Hace años, Gustabo empezó a acudir a un psicólogo tras notar cambios repentinos en su comportamiento debido al estrés que sentía día tras día. Las terapias no le servían de nada y todo iba a peor. Gustabo empezó a despertarse en distintos sitios de...
Todo estaba oscuro y en silencio. No podía escuchar nada, y mucho menos moverse. Todo le daba vueltas y sentía su cuerpo entumecido.
Trataba de recordar qué fue lo que pudo haber pasado para acabar en aquel estado. Supo que algo serio era, pues nunca había estado de aquella forma, tan desgastado...
Se asustó un poco cuando empezó a reconocer el leve sonido de voces inaudibles llegando hasta sus oídos, produciendo cierto eco en ellos a causa de la habitación en la que se encontraba, posiblemente.
Poco a poco pudo ir reaccionado a diferentes estímulos: sintió un pequeño espasmo en uno de sus dedos, aunque sinceramente, no sabía si realmente lo había movido o simplemente era producto de su imaginación. Pudo notar el suave contacto que su espalda hacía contra una superficie blanda, supuso que se trataba de un colchón.
Era realmente frustrante. Estaba despierto, entonces, ¿por qué no podía moverse, ni hablar, ni abrir los ojos?
— Conway... Gustabo va a despertar, ¿verdad? —voz ahogada y angustiada.
¿Horacio...?
Sintió calidez recorrer su pecho.
Su hermano estaba allí, con él. Se sentía más aliviado y seguro, estaba en buenas manos, a salvo.
Eso quiere decir que seguramente estoy en el hospital, quizás tuve un accidente o...
Un fuerte pinchazo en la cabeza lo atravesó, queriendo soltar un gemido lastimero que se quedó atorado en su garganta sin salir.
Si trataba de recordar le dolía la cabeza, lo mejor sería descansar la mente y no pensar demasiado. Ya encontraría respuestas.
— ... No lo sé, Horacio —respondió esta vez una voz grave apagada.
¿Es... Conway?
Se esforzó tratando de abrir los ojos, pero nuevamente no sucedió nada y sólo se quedó en un intento.
— Yo... Tengo mucho miedo. He intentado ser positivo y fuerte, por Gustabo, sé que él no quisiera verme sufriendo. Pero verle en este estado, yo... M-me supera. Me supera demasiado —la voz del chico de cresta iba rompiéndose ante la necesidad de explotar en llanto—. Me dijiste que esperara, que fuera fuerte y paciente, y eso he hecho, de verdad que lo he intentado... Pero ya no creo poder seguir haciéndolo, ¿y si Gustabo no despierta nunca?
Gustabo se alarmó.
¿Qué...? ¿Cuánto tiempo llevo así?
Nuevamente intentó reaccionar. Sentía su corazón muy acelerado.
— Lo sé, lo sé... Te entiendo, te entiendo. Yo estoy pasando por lo mismo que tú, creéme. Me está destrozando verlo conectado a tantos cables, sin la certeza de saber si mi hijo en algún momento va a abrir los ojos y seguir adelante con su vida... Me está carcomiendo la simple y mera idea de perderlo para siempre, no sabes tú cómo —su tono también se debilitó notoriamente.
Le dolía. Lo estaban pasando mal por su culpa.
Estoy aquí. Estoy despierto.
Se removió. Nada.
Horacio. Papá. Estoy justo aquí.
— Dijiste que vinivera a verle todo lo que yo quisiera, que quizás eso me haría sentir mejor y más cercano a él... Pero sólo me hace extrañarlo más. ¿Cómo puedes sentirte tan alejado de alguien cuando lo tienes a centímetros...? No sé... No escuchar su voz, ni verle sonreír o reír, que esté ahí sin moverse... Noto su ausencia a lo largo del día, llevo patrullando solo mucho tiempo, y al procesar es lo mismo. Cuando hay éxito en algún atraco no tengo con quien celebrarlo. Son muchas cosas, hay tantos detalles que me hacen echarlo de menos... ¡Me está jodiendo la cabeza! —se desahogó, con su voz temblorosa e inestable en todo momento—. No puedo vivir sin él, simplemente no puedo. Lo necesito a mi lado.
Quería gritar.
Estoy aquí. ¿No me escuchas?
— Ven aquí, hijo... —escuchó unos pequeños pasos y el sonido de unas prendas rozando, por lo que supuso que se estarían dando un abrazo. Lo siguiente que llegó hasta sus oídos fue el llanto descontrolado de Horacio, sorbiendo sus mocos de vez en cuando. Su voz sonaba opacada, seguramente tendría su cara escondida en el hombro de Conway intentando silenciar su llanto.
Gustabo no entendía por qué tenía que pasarle a él todas estas cosas. ¿Por qué a él? Es como si tuviera una maldición o algo parecido...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Los meses fueron pasando de forma lenta y tortuosa tanto para Horacio como para Conway.
No hubo día en el cual no le hubieran visitado, todos los días iban a ver cómo estaba, con la esperanza de que despertara del coma en el que cayó.
Aunque habían insistido a los enfermeros para que les llamaran por teléfono al instante en cuanto hubieran noticias o novedades, preferían ir a comprobar por su propia cuenta y juzgar por ellos mismos. Y todo apuntaba a que Gustabo no estaba teniendo grandes avances en cuanto a mejora.
O al menos eso creían, porque de repente un día sin esperárselo recibieron finalmente una llamada a mitad de la noche.
Conway no tardó en atenderla—. ¿Sí?
— Hola, buenas noches. Lamento las horas, sé que es tarde —el tono de la enfermera era suave—. Le llamo desde el hospital, quería informarle de que el paciente... Gustabo García, sí, acaba de despertar.
Sintió un fuerte latido que destacó sobre los demás, y seguidamente se aceleró—. Voy para allá —colgó—. ¡Horacio, despierta! ¡Es Gustabo!
Se escuchó una puerta siendo abierta con brusquedad y rapidez al final del pasillo.
— ¿¡Qué, qué!? ¿Qué pasa, está bien?
— Me acaban de decir que se ha despertado —empezaron a caminar hacia la puerta principal para salir.
— ¿D-de verdad? —los ojos de Horacio pasaron de estar completamente oscuros y apagados a estar brillantes ante la buena noticia.
— ¡Sí, así que vamos rápido!
Se metieron en el coche y conducieron hacia el hospital.
Durante el camino, Conway y Horacio estaban preocupados por las mismas cosas: ¿Cómo se encontrará Gustabo y cuándo se recuperará del todo? ¿Se acordaría de todo lo sucedido? No les animaba demasiado la idea de tener que contarle que lo secuestraron y torturaron...
El camino se les hizo eterno, parecía que no iban a llegar nunca, pero finalmente lo hicieron y se adentraron el el hospital, yendo directamente hacia la habitación de Gustabo, la cual ya sabían de memoria dónde estaba por todas las visitas realizadas.
Antes de entrar, se quedaron parados frente a la puerta. Se miraron mutuamente y simplemente asintieron, cogiendo un poco de aire, con nervios. Y entonces abrieron la puerta.