran las únicas emociones que la mente y el cuerpo de Gustabo podían procesar en ese mismo instante, recién despertado tumbado en la camilla de un hospital.
¿Qué había pasado? No recordaba absolutamente nada de lo ocurrido. Lo último fue... Cierto, en comisaría.
Mierda, perdí el control y reventé a un civil con la porra. Seguro que el superintendente se enfadó tanto que me mandó al hospital de la paliza que me dió.
Intentó levantarse, pero un dolor agudo lo recorrió por todo el cuerpo impidiendo la acción.
— Agh, joder... Me cago en... — no llegó a terminar la frase. Quiso mover sus manos queriendo llevarlas hasta la zona que más dolía, pero no pudo alcanzarla; fue ahí cuando se dió cuenta de que estaba esposado a la camilla.
Oh genial, fantástico. Pensó con ironía.
Quizás golpeó a un civil en comisaría, pero tampoco es que fuera un criminal peligroso. No hacía falta llegar hasta este punto de esposarlo, ¿no? Además, en el estado en el que estaba no sería capaz de hacer algo.
Escuchó unos fuertes pasos acelerados provenientes del pasillo del hospital, por lo que se mantuvo en silencio mirando fijamente la puerta, de alguna manera pudiendo adivinar que alguien iba a entrar; tratándose de Horacio.
Este tras ingresar se quedó paralizado en el sitio, visiblemente impaciente y preocupado.
Observó a Gustabo con el corazón queriendo salirse de su pecho, mientras que el contrario le miraba con gran tranquilidad.
— ... ¿G-gustabo...? — le llamó en un hilo de voz débil de forma insegura.
Gustabo soltó una carcajada, haciendo que Horacio se sobresaltara un poco tras poder reconocer a la perfección la risa de su Gustabo.
— Pero Horacio, ¿qué le ha pasado a tu cresta? ¡Estás calvo! — se burló de forma infantil, ajeno a la situación actual, a todo lo sucedido.
Esa voz, forma de hablar... Su expresión, su mirada... Sus ojos tienen devuelta ese brillo que creyó perdido, y ese color que tanto extrañó. Sin duda alguna, es él... Regresó... Es Gustabo.
No lo pensó dos veces y se lanzó hacia él, rodeándole con sus brazos en un cálido abrazo.
— A- ¡Oye, cuidado! Que me duele todo, sobre todo la cadera... — aún así le correspondió al abrazo como pudo, con gusto.
— Perdón, perdón... Es que... — Horacio trató de excusarse mientras usaba menos fuerza, pero fue interrumpido.
— Por cierto, ¿qué ha pasado exactamente? ¿El civil está bien? — preguntó de forma dudosa.
Horacio se separó un poco de él para poder mirarle a la cara, confundido por la pregunta — ¿El... el civil?
— Sí, coño. El civil que reventé a porrazos en comisaría — explicó seguro de lo que decía.
El contrario se quedó en silencio sin saber qué responder exactamente. ¿No se acordaba de nada de lo que pasó?
— Gustabo, ¿tú no... no lo recuerdas, en serio? — tragó en seco.
El rubio se preocupó tras ver esa expresión, ¿había hecho algo mucho peor después de aquello?
— Horacio no me asustes, ¿la he cagado o algo? — serio.
Antes de que siquiera pudiera responderle, el superintendente entró en la sala. Ambos se giraron para mirarle.
— Superintendente... — murmuró el rubio.

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Pogo.
Fiksi PenggemarHace años, Gustabo empezó a acudir a un psicólogo tras notar cambios repentinos en su comportamiento debido al estrés que sentía día tras día. Las terapias no le servían de nada y todo iba a peor. Gustabo empezó a despertarse en distintos sitios de...